domingo, 22 de febrero de 2009

Tinta con olor a rosas: entrevista a Olga Fernández Núñez (2ª parte)

ENTREVISTA CON
OLGA FERNÁNDEZ NÚÑEZ
TINTA CON OLOR A ROSAS

(segunda parte)


La edición de hoy da continuidad y cierre al reportaje a Olga Fernández Núñez.
El domingo pasado tuvimos la oportunidad de conocer, de palabras de su creadora, los detalles de sus próximas publicaciones. Pudimos darle un sorbo al capítulo inicial de Linón (1939), novela que inaugura el género en la ciudad.
Hoy podremos degustar de las primeras páginas de su nueva novela a punto de aparecer. Si bien han pasado 70 años entre una publicación y otra, podrá notar, que su estilo se ha mantenido y reluce como una joya entre las nuevas narrativas.
Dama de las letras y cultora de la vieja escuela literaria de las que ya quedan pocas. Olga no escatima esfuerzos para continuar trabajando para la literatura. Sigue participando de las distintas comisiones de la SADE, desde las primeras hasta las actuales épocas. Sobre esas incursiones retomamos la conversación. Escuchémosla sin más demora.



—¿Cuál es su participación en la nueva comisión de la SADE y que “beneficios” acarrearía para Villa María?
—La SADE renovó hace poco tiempo su comisión directiva, yo soy de la SADE Villa María, pertenecimos un tiempo a Córdoba en el ’66; después en los ’70 pasamos a ser filial de Buenos Aires, que trabajó maravillosamente desde el año ’28, nosotros nos incorporamos en el 50 y pico, 60 y pico, con otras personas pusimos una filial aquí. Hemos tenido, con la SADE de Buenos Aires, participaciones con sus distintos presidentes y comisiones directivas. Yo no puedo precisar las épocas, pero llegó un momento en que hubo una suerte de crisis que tocó a casi todas las manifestaciones de cultura del País. Se llegó al extremo de que dos propiedades de Buenos Aires, en calle México y otra en la calle Uruguay. Esas dos sedes de la SADE llegaron a ser motivo de la ruina, fueron hipotecadas, vendidas, fue mandada por otra gente que no eran escritores, o tenían otros fines. Entonces ahora el escritor Alejandro Vaccaro, biógrafo de Borges, se interesó por algunos escritores y demás.
Yo tengo un sobrino que publicó su primer libro de cuentos hace dos años, que lo conocen por “el Chueco” en Villa María. En ese vaivén le dieron la faja de honor de la SADE, pero la situación general de la sociedad, no estaba en condiciones de seguir; porque tuvo un tiempo glorioso que yo diría desde que empezó con Lugones en 1928 hasta el ’70 y ’80, por ahí. Después hubo en decaer. Recientemente ha jurado una comisión nueva en la que yo me encuentro, con mi sobrino y Eduardo Belloccio; integramos tres de los 37 cargos que existen. La consecuencia de esto es que empieza a circular la posibilidad de publicar, el presidente de la SADE dice que va a hacer la primera reunión de la comisión en Villa María, donde presentarían La escritora.

—Olga… ¿Usted leyó desde muy chica?
—He leído mucho, desde chica, lo bueno, lo malo y de todo. Porque si no se conoce lo que se considera prohibido o malo, se crea como un mundo imaginario que hace peor las cosas, pero cuando uno vive la vida y es capaz de sostenerse, saber las cosas no es malo; es mejor saberlas, porque sabiéndolas uno se defiende de las malas, porque no sabiendo es muy difícil. Por otro lado yo soy una defensora acérrima de la palabra justa, de la palabra sin ambages, de la palabra que no hay que cambiar ni modificar por nada, yo soy una respetuosa de la palabra. No me allano a la palabra deformada, porque no está dicha con propiedad, o está dicha de forma agresiva o insultante, yo quiero la palabra por su verdadero significado, la defiendo, y creo que todos los escritores deben defender la palabra, no usar terminologías extrañas, salvo los dialectos. Sabemos que en las afueras de Buenos Aires está el lunfardo, que es una mezcla de palabras mezcladas con otros idiomas, es como un acostumbramiento y ya está aceptado, eso es lo vulgar; pero estoy a la defensa de la palabra y la propiedad de la palabra. Creo que el escritor dice las cosas por escrito, me parece que, más que de pasión, es una especie de entrega, de meditación, de oración, es algo que tiene que salir de los sentimientos, que tiene que salir del corazón y que tiene que salir también de la belleza, porque sino, me parece que no tendría razón de ser. La belleza tiene su razón de ser, la belleza es fundamental.

