LECTURAS DE VERANO 2010
Como se habrá podido dar cuenta lector, ha sido más que voluminosa nuestra respuesta al llamado para las Lecturas de Verano de este año. Tal es así que aún nos siguen quedando cuentos y poemas por publicar y el verano se nos va yendo. Esperamos poder cumplir con todos ustedes. Para hoy son tres los escritores que leeremos:
Rubén Rüedi es villamariense, poeta, narrador e historiador. Ha publicado los siguientes libros: “Duendes de fuego” (1985), “Caminos del amanecer” (1986), “Corazonando” (1989) “Cartas del otoño” (1993), “Canto a los pájaros” (1996), “Matria” (1999), “Procesión” (2000), “Tras un manto de neblina” (2002), “La Aldea – Villa María en tiempos fundacionales” (2003), “Pasco, centenario de los primeros pobladores” (2007), “Antonia” (2007), “Noches serenateras” (2010) y tiene previsto presentar en poco tiempo el libro “Salvato”, referida a la vida del mencionado padre.
Es autor, también, de la “Cantata a Villa María” (1997), junto a Bernardino Calvo y Graciela Yessín, obra presentada en la ciudad de Villa María el 26 de setiembre de 1997, en el Teatro San Martín de la ciudad de Córdoba (1998) y en la Casa de la Cultura del Gobierno Autónomo de la Ciudad de Buenos Aires (1998).
Autor, además, del documental “El hombre del corazón de pan”, sobre la vida y obra del padre Hugo Salvato – Premio ACORCA 2007 al mejor documental de la televisión por cable de la provincia de Córdoba.
El texto que hoy les proponemos corresponde a una serie de fábulas contenidas en el libro inédito “Clepsidra”.
De la mano de María Celia “Puqui” Charras nos llegó los cuentos infantiles de Nora Baker de Zandrino. Es ella quien nos la presenta de la siguiente manera: “Nació en Córdoba y actualmente vive en Villa María. Casada, cuatro hijos. Dedicada a la enseñanza de inglés. Formando parte desde hace más de 10 años de Red Viva Internacional filial Villa María (entidad que se dedica a la protección de la niñez). Asimismo día a día alterna su trabajo escribiendo cuentos y poemas. Sus narraciones están dirigidas principalmente a lectorcitos pequeños. Sus cuentos son especiales para ellos, por más que también pueden gustarlos los grandes. En 2006 la Editorial Reko publicó su libro “¿Fútbol en un desierto caluroso?”. En el prólogo Marta Parodi, la que fuera su maestra y estímulo incondicional desde su guía animándola con su aporte crítico, diría de Nora, “¿Un libro para jugar? ¿Imaginar? ¿Ó para ponernos a volar?”
Fue en Villa Nueva, el 7 de diciembre de 1960 cuando “un colibrí / atravesó / con el pico / a un recién / nacido.” Lo llamaron Gustavo y es uno de los poetas más importantes de estas villas. Es ferroviario y continúa viviendo en su ciudad natal. Fue merecedor en el año 2003 del Premio para Autores Inéditos Glauce Baldovín con su libro “Patitos degollados” y en 2006 aparece un nuevo texto bajo el nombre de “Hermoso niño rubio”. Gustavo Borga publicó en la revista “La Guacha”, “Alguien llama”, en “El corredor mediterráneo” del diario Puntal y en EL DIARIO del Centro del País. Recientemente el sello editorial “llantodemudo” nucleó en un solo volumen sus dos libros, con la adición de algún poema inédito y el cuento que reproducimos en esta edición. Dicho libro lleva por nombre “Poesía reunida” y puede conseguirse en las librerías locales.
A disfrutarlos.
