CONSTANTES DE SUICIDIO Y MUERTEUn vaso con restos de sublimado de cianuro, fue sólo el sello personal que Hor
acio Silvestre Quiroga (HQ), dejó al abandonar este mundo.
Pareciera ser que, si uno buscase en el diccionario las palabras “suicidio literario”, en la primera entrada encontraríamos la imagen de este hombre barbado y su nombre; es que estos términos fueron una constante en su vida y la de su entorno.
HQ nació en el Salto uruguayo el 31 de diciembre de 1878. Cuarto hijo de Prudencio Quiroga, vicecónsul argentino en el Uruguay, y de Juana Petrona Forteza (Pastora). El itinerario trágico se inició cuando HQ tenía sólo dos meses y medio. La familia viajó a una chacra en San Antonio Chico, en donde su padre, luego de descender de la embarcación en la que volvía de cazar, se le disparó accidentalmente el arma (14/03/1879).
En 1891 Pastora se casó con Ascencio Barcos, el joven logró aceptar esta relación y querer a su padrastro. Éste sufrió al tiempo una hemorragia cerebral, que lo dejó inválido y afásico; HQ le sirvió de intérprete y lo ayudó en cuanto pudo. En este estado, Barcos, no permaneció mucho tiempo, ya que tomó la determinación de accionar el gatillo de una escopeta con el dedo hábil de su pie, una vez puesto el caño del arma en su boca. Luego de oír el disparo, el primero en llegar al lugar del hecho fue HQ (05/09/1896).
Cursó estudios secundarios, fundó una sociedad de ciclistas, se reunió con amigos a leer textos propios y de autores consagrados. Colaboró además en publicaciones de la época, fundó la “Revista del Salto”, viajó a París y conformó uno de los primeros cenáculos literarios del Uruguay. De la influencia ejercida por Edgar Allan Poe, confesada en su “DECÁLOGO DEL PERFECTO CUENTISTA” y en el relato “EL CRIMEN DEL OTRO”, surgieron los primeros cuentos donde el terror y la muerte eran los ingredientes principales. Pero “tampoco fue el horror un recurso mecánico, descubierto en Poe. El horror estaba instalado en su vida. Y también la crueldad. La había descubierto y sufrido en la propia carne antes de aplicarla a sus criaturas.” (1) En este tiempo, un duelo se iba a disputar entre su amigo Federico Ferrando y Guzmán Papini y Zás, HQ revisó el arma que habían adquirido para tal fin, la accionó accidentalmente y mató a Ferrando (05/03/1902). Después de este lamentable hecho, partió hacia la Argentina y se refugió en casa de su hermana mayor.
En Bs. As. dictó clases de lengua en el Colegio Británico, además de iniciar sus colaboraciones en diarios y revistas culturales como “EL GLADIADOR”, “LA NACIÓN”, “CARAS Y CARETAS”, “FRAY MOCHO”, etc. Tiempo después, se alistó como fotógrafo en una expedición a las Ruinas Jesuíticas de San Ignacio, donde sintió el llamado de la selva. Luego, se casó con Ana María Cirés, y se fueron a vivir a esa tierra colorada, resultante del proceso de oxidación de los basaltos que en esa zona son ricos en hierro. La vida dura de monte no pudo ser soportada por su esposa, quien luego de una fuerte discusión, tomó sublimado y agonizó hasta su muerte (14/11/1915).
En 1933 el presidente del Uruguay Baltasar Brum, amigo de HQ, se suicidó para no caer en las garras de los que le propiciaron un golpe de estado.
A fines del mes de setiembre de 1936, “el desterrado” decidió internarse en el viejo Hospital de Clínicas de Bs. As., le practicaron una operación y le posponían la definitiva. Más de cinco meses habían transcurrido desde que llegó a ese nosocomio, para intentar curarse de los dolores que lo aquejaban hace tiempo. De esta manera le escribió a Isidoro Escalera, su peón y amigo, “Yo to
davía clavado aquí, y siempre en la misma, esperando la vuelta del Dr. Arce, para ver que se decide: o operación inmediata o regreso a Misiones, hasta mejor oportunidad”. (2) El paciente no soportó más la espera, confirmó su sospecha: cáncer de próstata; y optó por un tercer camino. Esa tarde visitó a amigos y a su hija Eglé, paseó por la ciudad, compró el cianuro, y regresó al hospital alrededor de las 23:00 hs. En las primeras horas de la madrugada del 19/02/1937, lo encontraron en su sala agonizando; pero ya era demasiado tarde.
Al año siguiente, la muerte insaciable se llevó la vida de su amigo Leopoldo Lugones –curiosamente el mismo día que el salteño–, quien disolvió el cianuro en whisky. Alfonsina Storni, íntima compañera, luego de escribir el soneto “VOY A DORMIR” se arrojó al mar. Como corolario, sus hijos se quitaron la vida; Eglé (1939), Darío (1951) y María Elena (Pitoca).