—La literatura tiene que ser bella… (y antes de lanzar mi próximo interrogante continúa).
—La literatura tiene que ser bella, la literatura no puede ser la cosa bastarda, la cosa que no guste; yo recibí una vez, un saludo por mis actividades como docente, que me dejó perpleja y pensándolo mucho, que decía “las manos que reparten rosas, quedan perfumadas de rosas” y realmente es así.

—¿Qué opina de los anti-géneros?
—La literatura ha cambiado (y se corrige inmediatamente) la literatura es cambiante, pero entiendo que depende del autor que antes que nadie, que la lectura sea una especie de enseñanza, de placer, llevado a lo imponderable; porque si el escritor es capaz de emocionar, es capaz de hacer creer, de interesar, a mi me parece que ya está ganando. Si el escritor entrega un escrito en que está despotricando contra la vida, contra los acontecimientos, exaltando lo que no es bueno, lo que no es lindo, lo que no es noble, entonces es como si no le importaran los valores, y los valores tienen que existir, debe ser el primer defensor de los valores humanos, la pureza, el deber… pienso, es mi lógica y no entiendo antítesis a eso, si existe y se practica no sé cual es el resultado para el escritor, qué placer y qué satisfacción puede sentir el escritor cuando se manifiesta de esa manera.

—Quizás llamar la atención con golpes bajos a los valores, lograr el impacto rápido de la hazaña, de lo escandaloso o morboso…
—Claro, porque contar o relatar, o decir, o hablar de cosas que son dolorosas, que son terribles, es una cosa; pero usar la literatura para destruir la palabra, el pensamiento y el sentimiento. Yo creo que el escritor tiene en sus manos, para que en alguna medida, yo no sé si volver, pero sí defender los valores. Creo que en eso tenemos que ponernos muy firmes, y pensar que tenemos un poder, que no sabemos valorar, para que la literatura en general y para que la palabra en particular, sea un vehículo de entendimiento, de comprensión, de afecto, de solidaridad, porque el hombre se ha olvidado del hermano, entonces pienso que ese poder lo tiene el escritor, y lo tiene que usar.

—¿En la actualidad está leyendo algunos libros de escritores de la ciudad? ¿Tiene una opinión formada al respecto?
—Leo algunas cosas. La literatura de Villa María es, en general, una literatura sana, educativa, placentera. En general el escritor de Villa María es un escritor sano.

—Habrá notado además que en Villa María, al día de hoy, son muy pocas las novelas que se publican…
—Sí, la novela es un género desde las épocas tradicionales en que se leía El conde de Montecristo, Los miserables, El jorobado de Notre Damme, todos los que fueron famosos alguna vez por la narración larga; porque esa es la gran diferencia, que la narración de aquel entonces era larga, en cambio ahora la novela es más breve. De todas maneras sigue siendo un poco más extensa que el cuento y que el relato. Es cierto, no hay muchas novelas.

—¿Usted cree que responde a lo que está pasando hoy a que el público tiene poco tiempo para leer, donde todo es más rápido, la cuestión de los medios…?
—En realidad, por suerte, el libro todavía está vigente, pero hay una enorme diferencia entre el libro de hace 25 años al libro que sale ahora, porque no hay estímulo, por una parte, por otra interesan más otras cosas, hay intereses distintos.