Como se habrá podido dar cuenta lector, ha sido más que voluminosa nuestra respuesta al llamado para las Lecturas de Verano de este año. Tal es así que aún nos siguen quedando cuentos y poemas por publicar y el verano se nos va yendo. Esperamos poder cumplir con todos ustedes. Para hoy son tres los escritores que leeremos:
Rubén Rüedi es villamariense, poeta, narrador e historiador. Ha publicado los siguientes libros: “Duendes de fuego” (1985), “Caminos del amanecer” (1986), “Corazonando” (1989) “Cartas del otoño” (1993), “Canto a los pájaros” (1996), “Matria” (1999), “Procesión” (2000), “Tras un manto de neblina” (2002), “La Aldea – Villa María en tiempos fundacionales” (2003), “Pasco, centenario de los primeros pobladores” (2007), “Antonia” (2007), “Noches serenateras” (2010) y tiene previsto presentar en poco tiempo el libro “Salvato”, referida a la vida del mencionado padre.
Es autor, también, de la “Cantata a Villa María” (1997), junto a Bernardino Calvo y Graciela Yessín, obra presentada en la ciudad de Villa María el 26 de setiembre de 1997, en el Teatro San Martín de la ciudad de Córdoba (1998) y en la Casa de la Cultura del Gobierno Autónomo de la Ciudad de Buenos Aires (1998).
Autor, además, del documental “El hombre del corazón de pan”, sobre la vida y obra del padre Hugo Salvato – Premio ACORCA 2007 al mejor documental de la televisión por cable de la provincia de Córdoba.
El texto que hoy les proponemos corresponde a una serie de fábulas contenidas en el libro inédito “Clepsidra”.
De la mano de María Celia “Puqui” Charras nos llegó los cuentos infantiles de Nora Baker de Zandrino. Es ella quien nos la presenta de la siguiente manera: “Nació en Córdoba y actualmente vive en Villa María. Casada, cuatro hijos. Dedicada a la enseñanza de inglés. Formando parte desde hace más de 10 años de Red Viva Internacional filial Villa María (entidad que se dedica a la protección de la niñez). Asimismo día a día alterna su trabajo escribiendo cuentos y poemas. Sus narraciones están dirigidas principalmente a lectorcitos pequeños. Sus cuentos son especiales para ellos, por más que también pueden gustarlos los grandes. En 2006 la Editorial Reko publicó su libro “¿Fútbol en un desierto caluroso?”. En el prólogo Marta Parodi, la que fuera su maestra y estímulo incondicional desde su guía animándola con su aporte crítico, diría de Nora, “¿Un libro para jugar? ¿Imaginar? ¿Ó para ponernos a volar?”
Fue en Villa Nueva, el 7 de diciembre de 1960 cuando “un colibrí / atravesó / con el pico / a un recién / nacido.” Lo llamaron Gustavo y es uno de los poetas más importantes de estas villas. Es ferroviario y continúa viviendo en su ciudad natal. Fue merecedor en el año 2003 del Premio para Autores Inéditos Glauce Baldovín con su libro “Patitos degollados” y en 2006 aparece un nuevo texto bajo el nombre de “Hermoso niño rubio”. Gustavo Borga publicó en la revista “La Guacha”, “Alguien llama”, en “El corredor mediterráneo” del diario Puntal y en EL DIARIO del Centro del País. Recientemente el sello editorial “llantodemudo” nucleó en un solo volumen sus dos libros, con la adición de algún poema inédito y el cuento que reproducimos en esta edición. Dicho libro lleva por nombre “Poesía reunida” y puede conseguirse en las librerías locales.
A disfrutarlos.
FÁBULA DE LOS OJOS
Rubén Rüedi
El invierno asolaba las planicies de África.
Los pastos estaban secos y las orugas buscaban los socavones de la tierra para aletargar su existencia a la espera de la mutación.
El homínido se quedó mirando la tierra yerma. Sintió en su cerebro una fuerte opresión.
Asentado en sus cuatro extremidades se desplazó algunos siglos más.
De pronto se detuvo.
Conmocionado sacudió la cabeza a uno y otro lado.
