HORACIO QUIROGA
VOCACIÓN Y SUDOR EN LAS LETRAS RIOPLATENSES
“El arte es, pues, un don del cielo;
pero su profesión no lo es.”
Horacio Quiroga - La profesión literaria.
La historia de Horacio
Quiroga es atrapante, quizás, mucho más que sus propios cuentos.
La presente nota
intenta mostrar algunos de los aspectos que envuelven la vida de este gran
creador, que a principios de siglo, y desde un inhóspito lugar forjó, su vida,
su obra y el mito. Un hombre que se construyó a sí mismo como uno de los primeros
escritores profesionales del país y que luchó por el estatus del intelectual. Priorizamos,
en esta oportunidad, algunas de las empresas que Quiroga emprendió y como su
escritura navegó por las aguas del cuento “para adultos” y al mismo tiempo, en las
aguas de la literatura infantil. Esbozaremos también su pasión por el cine mudo,
que lo motivó a transponer en sus escritos, algunos recursos que este arte
comenzaba a desarrollar.
En suma, un pequeño
itinerario, de los múltiples posibles, que culmina con dos opiniones
encontradas sobre uno de sus cuentos más populares.
Por Darío
Falconi
eldiariocultura@gmail.com
Uruguayo, nacido en
Salto en 1878, llegó a la Argentina luego de la desgracia que le ocurriera al
disparársele una pistola y matar su amigo Federico Ferrando. Antes había visitado el país con un amigo para conocer a
Leopoldo Lugones, y declararle
su devoción. En 1903 se alistó como fotógrafo en una expedición a las ruinas
jesuíticas de San Ignacio, que Joaquín V. González le encomendó al autor de “Romances del Río Seco”. Allí
descubrió y se deslumbró con el universo misionero.
Poco tiempo más
tarde, con el dinero de la herencia paterna y gracias a las facilidades que le
otorgó el Estado, compró 185 hectáreas en San Ignacio, en una meseta con vista
al Paraná. Acondicionó ese terreno que muchos consideraban improductivo,
levantó su bungalow y su casa de piedra, y con el tiempo, la convirtió en el
paraíso que soñó; el hogar que pensó para vivir con su familia, aunque los
suyos no lo creyeron así.
La muerte en Quiroga es
una constante, que muchas veces nos hemos ocupado de resaltar en los análisis o
comentarios; porque si bien es cierto que este hecho es innegable, pareciera
ser el único que existe en el imaginario social. Nos limitaremos solamente a
decir que la cadena trágica abarcó todos los miembros de su familia, pero no
culminó con la propia; se prolongó como dice Jorge Lafforgue, como un “eco maldito” hacia sus amigos y a sus tres
hijos.
En Misiones Quiroga
se transformó en nuestro Robinson Crusoe, un hombre multifacético e
hiperactivo. Fue su propio albañil, carpintero, cazador, inventor de pequeñas
maquinarias, artesano, cocinero, entre otras muchas profesiones; sin dejar de
ser padre y escritor.
Un rasgo característico
fue su afán por la perfección en sus emprendimientos, las cartas que le envió a
su peón Isidoro Escalera,
revelan al hombre muy meticuloso, que indicó epistolarmente -cuando residía en
Buenos Aires- como debía hacerse tal o cual cosa; explicó con lujo de detalles
las medidas de lo que quería construir, el material a utilizar, el lugar donde
debía colocarse e incluyó croquis a modo de muestra, para evitar confusiones.
Generalmente se
levantaba muy temprano y su infatigable andar, culminaba a altas horas de la
noche cuando lo vencían el sueño en complicidad con el cansancio; hay cartas a
Ezequiel Martínez Estrada, su hermano
de alma, donde detalla cronológicamente (con horas y minutos) las
actividades que realizaba en la jornada.
EL ESCRITOR
PROFESIONAL
Al parecer de muchos
intelectuales, el autor de “Los desterrados” se manifestó contradictorio, no
era como los demás un “intelectual de los libros”, sino un “intelectual de la
vida”. No se ajustaba a la definición tradicional de escritor, su aspecto era
descuidado y dedicaba muchas horas al trabajo manual; al caer la noche leía, o
bien plasmaba sus ideas en el papel. Su ser era como el ying/yang, una perfecta
homeóstasis entre el trabajo duro y el intelectual.