Si bien “el cosmos de Quiroga no está amasado únicamente de horror, fuerza telúrica, agobio ante la ciudad, muertes” (3) indudablemente el hombre quedó marcado y en cierta forma se reflejó en su urdimbre narrativa. Sus textos están plagados de esta temática, tenemos cuentos donde las muertes son causadas por agentes como: insectos extraordinarios (EL ALMOHADÓN DE PLUMAS); niños idiotas (LA GALLINA DEGOLLADA); animales ponzoñosos de la selva misionera (A LA DERIVA, LA MIEL SILVESTRE); descuidos del mismo hombre (EL HOMBRE MUERTO, EL HIJO); enfermedades (LA MENINGITIS Y SU SOMBRA); el hombre bajo dosis de alcohol (LOS DESTILADORES DE NARANJAS); el hombre vs. el hombre (UNA BOFETADA); animales vs. animales (LOS POLLITOS); entre otra abundante cantidad de tipologías mortuorias.
A pesar de poseer este currículo trágico, HQ era un hombre lleno de vida, activo y emprendedor. En sus últimos días, ansiaba estar de nuevo en su casa (levantada por él mismo), para continuar con sus actividades diarias. El copioso epistolario así lo testimonia. En él, se nos revelará el padre, el esposo, el homo faber, el escritor profesional, el crítico de cine, el amigo sensible que se escondía bajo una imagen hosca y todas sus demás facetas. En relación a la muerte, esta correspondencia nos mostrará a un HQ fuerte, que dice no temerle: “Yo fui o me sentía creador en mi juventud y madurez, al punto de temer a la muerte, exclusivamente prematura.” “Cuando consideré que había cumplido mi obra –es decir que había dado de mi ya todo lo más fuerte– comencé a ver la muerte de otro modo. Algunos dolores, inquietudes, desengaños, acentuaron esa visión. Y hoy no temo a la muerte, amigo, porque ella significa descanso.”(4)
En su juventud había escrito “El enfermo se mata, cuando plenamente comprende que su mal no tiene cura y que entre sufrir y no sufrir es fácil la elección”. (5) HQ comprendió su mal y optó por el camino del [merecido] reposo “pero no por depresión (...). Se suicidó porque su cáncer de próstata ¡lo estaba comiendo vivo!” (6)
Otro testimonio del escritor César Tiempo (seudónimo Israel Zeitlin); que alguna vez fue Clara Beter, expresa que el salteño “no se había suicidado a impulsos del desencanto y mucho menos de la megalomanía (“quien se atreve a matarse es Dios”, había leído en Dostoievsky) sino porque supo de labios de uno de los médicos que los asistía que su mal no tenía remedio”. (7)
Era un hombre detallista y rígido en sus decisiones, pensó hasta en las tareas que se debían realizar después de su partida. En su última carta exhumada, enviada a Escalera el 07/06/1937, y que se encuentra en la Casa Museo Horacio Quiroga, reza lo siguiente: “Por este correo le envío a María [Elena Bravo, 2ª esposa] el sueldo entero, allá. Si quiere mudarse y sino que siga viviendo ahí sin sueldo. Me parece bien que Brun [personificado en TACUARA-MANSIÓN] quede en mi casa que se ocupe de los naranjos en lo porvenir. Ahora querría que me averiguara si hubieron interesados en la propiedad pues estos se abre sucesión y habrá que vender todo para darle a cada cual su parte.” (8)
HQ se llevó (o nos dejó) la mejor parte; la de la permanecer en nuestra historia y cultura literaria, ser el maestro de los escritores contemporáneos y elevarlos a profesionales con sus profundos aportes teóricos y prácticos. Sus lecturas y su vida, en continuo contacto con la muerte, alimentaron su prosa y perfeccionaron el cuento, al punto tal de posicionarse en el mismo pedestal que ocupó Poe en las letras inglesas; tanto en la temática como en la calidad constructiva de este difícil género.-
(1) Rodríguez Monegal, Emir: “Objetividad de Horacio Quiroga. Con textos inéditos”, Montevideo, Número, 1950, p. 17.
(2) Rodríguez, Antonio Hernán: “El mundo ideal de Horacio Quiroga y cartas inéditas de Quiroga a Isidoro Escalera”, Posadas, Centro de Investigación y Promoción Científico-Cultural, Instituto Superior del Profesorado Antonio Ruíz Montoya, 1975, p. 92.
(3) Solero, F. J.: “¿Qué es América?”, Bs. As., Ámbito, 1972, p. 137.
(4) Martínez Estrada, Ezequiel: “El hermano Quiroga”. 2ª edición, 1969, Montevideo, Arca, p. 95.
(5) Quiroga, Horacio: “Los arrecifes de coral”, Montevideo, Imprenta El Siglo Ilustrado, 1901, 164 p.
(6) Ríos, Néstor: “Los veranos fatales II” [en] Puro Cuento, Septiembre/Octubre 90, Bs. As., p. 9.
(7) Quiroga, Horacio: “Cartas inéditas y evocación de Quiroga por César Tiempo”, Montevideo, Biblioteca Nacional, Departamento de Investigaciones, 1970, p. 25.
(8) Rocca, Pablo: “Horacio Quiroga, el escritor y el mito”, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1996, p. 137.