Volvió a padecer agudos dolores en las sienes.
Estaba pensando.
Habían pasado infinidad de milenios y entonces decidió, audazmente, erguirse en sus patas.
Y así anduvo, bamboleándose, por otros miles de años.
Hasta que sintió una fuerte rigidez en la espalda.
Era el crucial momento en que pasaba a ser bípedo.
Entonces, comenzó a percibir la liviandad de sus brazos que perdían fuerza y rigidez.
Pudo así utilizarlos para tomar una piedra y romper las cáscaras de herméticos frutos o blandir una rama para sacudir los panales silvestres.
Pero también, ya erguido, pudo mirar de frente a los ojos de sus pares.
Y en los ojos de los otros descubrió a los propios.
Y en los ojos encontró lágrimas y destellos.
Alegrías y tristezas. Amor y odio.
Fue en aquel día de milenarias horas que nacieron las miradas.
Las torvas y las frontales.
Las turbias y las claras.
Y en las miradas se reflejaron la perfidia y el amor.
La venganza y la compasión.
El deseo y el desprecio.
La lívido y la frigidez.
La pureza y la miseria humana.
Y es desde entonces que sólo pueden mirar a los ojos los que viven de pie.
Rubén Rüedi
El invierno asolaba las planicies de África.
Los pastos estaban secos y las orugas buscaban los socavones de la tierra para aletargar su existencia a la espera de la mutación.
El homínido se quedó mirando la tierra yerma. Sintió en su cerebro una fuerte opresión.
Asentado en sus cuatro extremidades se desplazó algunos siglos más.
De pronto se detuvo.
Conmocionado sacudió la cabeza a uno y otro lado.
Volvió a padecer agudos dolores en las sienes.
Estaba pensando.
Habían pasado infinidad de milenios y entonces decidió, audazmente, erguirse en sus patas.
Y así anduvo, bamboleándose, por otros miles de años.
Hasta que sintió una fuerte rigidez en la espalda.
Era el crucial momento en que pasaba a ser bípedo.
Entonces, comenzó a percibir la liviandad de sus brazos que perdían fuerza y rigidez.
Pudo así utilizarlos para tomar una piedra y romper las cáscaras de herméticos frutos o blandir una rama para sacudir los panales silvestres.
Pero también, ya erguido, pudo mirar de frente a los ojos de sus pares.
Y en los ojos de los otros descubrió a los propios.
Y en los ojos encontró lágrimas y destellos.
Alegrías y tristezas. Amor y odio.
Fue en aquel día de milenarias horas que nacieron las miradas.
Las torvas y las frontales.
Las turbias y las claras.
Y en las miradas se reflejaron la perfidia y el amor.
La venganza y la compasión.
El deseo y el desprecio.
La lívido y la frigidez.
La pureza y la miseria humana.
Y es desde entonces que sólo pueden mirar a los ojos los que viven de pie.
* - * - * - * - * - * - * - * - *
CUENTO
Nora Baker de Zandrino
Norita vivía con su hermana Ramona en Ongamira: un hermoso valle entre las montañas de Córdoba.
Norita amaba las montañas. También amaba las plantas y los árboles. Conocía a cada uno por su nombre:
El Coco, el Tala y el Espinillo.
Le gustaba recorrer los lugares para asegurarse de que estaban bien y saludables. Los tocaba suavemente, como acariciándolos y les daba las gracias porque decía:
Para el dolor de muelas... Moradillo
y para la Pancita... Palo Amarillo
Sí, Norita amaba las plantas.
Pero, lo que más amaba eran los animales y tenía un lugar muy especial guardado en su corazón para su caballito, Alfonsina.
Alfonsina tenía ojos grandes, oscuros y tiernos, un soquete blanco y una cola larga, negra y alegre.