—¿Qué tipos de intereses por ejemplo?
—La televisión, por decir alguna. La televisión en general ha decaído una enormidad, pero de cualquier manera sigue haciendo mal a la literatura. Las programaciones no responden a ninguna expectativa ni lógica, ni notable, ni nada. Nada de contenido, tenemos programas que habría que cerrar el portón y no tenerlos. Esa es un lucha más grande que tiene el escritor y el público en general, que está desconcertado y desentendido, porque ya no hay intereses que había en una programación, ahora no hay programación, ya no hay nada. La televisión es terrible, hay mucho malo y sobre todo ¡hay mucho muy malo! Es un verdadero riesgo para la juventud, porque es donde el chico busca, es tremendo.

—¿Dónde estudió Olga?
—Mi ingreso fue al Colegio Sarmiento, después en los primeros grados me pasaron al Colegio José Ingenieros, allí estuve desde el tercer grado y terminé la primaria allí. Me inscribí en el Instituto del Rosario en Secretariado Comercial porque todavía no había llegado la normal. En general eran academias que enseñaban contabilidad o castellano. Me recibí de Secretaria Comercial, empecé a los 17 años en el Instituto del Rosario también otro estudio recibiéndome de Maestra Normal Nacional. Luego me dediqué a la docencia, al poco tiempo me nombraron en una colonia suizo-alemana que está cerca de Chazón y Ucacha, fui un año maestra allí, la primera oficial, porque había maestra particular hasta entonces. Luego me pasaron a Arroyo Algodón, como Directora de tercera categoría con cuatro grados a mi cargo. Tenía una gran pizarra que la dividía en cuatro y enseñaba a los cursos ya que era personal único. Fue creciendo la escuela, estuve allí durante 15 años. Más adelante me trasladaron a la Escuela Mitre de Villa Nueva, escuela de varones, como Directora, por razones políticas. Pero yo tenía mi casa aquí en Villa María que lo hice por el Plan Eva Perón y yo me quería venir, había nacido acá, entonces pedí descenso de categoría como Vice-Directora para poder estar en una escuela de la ciudad. Fue la Escuela Dalmacio Vélez Sarsfield, estuve un par de años, y quedó vacante la vice-dirección de la Escuela Bianco el turno varones, y me pasaron hasta que me jubilé con ese cargo en 1960. Sigo siendo jubilada como Vice-Directora de la Provincia, ya no le hago mucho favor a la provincia porque llevo casi 40 años de jubilada (risas). Tuve cargos políticos, estuve de regente en la Escuela 20, estuve como Secretaria de Relaciones Públicas en la Escuela del Rosario, también en la Municipalidad de Villa María en la intendencia del Señor Asensio, y trabajé con Miguel Ángel Veglia cuando me pidió hacer una investigación de las instituciones de la ciudad. Siempre escribí en los diarios. En algún momento fui cronista social del diario “Reflejo” de la ciudad, y bueno, he tenido una actividad, casi diría que permanente.

—Y me sorprende la memoria con que recuerda perfectamente todo…
—Nunca me jacté, pero siempre estimaron en mí la condición de la memoria. Cuando tuve el problema del derrotero de corazón, cuando me desperté y noté que era como era, me dije gracias a Dios y la gloria porque me ha permitido mantenerme lúcida. Hubo una gran habilidad de los médicos por suerte volví a recuperarme, y acá estoy esperando que se publique el libro, que es uno de los deseos que más tengo porque con estos años que tengo yo puedo esperar o no, depende de Dios el que me tiene en sus manos.

—Finalmente quería consultarle a nivel nacional ¿cree que la mejor literatura argentina fue la publicada en la época de Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones… épocas de la primera SADE…?
—Yo creo que esa fue la gran literatura, lo de Horacio Quiroga es único y notable. Lugones fue un heredero de la superioridad del nicaragüense Rubén Darío, porque lo siguió y lo mejoró y lo modernizó. Lugones fue una cosa extraordinario. Tiene trabajos como “La montaña de Oro” que es… sin palabras. Y pensar que llego a un diario de Buenos Aires de un pueblito del interior del interior. Yo no he leído todo, pero tome cualquiera de los libros y es increíble, es inefable leer eso. Para mí esos fueron los escritores, existía una revista “Capítulo”, venían los libros de los autores, esa es la real literatura. Creo que el secreto está ahí... Cortazar, Juan Carlos Dávalos, Perlongher, escritores que se leían y se sentían; porque si usted lee los poemas de Lugones hoy en día, hay una cosa que entra, que hoy no está , no hay nada que hacerle. Le digo que desde 1928, y quizás antes algunos autores a producir, hasta el ‘60 o ‘70, tenemos una literatura sin nombre y quizás no se la valora como tal.