En sus cuatro décadas
de escritura literaria, publicó poemas, cuentos, novelas, teatro, y algunas de
sus variantes; pero aparcó en el género corto y profundizó en él como nadie lo
había hecho. Cuentista innato le escribió a César Tiempo (seudónimo de Israel Zeitlin), “Salvo opinión mejor, creo que no se me puede sacar
del cuento. No dejan de ocurrírseme situaciones escénicas; pero las resuelvo
contadas”.
En las primeras
décadas del 1900, el cuento no gozaba de prestigio, Quiroga luchó por darle el
lugar que Edgar Allan Poe le dio
en Estados Unidos y creemos que lo consiguió; teorizó sobre el arte de narrar,
y opinó públicamente sobre la situación de los escritores. Para ello recomendamos
revisar artículos como “El manual del perfecto cuentista”, “La retórica del
cuento”, “Los trucs del perfecto cuentista”, “La profesión literaria”,
“Decálogo del perfecto cuentista” o bien el tomo VII de las “Obras inéditas y
desconocidas”.
El salteño fue un eslabón fundamental en el proceso de formación de los
escritores profesionales, entendido a éste, como el intelectual que se
destacaba por su labor, pero que aspiraba a vivir de lo que escribía. Esta
actitud le trajo muchos problemas y un mal pasar económico; en las cartas que
envió a sus amigos el tema es recurrente: las dificultades para vender y/o
cobrar sus textos, la solicitud de adelantos a editoriales, el retiro de
trabajos que no considero bien pagos o que no se publicaban, entre otros.
Fue uno de los
escritores más prolíficos de la época, pero en general escribía “incitado por
la economía”; por este motivo muchos de sus textos han quedado diseminados en
los distintos medios gráficos del país y del Uruguay. A este respecto es
destacable el importantísimo trabajo que está coordinando Jorge Lafforgue y Pablo Rocca; una publicación de Losada de
cinco volúmenes con sus “Obras”; el proyecto editorial quiroguiano más completo
hasta la fecha. En él se reúnen sus libros de cuentos, novelas, cuentos
dispersos no publicados en libros, cartas, artículos de cine y teatro. Pero
también hay que resaltar, y mucho, los trabajos de Olga Zamboni, Antonio Hernán
Rodríguez, Nicolás Capaccio
y otros misioneros, que se encargaron de mostrarnos a Quiroga con una óptica
diferente a los de la mirada porteña. Todos ellos y muchos otros, aportaron los
nutrientes necesarios para lograr una aproximación más completa de la vida y
obra de este cuentista.
EL SÉPTIMO ARTE
El cine como práctica
social en este país, comenzó siendo una característica de la clase media/baja;
una forma de arte no reconocida por intelectuales. Quiroga, quien siempre estaba
atento a las nuevas tecnologías y amaba el arte de la imagen, tanto inmóvil
como en movimiento, fue convocado para escribir críticas en los magazines y
diarios porteños.
Publicó alrededor de
setenta críticas y comentarios a filmes en medios como “Caras y Caretas”
(1919/1920), “Atlántida” (1922), “El Hogar” (1927/1928), “La
Nación” y “Mundo Argentino”.
Utilizó en sus
escritos los conocimientos literarios como herramienta, ya que no existía o no
estaba difundida ninguna teoría que lo ayudase en esta empresa; recién en
Estados Unidos o Francia comenzaban a ensayarse teorías sobre este arte. Otro
aspecto importante, es el hecho de que se le retribuyera por este trabajo, que
generalmente era vocacional.
TRANSPOSICIÓN
LITERARIA
La tarea antes
mencionada, facilitó la realización de un proceso inverso de transposición al
que generalmente se hace; Quiroga extrajo materia prima de la pantalla y la
aplicó a sus cuentos, ejemplo son: “El espectro”; “El vampiro”; “Miss Dorothy
Phillips, mi esposa”; “El puritano”. No conforme con eso, incorporó a su
técnica narrativa recursos como el zoom en “Las moscas” o “El hombre muerto”;
recursos psicológicos en “El hijo”, entre otros. Su insaciable interés lo llevó
a escribir guiones cinematográficos como “La jangada”, “La gallina degollada”,
o piezas dramáticas como “Las sacrificadas” o “El soldado”; además del intento
fallido de fundar una Escuela Normal del Cinematógrafo con Manuel Gálvez.
