20 AÑOS DESPUÉS
Primera parte
Se dice que una palabra es sinónimo de otra cuando posee la misma o similar significación, en el caso que hoy nos compete, universo, biblioteca y Borges, pueden actuar tranquilamente de sinónimos, ¿por qué?, porque esta tríada nos da la idea de inconmensurable, la idea de entrar por una puerta para desembocar en muchas otras, impensadas por cierto. Eso fue Borges, un camino hacia el infinito, el inicio certero de una lectura, pero el desconocimiento del destino.
En estos días se cumplen veinte años de la desaparición física de quien marcó de manera indeleble las letras de nuestra literatura argentina y mundial, un hombre que imaginó siempre su paraíso como una biblioteca.
Desde nuestras limitadas páginas decidimos homenajearlo desde algunos ángulos seguramente limitados también; porque la edición completa de EL DIARIO no alcanzaría para agotar las ópticas con que puede analizarse su vida y obra. Debido a la gran cantidad de trabajos presentados a nuestro medio, decidimos hacerlo en dos partes; en esta primera instancia, la gran ensayista Beatríz Sarlo nos da su visión cosmopolita de este argentino que se desplaza por varias culturas y que en su escritura rearma un mundo donde conviven su literatura con la de otros escritores contemporáneos y ya desaparecidos. Seguidamente la Dra. Ana Tissera nos cuenta como llegó a su vida el autor de EL INFORME DE BRODIE y de qué manera la acompaña para siempre. El escrito de César Mazza es una conjunción entre psicoanálisis y literatura, donde ésta última se adelanta a la primera y la convierte en una herramienta indispensable para el análisis de los casos. Para finalizar transcribimos el texto “Borges y yo”, una pieza ricamente confusa que viene a ilustrar minimamente su escritura.
Por Beatriz Sarlo
Casi no conocemos una "vida" de Borges por fuera de las historias de encuentros con los libros. Como también sucede con Sarmiento, el mito biográfico de Borges se funda en la apropiación de la literatura: EL QUIJOTE leído por primera vez en traducción inglesa; su versión a los nueve años de un cuento de Oscar Wilde; su leal fascinación por Chesterton, Kipling y Stevenson; sus traducciones de Kafka, Faulkner y Virginia Woolf; su amistad juvenil, en España; con el ultraísmo; la familiaridad con la poesía gauchesca y la aversión por las letras de tango; su caprichosa y productiva relación con Evaristo Carriego, poeta modesto que su padre había frecuentado; el gusto por escritores 'raros', marginales y menores; las antologías que preparó con sus amigos Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo; la desconfianza asordinada ante el criollismo de DON SEGUNDO SOMBRA; su ensueño frente a las literaturas escandinavas, LAS MIL Y UNA NOCHES y LA ODISEA; su traducción aporteñada de la última página del ULISES; su veneración por la Cábala y por la DIVINA COMEDIA.
No hay un escritor más argentino que Borges: él se interrogó, como nadie, sobre la forma de la literatura en una nación culturalmente periférica. Escribió en un encuentro de caminos. Su obra no es tersa ni se instala del todo en ninguna parte: ni en el criollismo vanguardista de sus primeros libros, ni en la erudición heteróclita(2) de sus cuentos, falsos cuentos, ensayos y falsos ensayos, a partir de los años cuarenta. Por el contrario, la obra de Borges está perturbada por la conciencia de la mezcla y la nostalgia por una literatura (europea) que un latinoamericano nunca vive del todo como naturaleza original(3). A pesar de la perfecta felicidad del estilo, la obra de Borges tiene en el centro una grieta: se desplaza por el filo de varias culturas, que se tocan en sus bordes. Borges desestabiliza las grandes tradiciones occidentales y las que conoció de Oriente, cruzándolas (en el sentido en que se cruzan los caminos, pero también en el sentido en que se mezclan las razas) en el espacio rioplatense.