Todas las mañanas Norita llevaba a Alfonsina a tomar agua al arroyo. Luego iba a la montaña y la soltaba bajo la sombra de los árboles. Allí Alfonsina pasaba su día feliz; comiendo, corriendo y jugando. Al atardecer Norita la buscaba y la llevaba a un lugar seguro para dormir.
Una noche llovió mucho... MUCHO. Un enojado viento sopló sacudiendo ferozmente las ramas de los árboles. ¡Cómo crujían!
CRRR CRRR CRRRRR
Desde su cama Norita pensaba preocupada iPobres plantas!
A la mañana había un radiante sol y un cielo azul. Norita contenta pudo llevar su yegüita al arroyo como todos los días. Alfonsina, tomó largos tragos de agua. Luego Norita, dándole unas palmadas cariñosos en el anca PA PA PA PÁ la soltó entre la frescura de los árboles.
—Qué pases un lindo día, Afonsina -le dijo Norita y volvió a su casa.
Esa tarde, cuando bajaba el sol, Norita fue a buscar a su caballito como todas las tardes pero...! No la encontró…! y ¡No la encontró!
Alfonsina no estaba
Norita, asustada, la llamó:
Alfonsinaaaaaa... Alfonsiiiiiiiiiiina
Primero hubo un largo silencio. Luego a lo lejos, escuchó relinchos pero... relinchos de miedo; mucho, mucho miedo.
Jiiiiiiiii jiiiiiiiii jiiiiii
Parecían decir —Veníííííííííí, ayudame, por favor.
Norita corrió entre los árboles hacia los relinchos y encontró su caballito querido... ATRAPADA. Alfonsina estaba encerrada entre las ramas de un enorme árbol, caído en la tormenta de la noche.
Buscando pastito rico, Alfonsina, había llegado sin darse cuenta a un lugar peligroso. Caminando entre las grandes ramas caídas había entrado a un lugar pequeño, tan pequeño que era imposible darse vuelta para salir. Estaba atrapada y eso le producía mucho temor.
Norita escuchó el miedo en su voz y lo vio en sus ojos oscuros. Todo su cuerpo temblaba. Cuánta tristeza le dio ver a su caballito así. Acarició suavemente su cuello para tranquilizarla y le dijo —Te prometo que te sacaré de aquí.
Norita, corrió, corrió y corrió. Volvió con su machete y se puso a cortar las ramas que la atrapaban cuidando mucho de no lastimarla al hachar. Después de mucho trabajar Alfonsina quedó libre. Llenó la cara de Norita con resoplidos calentitos y le regaló besitos blandos de gratitud.
—¡Vamos, Alfonsina! Vamos a casa. Después de un susto tan grande yo te voy a regalar una sorpresa!
Norita la llevó hasta los frutales. Llenó un viejo canasto con manzanas verdes y se las dio a Alfonsina.
Alfonsina comió feliz mientras Norita acariciaba su cuello tibio. —¡Mi caballito querido! ¿Qué haría sin vos?
Alfonsina sin dejar de comer contestó con un largo resoplido
Brrrrrrffff Brrrff
de FELICIDAD.
Nora Baker de Zandrino
Norita vivía con su hermana Ramona en Ongamira: un hermoso valle entre las montañas de Córdoba.
Norita amaba las montañas. También amaba las plantas y los árboles. Conocía a cada uno por su nombre:
El Coco, el Tala y el Espinillo.
Le gustaba recorrer los lugares para asegurarse de que estaban bien y saludables. Los tocaba suavemente, como acariciándolos y les daba las gracias porque decía:
Para el dolor de muelas... Moradillo
y para la Pancita... Palo Amarillo
Sí, Norita amaba las plantas.
Pero, lo que más amaba eran los animales y tenía un lugar muy especial guardado en su corazón para su caballito, Alfonsina.
Alfonsina tenía ojos grandes, oscuros y tiernos, un soquete blanco y una cola larga, negra y alegre.