—Muchas gracias Olga, nos alegramos mucho que se publique su nueva novela y se vuelva a reeditar Linón…
—Le voy a dar la última copia que me quedó de Linón.


Se levanta de su silla y lentamente se dirige a una hermosa biblioteca, de las de antes, esas de cristales grandes en la que se puede escrutar con la mirada los volúmenes que contiene: muchos autores de la ciudad y otros de política que le quedaron de su hermano. Busca entre los inclinados libros, pero no lo encuentra, “me parece que es un libro blanquito… chiquito”. Y el libro no está. Lo va a buscar a otra habitación y mientras espero (porque no quiero irme sin esa reliquia) el canto de los pájaros se impregna en mi grabador junto a los intermitentes ruidos de los autos.
Vuelve con el ejemplar de Linón, pero el original, el único que le queda de los mil que se imprimieron en aquella oportunidad. Lo observo y buscamos unos minutos más hasta que felizmente aparece. Es una edición facsimilar, hermosa, totalmente artesanal pero perfectamente ensamblada, que no tiene nada que envidiarle a cualquier edición de autor.
Le agradezco su amabilidad a quien, con 88 años de edad sigue apostando a la literatura. De nuestra parte, tendremos que esperar un poco más para conectar aquella primera incursión (Linón) con este nuevo texto (La escritora). Ambos se imponen como puntos de partida y de llegada… como un extenso puente que se extiende orondo y en el cual han corrido 70 años de letras acaudaladas.
Sin lugar a dudas el nombre de Olga Fernández Núñez de Olcelli está marcada en la historia de la literatura.
Ella nos deja sus obras, a nosotros nos resta disfrutarlas.


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LA ESCRITORA (2009)