Lo que Quiroga no
supo, fue que su narrativa inspiraría, de manera póstuma, a directores
nacionales y extranjeros a filmar cintas como, “Historias de amor, de locura y
de muerte” (1994); la miniserie misionera “Horacio Quiroga entre personas y
personajes” (1987); “Prisioneros de la tierra” (1937); “Los verdes paraísos” (1947);
inclusive cortos como “Mocoso malcriado” (1993), o una adaptación de “La
gallina degollada” para la televisión alemana, entre otros materiales
recientes.
LITERATURA INFANTIL
No solo Quiroga fue el “escritor de la muerte”, fue también el “escritor
de los niños”, combinando dos elementos que amaba: los animales y sus hijos. A
éstos últimos les descubrió mediante cuentos, las bondades y los peligros de la
selva; allí en ese lugar donde pasaron su infancia, el padre les relató
historias de animales que vivían y sientían como humanos. Éstas no quedaron
sólo en el plano familiar, el escritor rioplatense las exportó al ámbito de las
revistas culturales, como: “Mundo Argentino”, “Billiken”, “Caras
y Caretas”, y otras. Posteriormente, y como era su costumbre con la mayoría
de sus libros, realizó una selección y la tituló “Cuentos de la selva”. El
estilo de estos escritos, narrados de manera oral en algunos casos, se
presentaron estructuralmente como cuentos, comentarios y hasta descripciones
del ambiente selvático.
Esta empresa, inexplotada
por aquellos tiempos, lo llevó a producir con su amigo Leonardo Glusberg, un libro de lectura para
cuarto grado que llamaron “Suelo natal”. Allí se mezclaron textos de ambos
autores, que si bien no llevaron firmas, no es difícil atribuir que obra
pertenecía a uno y al otro. Este dúo tenía pensado realizar en meses
posteriores otros libros similares, para el quinto y sexto grado, proyecto que
quedó en el camino.
LA CRÍTICA DE QUIROGA
Escritores y críticos
reconocidos como: Julio Cortázar,
Abelardo Castillo, Juan Bosch, Enrique Anderson Imbert, Carlos Fuentes,
Ricardo Piglia, Ezequiel Martínez Estrada, Jorge Ribera, Beatríz Sarlo, Jorge Lafforgue, Eduardo Romano,
Napoleón Baccino Ponce de León, Emir Rodríguez Monegal, Pablo Rocca, Carlos Dámaso Martínez, entre muchos otros han manifestado sus elogios
para con Horacio Quiroga.
Quizás, uno de los pocos que fallaba en contra fue Jorge Luis Borges quien expresó que “Quiroga [es],
un escritor muy mediocre y un escritor capaz de increíbles torpezas. Por
ejemplo, leí, hará unos cuatro años, un cuento de Quiroga, “A la deriva”, en
que se habla de un hombre que creo que remonta un río y que es mordido por una
serpiente. Pues bien, en ese cuento no se sabe que es lo que se refiere a la
historia precisa y qué es lo que se refiere a lo que el hombre habitualmente
hacía. Es decir, ese relato está lleno de ambigüedades innecesarias que
corresponden a la torpeza literaria del autor”. Sin embargo “A la deriva”
es considerada una de las mejores obras narrativas de Latinoamérica y tomada
como muestra cabal de lo que es un excelente cuento. Son muchos los registros
que confrontan con las palabras del autor de “El Aleph”; una de las tantas es
la que expresa Olga Zamboni, “[A la deriva] es el mejor ejemplo de la
calidad narrativa de Quiroga fundada en la brevedad y justeza expresivas,
modelo en su género”.
Para dirimir estas dos posiciones, invocaremos
una tercera voz. Abelardo Castillo afirma “hay
muchas maneras de probar la excelencia de una obra; la más educada y sencilla
es buscar sus ecos en los que vinieron después”. Si aún hoy, seguimos
leyendo a Quiroga y escuchando los ecos de sus historias, ya no quedan dudas de
que su literatura aún destella, como una hermosa perla, entre la frondosa
vegetación de la selva misionera.
Publicado en EL DIARIO del Centro del País
Domingo 29 de julio de 2012
Villa María, Córdoba, Argentina.