Todas las mañanas Norita llevaba a Alfonsina a tomar agua al arroyo. Luego iba a la montaña y la soltaba bajo la sombra de los árboles. Allí Alfonsina pasaba su día feliz; comiendo, corriendo y jugando. Al atardecer Norita la buscaba y la llevaba a un lugar seguro para dormir.
Una noche llovió mucho... MUCHO. Un enojado viento sopló sacudiendo ferozmente las ramas de los árboles. ¡Cómo crujían!
CRRR CRRR CRRRRR
Desde su cama Norita pensaba preocupada iPobres plantas!
A la mañana había un radiante sol y un cielo azul. Norita contenta pudo llevar su yegüita al arroyo como todos los días. Alfonsina, tomó largos tragos de agua. Luego Norita, dándole unas palmadas cariñosos en el anca PA PA PA PÁ la soltó entre la frescura de los árboles.
—Qué pases un lindo día, Afonsina -le dijo Norita y volvió a su casa.
Esa tarde, cuando bajaba el sol, Norita fue a buscar a su caballito como todas las tardes pero...! No la encontró…! y ¡No la encontró!
Alfonsina no estaba
Norita, asustada, la llamó:
Alfonsinaaaaaa... Alfonsiiiiiiiiiiina
Primero hubo un largo silencio. Luego a lo lejos, escuchó relinchos pero... relinchos de miedo; mucho, mucho miedo.
Jiiiiiiiii jiiiiiiiii jiiiiii
Parecían decir —Veníííííííííí, ayudame, por favor.
Norita corrió entre los árboles hacia los relinchos y encontró su caballito querido... ATRAPADA. Alfonsina estaba encerrada entre las ramas de un enorme árbol, caído en la tormenta de la noche.
Buscando pastito rico, Alfonsina, había llegado sin darse cuenta a un lugar peligroso. Caminando entre las grandes ramas caídas había entrado a un lugar pequeño, tan pequeño que era imposible darse vuelta para salir. Estaba atrapada y eso le producía mucho temor.
Norita escuchó el miedo en su voz y lo vio en sus ojos oscuros. Todo su cuerpo temblaba. Cuánta tristeza le dio ver a su caballito así. Acarició suavemente su cuello para tranquilizarla y le dijo —Te prometo que te sacaré de aquí.
Norita, corrió, corrió y corrió. Volvió con su machete y se puso a cortar las ramas que la atrapaban cuidando mucho de no lastimarla al hachar. Después de mucho trabajar Alfonsina quedó libre. Llenó la cara de Norita con resoplidos calentitos y le regaló besitos blandos de gratitud.
—¡Vamos, Alfonsina! Vamos a casa. Después de un susto tan grande yo te voy a regalar una sorpresa!
Norita la llevó hasta los frutales. Llenó un viejo canasto con manzanas verdes y se las dio a Alfonsina.
Alfonsina comió feliz mientras Norita acariciaba su cuello tibio. —¡Mi caballito querido! ¿Qué haría sin vos?
Alfonsina sin dejar de comer contestó con un largo resoplido
Brrrrrrffff Brrrff
de FELICIDAD.
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MI PADRE SE GOLPEABA LA CABEZA CON UNA PIEDRA
Gustavo Borga
Mi padre se golpeaba la cabeza con una piedra. Se paraba en el patio. Agarraba la piedra con las dos manos y la levantaba a la altura de la frente. Luego la chocaba reiteradamente con la cabeza. Mi madre y mis tres hermanas salían al patio gritando y llorando como locas. Luego venía una ambulancia con dos enfermeros y se lo llevaban. Yo, que miraba todo desde la ventana de mi dormitorio, me quedaba mirando la piedra. La piedra, manchada de sangre, seguía ahí.
Después mi padre desaparecía. Está de viaje, decía mi madre. Está en un manicomio, decían mis tres hermanas. Ellas ya no gritaban y lloraban como locas. Tejían para afuera. Yo iba al colegio, y cada tanto, desde la ventana de mi dormitorio, miraba la piedra. La piedra, sin manchas de sangre, seguía ahí.