Corría el año 1940 cuando en una floreciente ciudad cordobesa, Juan Carlos Molina un comerciante bastante afortunado en sus negocios, había formado su hogar con Cristina González, una hermosa joven con quien había tenido dos hijos varones, Juan Carlos el primogénito y Carlos, llegando con el tiempo a tener una tercera descendiente algunos años menor que sus hermanos, a quien se le impuso el nombre de Silvia.
La familia destacada en un ambiente de clase media, gozaba de una particular estimación y amistad en la ciudad, donde era conocida por sus actividades comerciales. Los hijos, integrados a las escuelas participaban en la vida deportiva y social.
Pero la fatalidad habría de caer sobre la familia, produciendo horas de dolor y angustia que cambiarían el curso normal de su vida.
Los dos hijos, en una tarde de verano en que con intención de refrescarse en las aguas del río que pasaba por la ciudad, junto a un grupo de amigos, murieron ahogados al ser llevados por la corriente de agua, en aquellos momentos muy crecida. Los dos hermanos desaparecieron hasta ser encontrados días después en las proximidades de otra población, hasta donde fueron arrastrados.
Después del trágico hecho Juan Carlos Molina no pudo sobrevivir a la pérdida de sus hijos adolescentes, de 18 y 16 años respectivamente.
La casi inmediata desaparición del padre dejó sola a Cristina, la esposa, quien volcó toda su ternura en Silvia la pequeña y dolorida hermanita, que sólo contaba con 10 años de edad.
Esta circunstancia sostuvo en pie a la madre, que procuro llevar adelante la vida, protegiendo a la niña y preocupándose por su educación. Así fue como Silvia concluyó la escuela primaria en un colegio religioso, continuando estudios de Secretariado Comercial en el mismo.
Las dificultades económicas ante la falta de la presencia del padre, cuyos negocios quedaron abandonados y con un patrimonio de poca significación, hizo que las mujeres tuvieran que buscar los medios para seguir viviendo dignamente.
Fue así como, antes de egresar Silvia del Liceo como Secretaria Comercial, entró de inmediato a trabajar en los escritorios de una conocida firma comercial.
La joven cumplía sus tareas y después de las horas de trabajo, continuaba en el hogar con actividades que le reportaban ingresos, que le permitían atender las necesidades del hogar, conjuntamente con el sueldo que recibía de la firma donde trabajaba.
En las oficinas había un gran número de empleados, entre los que se encontraba Silvia. Cuando la joven llegó esa mañana, aún no se había disipado su cansancio de la noche anterior. Instantes después, sonó el timbre de la gerencia; empujó la puerta intermedia que comunicaba con el escritorio de su Jefe y se halló frente a aquel, que leía atentamente una carta llegada en el primer correo de ese día.
Don Jaime Martínez, gerente de la casa Moly y Cia., hizo ademán de ajustarse los anteojos, levantó su mirada hacia la secretaria y con voz grave en la que podía advertirse cierta imponencia le dijo:
—Señorita Molina, acabo de recibir un comunicado por el cual, se me hace saber que en mi lugar, otro gerente -consultó el papel que aún conservaba en su mano y leyó el nombre- Ernesto Guzmán, vendrá a hacerse cargo de este puesto. Será usted quien se encargue de informarle de las actividades desempeñadas por la casa, y espero que a las órdenes del nuevo jefe, cumpla satisfactoriamente con sus tareas, tal como lo ha hecho hasta hoy.
Trataré de hacerlo -respondió Silvia, que ya estaba acostumbrada a sentir sobre sí la responsabilidad de su cargo.
Serían aproximadamente las diez de la mañana del día siguiente, cuando fue llamada por su jefe, quien se encontraba en compañía de Ernesto Guzmán. La joven se puso de inmediato a las órdenes de este último, que con la valiosa cooperación de la inteligente secretaria, fue informándose de las operaciones realizadas por Moly y Cia.
En los días subsiguientes al de su llegada, gerente y empleada, pasaban juntos largas horas durante las que, a la vez que cumplían con su tarea, iban realizando mutuas observaciones personales.
A pesar de que la voz de la joven se limitaba a enunciar cifras comerciales, su superior no pudo menos que detenerse más de una vez para mirarla atentamente. Algo le atraía en Silvia, pero no podía explicarse qué era lo que en realidad la hacía tan interesante a sus ojos. Ella a su vez, había entrevisto en Ernesto Guzmán, a un hombre muy dueño de si y de múltiples conocimientos.
Al servicio de su nuevo jefe, la joven se había sentido desorientada en un principio, pero no tardo en recobrarse a causa de que aquel se mostraba muy amable, no obstante su seriedad y corrección.
