La 31.ª FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO (FIL) que lleva por lema: “El libro – del autor al lector”, se extendió desde el 21 de abril al 9 de mayo. EL DIARIO CULTURA no quiso estar ausente y desde las 14 hs. del viernes 6, (hora de apertura) comenzó a recorrerla desde principio a fin, stand por stand, hasta una hora antes de su cierre (23 hs.). Consideramos que ese lapso de tiempo bastó para dejarnos unas cuantas impresiones que pasamos a detallar.
Lo primero que nos llamó la atención es la gran afluencia de público que se dio cita en el amplio recinto de La Rural. Gente de casi todos los estratos sociales, de todas las edades y lugares de nuestro país y alrededores, iban y venían, en lo que Alejandro Dolina calificó como “un hermoso desorden”.
Millones de libros se disputaban el interés de nuestros ojos que no sabían donde detenerse, como quien encuentra un lugar lleno de tesoros que brillan a su alrededor e intenta revisar cada cofre al mismo tiempo con tan sólo dos manos. Esta fue una de nuestras primeras emociones, que con el correr del tiempo y de nuestro recorrido se fue opacando lentamente.
En el plano editorial, los grandes grupos armaron sus puestos cual si fueran fortalezas; a sus alrededores acamparon pequeñas y medianas editoriales; como así también los emprendimientos de las más distinguidas universidades del país, de distintas provincias y delegaciones de diversos países, en los cuales se podían conseguir algunas joyitas inhallables en Argentina. Hubo mucha producción nacional y una escasa porción extranjera, que dicho sea de paso se cotizó como tal. Las ofertas brillaron por su ausencia, cada ejemplar costaba lo mismo que en cualquier librería; sólo dos o tres puestitos distribuidos en el inmenso espacio físico desplegaron sus mesas para tal fin.
Nos llamó sumamente la atención (en realidad no tanto, sólo corroboramos lo que siempre sospechamos) como una gran cantidad de público se abalanzó para comprar libros pasatistas que exigen el mínimo esfuerzo de lectura o que nos dicen sólo lo que uno quisiera escuchar.
Distintos medios han resaltado la masiva concurrencia que ha tenido la presente edición de la FIL; que se han vendido más ejemplares que otros años; que se amplió el número de editoriales y otras cifras del estilo; si bien estos números sirven para las estadísticas cuantitativas, no hay que perder el blanco hacia donde debe dirigirse nuestra flecha: estamos hablando de que pasará ahora. Sería un trabajo casi imposible de realizar, pero estamos completamente seguros que por lo menos la mitad de la gente que asistió allí deberá retener en su memoria al libro, ya que no le verá la cara (o la tapa) durante todo el año. Poquísimos visitarán a partir de ahora la biblioteca de su barrio o ciudad, las librerías, o aunque sea el quiosquero del esquina que de vez en cuanto posee algunos textos interesantes para ofrecerle. Están aquellos que adquirieron un par de libros empujados por el deseo del consumismo instalado en gran parte de la población y un sinnúmero de variantes similares. La suerte que pueden cobrar esos libros fluctúan entre ser leídos y olvidados (en el mejor de los casos), abandonados en las primeras veinte páginas o ser obsequiados...
Está claro que mucha gente ha visitado este mercado del papel y tinta sólo para ver algo interesante o pasar el tiempo trocando vidrieras por editoriales. Compartimos las palabras de nuestro poeta local, Alejandro Schmidt, cuando manifestaba el 20 de abril en este medio que “No se lee o se lee poco y mal, y en eso, acaso, nos comprendan las condiciones de la época.”
La FIL no es lo mejor que nos puede pasar pero es el lugar donde (aunque sea) se rozan los componentes de este sistema comprendido por el autor, el lector y esas creaciones tan maravillosas que son los libros.-
Lo primero que nos llamó la atención es la gran afluencia de público que se dio cita en el amplio recinto de La Rural. Gente de casi todos los estratos sociales, de todas las edades y lugares de nuestro país y alrededores, iban y venían, en lo que Alejandro Dolina calificó como “un hermoso desorden”.
Millones de libros se disputaban el interés de nuestros ojos que no sabían donde detenerse, como quien encuentra un lugar lleno de tesoros que brillan a su alrededor e intenta revisar cada cofre al mismo tiempo con tan sólo dos manos. Esta fue una de nuestras primeras emociones, que con el correr del tiempo y de nuestro recorrido se fue opacando lentamente.
En el plano editorial, los grandes grupos armaron sus puestos cual si fueran fortalezas; a sus alrededores acamparon pequeñas y medianas editoriales; como así también los emprendimientos de las más distinguidas universidades del país, de distintas provincias y delegaciones de diversos países, en los cuales se podían conseguir algunas joyitas inhallables en Argentina. Hubo mucha producción nacional y una escasa porción extranjera, que dicho sea de paso se cotizó como tal. Las ofertas brillaron por su ausencia, cada ejemplar costaba lo mismo que en cualquier librería; sólo dos o tres puestitos distribuidos en el inmenso espacio físico desplegaron sus mesas para tal fin.
Nos llamó sumamente la atención (en realidad no tanto, sólo corroboramos lo que siempre sospechamos) como una gran cantidad de público se abalanzó para comprar libros pasatistas que exigen el mínimo esfuerzo de lectura o que nos dicen sólo lo que uno quisiera escuchar.
Distintos medios han resaltado la masiva concurrencia que ha tenido la presente edición de la FIL; que se han vendido más ejemplares que otros años; que se amplió el número de editoriales y otras cifras del estilo; si bien estos números sirven para las estadísticas cuantitativas, no hay que perder el blanco hacia donde debe dirigirse nuestra flecha: estamos hablando de que pasará ahora. Sería un trabajo casi imposible de realizar, pero estamos completamente seguros que por lo menos la mitad de la gente que asistió allí deberá retener en su memoria al libro, ya que no le verá la cara (o la tapa) durante todo el año. Poquísimos visitarán a partir de ahora la biblioteca de su barrio o ciudad, las librerías, o aunque sea el quiosquero del esquina que de vez en cuanto posee algunos textos interesantes para ofrecerle. Están aquellos que adquirieron un par de libros empujados por el deseo del consumismo instalado en gran parte de la población y un sinnúmero de variantes similares. La suerte que pueden cobrar esos libros fluctúan entre ser leídos y olvidados (en el mejor de los casos), abandonados en las primeras veinte páginas o ser obsequiados...
Está claro que mucha gente ha visitado este mercado del papel y tinta sólo para ver algo interesante o pasar el tiempo trocando vidrieras por editoriales. Compartimos las palabras de nuestro poeta local, Alejandro Schmidt, cuando manifestaba el 20 de abril en este medio que “No se lee o se lee poco y mal, y en eso, acaso, nos comprendan las condiciones de la época.”
La FIL no es lo mejor que nos puede pasar pero es el lugar donde (aunque sea) se rozan los componentes de este sistema comprendido por el autor, el lector y esas creaciones tan maravillosas que son los libros.-
(*) Publicado en EL DIARIO DEL CENTRO DEL PAÍS, el domingo 15 de mayo de 2005.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario