IVÁN WIELIKOSIELEK
RECORTES DE UN ESCRITOR
RECORTE Nº 1
Los libros le resultaban densos, pesados y tediosos.
Tenía 15 años y no tenía idea de qué era la literatura. Estudiaba en Villa María. Una vez la profesora de castellano les hizo leer a sus alumnos “El corazón delator” de Edgar Allan Poe y quedó maravillado. Fue el primer llamado de atención. Pudo reconocer en ese texto una “voz interior” que era, en esencia, la misma que le decía cosas a su cabeza. Para ese tiempo, consumía películas de terror que veía por los canales de aire de su pueblo.
Quería estudiar astronomía, pero otro click le hizo ruido en la cabeza. Llegó a quinto año del secundario y las lecturas de Sábato, del que se avergüenza un poco, lo ayudaron a inclinarse por la literatura. Recuerda que “Alejandro Schmidt fue a dar una charla de Poe, y mi profesora, que era Marta Parodi, me sacó de la clase de Química y me dijo ‘a vos esto te va a interesar’. Le agradecí toda mi vida, porque lo escuché a Alejandro, me acerqué muy tímidamente y le hice un par de preguntas, porque me había gustado mucho su charla.”
En ese tiempo Iván comenzaba a escribir, y lo hacía a chorros, como ahora; aunque carecía de lecturas sus letras se pegaban entre sí, su palabras también y construía sus primeros textos que, alguno fue a parar a una revista del Colegio Rivadavia, en el que cursaba.
Culminó sus estudios secundarios y “cambié los planes, en vez de estudiar astronomía empecé a estudiar literatura en la UNC. Ahí el toque fue muy fuerte, yo era un adolescente con demasiados sueños pero con muy pocas lecturas, con unas ganas locas de absorber conocimientos literarios, pero con poco background. Cuando vas allá te das cuenta que tus compañeros la mayoría sabe griego y latín, porque estudiaron en colegios humanistas, la mayoría leía desde muy chico, mucha gente venía de cunas literarias o culturales. Yo me tuve que hacer muy desde abajo, y así empecé a leer, yo estuve tres años nomás, dejé porque me quería dedicar a escribir nada más.”
Escribe mucho y publicó algo así como diez libros, la imprecisión radica en que ni Iván quiere recordar esos escritos, todos los libros que publicó en el Siglo XX los quemó. Quedan vagando por allí, en alguna biblioteca o están conservados por gente allegada al autor. En sus palabras, “en mis últimos dos años tuve un vuelco, a nivel estilístico si se quiere, que no quiero ver más las cosas viejas.”
Algunos de esos proyectos en tapas duras son: “Desarmadero de hombres” (Alfa Ediciones, 1997) relatos urbanos de la ciudad de Córdoba, “Ex” (Elqui Ediciones, Cba, 2001) y “Acto Único” (Los libros de la Mansión Siviski, 2005), ambos compuestos de fragmentos, microrelatos y aforismos que refieren a la ciudad de Córdoba; “Los ojos de Sharon Tate” (llantodemudo, 2006) colección de relatos cordobeses, villamarienses y ballesterenses; y “Cotidianos Funerales en la Tierra” (llantodemudo, 2008), compilación de poemas escritos entre 1996 y 2006. Publicó además “No sé por qué se debe morir” (llantodemudo, 2008), un libro que contiene principalmente gran cantidad de poemas del poeta varillense Alberto E. Mazzocchi. Una edición especial a uno de los poetas incomprendidos e inéditos en su provincia, que Wielikosielek rescata en esta edición especial y de investigación. Su último libro es “Crónicas del sudeste” (llantodemudo, relatos, 2008).
Son tantos libros porque para Iván “hacer un libro es, de alguna manera, un proyecto de vida, lo tenés como para no morirte.” Es una manera de seguir estirando esta vida que en muchas ocasiones lo oprime sin compasión.
RECORTE Nº 2
Escuché hablar de él por primera vez por una entrevista que le realizara a una funcionaria de la universidad en la que trabajo. Quería ver esa nota, quería conocer qué recursos, qué estilo utilizaba este periodista cuyas notas firma tan sólo con sus iniciales. Y me sorprendió. De allí empecé a seguirlo.
Es un tipo complicado, un tipo triste, un tipo alegre, un tipo enérgico, un trotamundos (del mundo y de los submundos), alguien que no está cómodo, que anda de acá para allá respirando el oxígeno que le genera escribir. Lo necesita. Es un incontinente textual que precisa volcar todo lo que piensa ya sea hablando o plasmándolo en el papel. Si es en la máquina de escribir, mejor; Iván no escribe mucho en computadora, el oficio de periodista y los tiempos apremiantes se lo exigen, pero si fuese por él seguiría martillando sus dedos en las teclas blancas de su Hermes.
Escucha música francesa, discos y cassettes que le encanta hacerles sus carátulas en base de recortes de revistas, goma de pegar y buen gusto.
Las solapas de sus libros dicen que nació en Ballesteros, pero Iván vivió en un muchos lugares, lo hizo en Villa María, en Córdoba, en Buenos Aires, en Viedma, en Estados Unidos, en Brasil, en Francia, en España; podría asegurar que Iván no es de aquí ni es de allá, es de un “no lugar”, un tipo que huye de los fantasmas que lo acosan desde niño, aunque yo diría que es un tipo generoso que los lleva a pasear.