Borges cosmopolita, educado en Suiza durante la primera guerra mundial y antes de eso formado en los libros ingleses de la biblioteca familiar, plantea ya a comienzos de la década de 1920 las preguntas esenciales sobre cómo es posible escribir literatura en Argentina. De cara al pasado criollo, Borges quiere evitar las trampas del color local, que sólo producen una literatura regionalista y estrechamente particularista; pero no renuncia a una densidad cultural que le llega desde el pasado y forma parte de una historia propia. Allí, todavía muy cerca de Borges, estaba el siglo XIX, la saga familiar de las guerras civiles, las peleas de indios y blancos en décadas implacables, sangrientas e injustas. Estas huellas del pasado argentino no desaparecen jamás de la obra de Borges; por el contrario, su literatura cumple, entre otras tareas, la de volver a armar los fragmentos dispersos de una tradición, y articular la escritura propia con la escritura de otros argentinos ya muertos.
Lo primero que hace Borges es rearmar una línea cultural para ese lugar ex-céntrico que es su país. Esta operación estética e ideológica recorre su obra en la década del veinte y la primera mitad de la década del treinta. Pero la cuestión no se clausura entonces: el problema de la cultura argentina vuelve a las ficciones de Borges hasta sus últimos libros, como lo prueban varios cuentos de este volumen.
Borges reinventa un pasado y organiza una tradición literaria argentina en operaciones que son contemporáneas a su lectura de las literaturas extranjeras. Más aún: puede leer como lee las literaturas extranjeras, porque ha leído la literatura rioplatense; y está en condiciones de descubrir el 'tono' rioplatense porque no se siente un extraño entre los libros ingleses y franceses. En Borges, el cosmopolitismo es la condición que hace posible imaginar una estrategia para la literatura argentina. Inversamente, el reordenamiento de las tradiciones culturales nacionales habilita a Borges para cortar, elegir y reordenar desprejuiciadamente las literaturas extranjeras, en cuyo espacio se maneja con la libertad de un marginal que hace un uso libre de todas las culturas. Desde la periferia, Borges logra que su literatura se relacione de manera no dependiente con la literatura occidental. Hace del margen una estética.
(1) Fragmento del "Prólogo" a EL INFORME DE BRODIE, aparecido en San Pablo, Brasil, 1995.
(2) El adjetivo es usado por Sylvia Molloy en su inteligente análisis de las enumeraciones de Borges (Las letras de Borges, Buenos Aires, Sudamericana, 1979).
(3) Esta tesis fue por primera vez expuesta por Emir Rodríguez Monegal en Borges par lui-même, Paris, Seuil, 1970.
AL CABO DE LOS AÑOS
Por Ana Tissera
Borges decía que una persona tiene a lo largo de sus días dos o tres ideas y se pasa la vida rescribiéndolas. Afortunadamente una de las mías ha estado ligada a su escritura. Quiero contar entonces, a modo de gratitud, sin cartas académicas y desde el afecto, cómo llegué a él, de qué manera sus palabras me acompañaron durante casi veinte años.
Creo haberlo conocido en el subsuelo de la Biblioteca Mayor de la Universidad Nacional de Córdoba, cuando, buscando en el polvo de sus archivos revistas literarias de los años veinte que atestiguaran la presencia de Alfonso Reyes en Argentina, encontré y guardé para mí el siguiente párrafo: “La dicha no es menos poetizable que el infortunio, y ser feliz es cualidad no menos plausible que ser genial” (Proa 11, 1925). La idea nació a propósito de una obra, EL FAUSTO CRIOLLO de Estanislao del Campo. Se trataba de fortalecer los signos de la esperanza criolla que sus jóvenes años sublimaban. Pero también se trataba de una profesión de fe: hacer de la palabra poética un ejercicio moralmente constructivo. Esta suerte de actitud escrituraria tomó durante la segunda guerra mundial forma de relato –“El milagro secreto”, “El jardín de los senderos que se bifurcan”, “Pierre Menard autor del Quijote”-; recuperó tonos de alegría luego de la caída de Perón, como puede leerse en los “Poemas de los dones”; y, tras un breve periodo de narraciones que cuestionan los adversos años setenta, Borges regresa definitivamente a sí mismo, a la poesía: año 1975.