Con el transcurso del tiempo, las relaciones se fueron estrechando cada vez más, hasta que llegó el día en que ambos comprendieron, que estaban unidos por un sentimiento ajeno por completo a su labor. Entre ellos no había habido otro intercambio de palabras, que las estrictamente necesarias, pero sus miradas se habían encontrado más de una vez, provocando la turbación en ambos. Se sentían atraídos mutuamente y sólo faltaba una palabra o un gesto para que se revelara.
Después de una noche de insomnio, Ernesto Guzmán se paseaba nerviosamente por su escritorio. Había sido el primero en llegar a la oficina, sorprendiendo al portero, y parecía muy preocupado por algún negocio de importancia.
Pero su intranquilidad era de otra naturaleza. Tres meses hacía que se hallaba en su cargo de gerente, tres meses durante los que inconscientemente, se había ido enamorando de Silvia. No le era posible seguir trabajando al lado de la joven, sin hacerle saber el sentimiento que había despertado en su alma.
Así de pie, se podía apreciar su estatura y la vigorosa complexión de su físico. De su mirada oscura, parecía desprenderse cierta fuerza magnética; y un trazo enérgico delineaba su boca de labios bien formados. Su mentón algo saliente, le daba un aspecto autoritario que hacía aún más atractiva su interesante persona.
Después de haber medido varias veces la habitación a grandes pasos, consultó su reloj, y viendo que marcaba las ocho horas y diez minutos, oprimió el timbre a cuyo sonido acudió Silvia. —¿Llamaba Señor Guzmán?
Silvia... -Se estremeció al oírse llamada por su nombre.
El gerente que advirtió la turbación de su empleada, sonrió imperceptiblemente y prosiguió:
"Debo hablar con usted fuera de las horas de oficina". La joven no supo que responder, solo asintió débilmente con una ligera inclinación de cabeza y salió.
Ya en su mesa de trabajo empezó a coordinar ideas. ¿Sabría el Señor Guzmán (su "Ernesto” como ella lo llamaba a solas) la secreta admiración y amor que ella le profesaba? ¿Habría adivinado que desde hacía dos meses, su imagen no se borraba del corazón de la joven?
Desde esa misma tarde Ernesto y Silvia fueron novios. No podía ser de otro modo; se amaban. Para ella que sólo había conocido amarguras y contrariedades, ese amor fue como un don celestial, al que se entregó con todas las fuerzas de su corazón y con todo el poder de su inteligencia.
Un latido de vida pareció recorrer todo su ser. En sus ojos se pintó un brillo de ansiedad y la melancolía desapareció, dejando en su lugar una expresión inefable de jubilosa espera. Silvia se sabía novia, y este pensamiento bastaba para hacerla feliz. Ernesto también era dichoso, sus sentimientos respondían ampliamente a los de la joven. Estaba íntimamente satisfecho de haber alejado la tristeza del rostro de su amada, de haber puesto en aquella alma juvenil, prematuramente castigada, resplandor de auroras.
A medida que se iban conociendo íntimamente, ambos comprendían que estaban unidos por múltiples afinidades. Indudablemente, habían nacido uno para el otro.
Silvia estaba transformada, la presencia de Ernesto -su amor primero- sus manifestaciones de cariño y la inocente vanidad de saberse amada, disiparon por completo las sombras del pasado y la joven sintió la sublime alegría de vivir.
Silvia consultó por última vez al espejo y salio de su habitación en dirección a la pequeña salita en la que esperaba Ernesto. ¿Sabés que estás hermosa?... -exclamó (aquel) al verla. Se acercó a ella y llevando su mano a los labios, besó delicadamente las puntas de sus deditos rosados.
¿Rubores?... Vamos... ¿no eres acaso mi novia? Inquirió él con dulzura, al ver que los colores se extendían por su rostro.
Después se puso serio y miró atentamente a la joven diciendo lentamente:
—Silvia; va a hacer un año que somos novios. Hasta hoy todo ha sido ventura para nosotros. ¿Crees tú que el amor es solo felicidad y alegría?
Aquella pregunta sorprendió a la joven que se apresuró a responder.
—En verdad Ernesto, desde que somos novios nada ha venido a turbar nuestra dicha, pero creo que para que el amor se afirme, debe pasar necesariamente por ciertas pruebas.
—¿Y qué me dices tú, si nuestro cariño debiera pasar hoy por una de esas pruebas? Dijo él con cierta entonación que alarmó a la joven.
—¿Es que ocurre algo? Inquirió ésta anhelante.
Él tomó entre las suyas las manos de ella y tratando de ocultar su tristeza dijo en voz baja. —Debemos separamos.
Silvia no hablo. Él prosiguió. Esta separación no se prolongara mucho tiempo. Dentro de dos meses debo abandonar mi cargo actual, para trasladarme nuevamente a Buenos Aires. En cuanto logre regularizar mi posición, vendré en tu busca.
Silvia levantó la cabeza y Ernesto pudo ver que dos lágrimas asomaban en aquellos ojos amados. Entristecido por el sufrimiento reflejado en el semblante de su novia, la atrajo hacia él y la retuvo largo tiempo contra su pecho.

“Capítulo primero” de La Escritora, de Olga Fernández Núñez, ECC, Villa Nueva, 2009.

(*) Publicado en EL DIARIO del Centro del País, domingo 22 de febrero de 2008.-