Detrás, o mejor aún, dentro de ese cuerpo velludo que porta se encuentra un alma sensible a la opinión de los demás. Iván no se la cree, pero es un gran escritor, un tipo que toma muy en cuenta las apreciaciones y las sugerencias hasta de la gente que no está empapada de lo literario. Todo es bueno, todo lo ayuda a crecer.
Hijo de un padre ferroviario que se fue cuando él tenía seis años y una madre depresiva que inundaba su casa con angustia y sus gritos. Desde la casa hasta hoy, la literatura sigue siendo para él un “psicoanálisis salvaje”, el lugar donde puede descargarse, el lugar donde puede estampar esa voz interior.
RECORTE Nº 3
Consultado por el aspecto general de la literatura local, Wielikosielek se explayó al respecto. “Hay dos aspectos para analizar, por un lado la movida literaria (parte social), por el otro, la que me interesa, el resultado final de los textos. En cuanto a la primera parte me ha sorprendido para muy bien la cantidad de gente escribiendo, que es mucho más que la que había hace veinte años atrás. Me encanta que haya negros que hagan sus ediciones independientes, me encanta que haya negros como Fabián Clementi o Gustavo Borga que estén despreocupados por ser bendecidos por antiguos patriarcas de la poesía de Villa María. Eso significa que ellos confían en lo que están escribiendo, y que lo hacen mucho más allá de la aceptación de los grandes popes que aceptan o escrachan a la gente. Por otro lado, me parece saludable que esos grandes popes sigan escribiendo.
Pasemos a la parte dos, a los libros, creo que hay muy pocos libros que yo pueda decir que son de primera, y cuando digo de primera me refiero acá y en cualquier parte del país. Básicamente hay dos escritores que juegan en primera por todo lo que publicaron, son Gustavo Borga (“Patitos degollados” y “Hermoso niño rubio”) y Carina Sedevich (“La violencia de los nombres”, “Nosotros no” y “Cosas dentro de otra cosa”); todo eso tiene algunos altibajos, pero me parece que el nivel de concentración que tiene la obra de ellos dos, no se la vi a nadie. Y otro libro muy bueno, que estaría a ese nivel (sucede que no lo pude leer muy bien porque me lo prestó acá nomás, en el bar) es el primero de Marcelo Dughetti “Esa joroba de bronce”, eso es lo mejor que le leí a Marcelo. No me quiero olvidar de Edith Vera, que está aparte de todo, esa sí era una escritora, no es una escritora de otro planeta, sino de todo el planeta.
A mi me pone re contento que un negro como Marcelo saque libros, me pone muy triste que ‘la Cari’ no saque nada, me encanta que Fernando de Zárate saque libros, me gusta que Fabián Clementi haya sacado su segundo libro. Me parece que Verónica Picco tiene poemas buenos en ciernes, es una poeta que pueden salir cosas muy buenas, está encontrando su voz. Ese es el tema hay que encontrar la voz.
Yo digo Gustavo Borga y Carina Sedevich, pero Gustavo tiene muchos altibajos, no escribe muy seguido, ‘la Cari’ no escribe más. Por un lado hay mucho futuro, porque hay muchos negros escribiendo y por ahí los mejores están un poco hundidos.
RECORTE Nº 4
Luego de vivir durante varios años en la capital cordobesa, volvió a la ciudad y desde junio de 2007 a la actualidad, tiene su espacio como redactor de las páginas de Puntal Villa María, con el que se gana el sustento diario.
Sin embargo, la agotadora actividad del periodismo le acarrea algunos problemas en cuanto a la faceta literaria, ya que como bien manifiesta “yo le decía a un amigo que, ser periodista y a la vez querer escribir (literatura) es como ser un personaje de una novela romántica que para ganarse el puchero tiene que laburar de actor porno. Vas, de día estás con tres minas y de noche cuando querés buscar tu Julieta no tenés energía, y vos la quisieras tener para ella. A mi las notas periodísticas no me sirven como escritor; sí, me sirven desde otro ángulo, me sirven porque me mantienen en estado para cuando venga el mundial… pero mientras tanto el vago no juega en el mundial.” Iván se aflige un poco por ello, “yo quisiera laburar en otras condiciones de escritura y el tiempo del diario me quita energías. Hay una expresión en francés que dice que cuando a vos te regalan una licuadora que no anda, te hacen un ‘regalo envenenado’. Yo siento que el tiempo libre que me queda del diario es un tiempo envenenado, que no sirve de mucho, porque energéticamente no estás a full.”
Hace pocos días que lo tenemos de nuevo en estas tierras, había viajado a Francia después de esta entrevista que venimos arrastrando desde el último día de 2008. Iván pasó el fin de año junto a su amigo, el director de la revista cultural “Nativa”, Daniel Bacci. A él le encomendaría el cuidado de su bicicleta y de su departamento hasta que volviese. Cuando el narrador/poeta/periodista estaba por emprender su vuelo, también me ofreció las llaves de su departamento, ya que en ese momento, quien escribe estas líneas, estaba pasando por una situación apremiante.
Buscavidas desde siempre, Iván sigue buscando su lugar, perfeccionando su escritura que potencia con su capacidad, su dedicación y conocimiento de mundo. Su estilo descarnado, crudo y muchas veces biográfico, hacen que al leerlo algo se nos mueva dentro. El muchacho de apellido bielorruso, solitario, y de perfil bajo, continúa escribiendo en sus páginas y en las páginas de una ciudad de la que huye los fines de semana para purificarse, pero que por alguna razón siempre regresa.