El optimismo inicial parece perdido en los libros que van desde LA ROSA PROFUNDA a LA CIFRA. Sin embargo el largo aliento de sus carencias –“Defiéndeme, Señor, no de la espada o de la roja lanza”, “Y me prodiga el animoso destierro, que es acaso la forma fundamental del ser argentino”, “Soy una llave que ha perdido su puerta”, moldea una vasija de nombres, pocos, que pueden salvar al mundo: Sir Thomas Browne, Montaigne, Stevenson. Al cabo de los años, digo, la memoria aprieta la forma de felicidad que le estuvo permitida: la justicia poética.
BORGES Y LOS PSICOANALISTAS
Por César Mazza
Al leer el relato “Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius” de Jorge Luis Borges (FICCIONES) no podemos dejar de advertir la inquietante conjunción entre un objeto, sólo en apariencia familiar, tal como lo es el espejo y un término, si bien corriente para nada unívoco, la paternidad. Dicha relación nace a propósito de una cita rescatada por uno de los personajes en la ENCICLOPEDIA BRITÁNICA. El relato, entonces, hace deslizar que tanto el espejo como el padre son abominables porque poseen la capacidad de multiplicar el número de los hombres. Cabe señalar que en el universo borgiano un libro, un espejo y un padre pasarán a formar parte de la intriga. El espejo en Borges, en algunas ocasiones, se constituye en una pesadilla porque no nos refleja una imagen amable, una representación donde nos podamos sentir a gusto con la buena forma que desearíamos que nos devuelva. No, se tratará en todo caso de una perspicaz ironía que desnuda la ingenuidad de una concepción del mundo anclada en dos términos: lo bueno y lo malo, la civilización y la barbarie, el cielo y la tierra, por ejemplo. El régimen que pretende instaurar el espejo (y que lo logra en infinidad de casos) se sitúa en el lugar de dominación que ejerce una cultura sobre otra. Pero el margen, la grieta que permitirá ir más allá, subvertir el orden del espejo lo podrá dar “actuar dentro de una cultura (la occidental) y al mismo tiempo no sentirse atados a ella por ninguna devoción especial (...) manejar todos los temas europeos, manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene consecuencias afortunadas.” (“El escritor argentino y la tradición”). Por lo tanto, el mundo que se lee en Borges desarma la superstición de una realidad centrada en el Uno del espejo.
¿Qué importancia tiene la obra de Borges para el psicoanálisis? Se puede comenzar señalando un dato para nada menor: Borges es el único autor “argentino” citado por el psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981). Así es que encontramos en las primeras páginas de los ESCRITOS una referencia al artículo “El idioma analítico de John Wilkins” (OTRAS INQUISICIONES). Otro antecedente es el de Oscar Masotta, ese “irreverente” argentino que funda la orientación lacaniana en nuestro país, acuña en los años ’70 la frase “un borgismo siempre será pertinente al analista”. Frase que delinea un intenso programa (investigación, gusto por la polémica, sentido de la parodia y la política, etc.) como el que lleva adelante Germán García en el “proyecto Descartes”.
En la gesta que el psicoanalista francés Jacques-Alain Miller despliega tanto en la teoría como en el plano de las instituciones analíticas (Asociación Mundial de Psicoanálisis que reúne las Escuelas de psicoanálisis) encontramos una importante referencia borgiana.
La literatura se adelanta al psicoanálisis, el analista podrá extraer de su operación de lectura aplicaciones en su clínica y un lugar irreverente para el psicoanálisis en una cultura como la nuestra.