Del viaje o del manicomio mi padre siempre volvía y la piedra se teñía de rojo y mi madre y mis tres hermanas gritaban y lloraban como locas y venía un ambulancia con dos enfermeros y se lo llevaban, y la piedra, que yo miraba desde la ventana de mi dormitorio, con o sin manchas de sangre, seguía ahí.
Un día mi padre murió. La piedra tiene la culpa, dijeron mis tres hermanas. Hay que esconderla, dijo mi madre. Yo que miraba la piedra desde la ventana de mi dormitorio, pensé, hay que romperla y tuve un deseo enorme de golpear mi cabeza con la piedra y que mi madre y mis tres hermanas gritaran y lloraran como locas y que viniera una ambulancia con dos enfermeros y que me llevaran a un manicomio… pero dije no y la piedra, sin manchas de sangre, seguía ahí.
Un día mi madre me llamó a su dormitorio. Desde la cama me dijo. Tu abuelo se golpeaba la cabeza con esa piedra. Tu padre se golpeaba la cabeza con esa piedra. Vos tenés que golpear tu cabeza con esa piedra. Es tu destino, dijo, y murió. Yo, desde la ventana del dormitorio de mi madre, miraba la piedra. La piedra, sin manchas de sangre, seguía ahí.
Pasaron muchos años. Mis tres hermanas se casaron. Yo también me casé.
Hoy con mi esposa mirábamos, desde la ventana del dormitorio, cómo nuestros hijos y los hijos de mis hermanas, jugaban en el patio. Habían hecho una ronda alrededor de la piedra y cantaban.
La piedra, sin manchas de sangre, sigue ahí.
Gustavo Borga
Mi padre se golpeaba la cabeza con una piedra. Se paraba en el patio. Agarraba la piedra con las dos manos y la levantaba a la altura de la frente. Luego la chocaba reiteradamente con la cabeza. Mi madre y mis tres hermanas salían al patio gritando y llorando como locas. Luego venía una ambulancia con dos enfermeros y se lo llevaban. Yo, que miraba todo desde la ventana de mi dormitorio, me quedaba mirando la piedra. La piedra, manchada de sangre, seguía ahí.
Después mi padre desaparecía. Está de viaje, decía mi madre. Está en un manicomio, decían mis tres hermanas. Ellas ya no gritaban y lloraban como locas. Tejían para afuera. Yo iba al colegio, y cada tanto, desde la ventana de mi dormitorio, miraba la piedra. La piedra, sin manchas de sangre, seguía ahí.
Del viaje o del manicomio mi padre siempre volvía y la piedra se teñía de rojo y mi madre y mis tres hermanas gritaban y lloraban como locas y venía un ambulancia con dos enfermeros y se lo llevaban, y la piedra, que yo miraba desde la ventana de mi dormitorio, con o sin manchas de sangre, seguía ahí.
Un día mi padre murió. La piedra tiene la culpa, dijeron mis tres hermanas. Hay que esconderla, dijo mi madre. Yo que miraba la piedra desde la ventana de mi dormitorio, pensé, hay que romperla y tuve un deseo enorme de golpear mi cabeza con la piedra y que mi madre y mis tres hermanas gritaran y lloraran como locas y que viniera una ambulancia con dos enfermeros y que me llevaran a un manicomio… pero dije no y la piedra, sin manchas de sangre, seguía ahí.
Un día mi madre me llamó a su dormitorio. Desde la cama me dijo. Tu abuelo se golpeaba la cabeza con esa piedra. Tu padre se golpeaba la cabeza con esa piedra. Vos tenés que golpear tu cabeza con esa piedra. Es tu destino, dijo, y murió. Yo, desde la ventana del dormitorio de mi madre, miraba la piedra. La piedra, sin manchas de sangre, seguía ahí.
Pasaron muchos años. Mis tres hermanas se casaron. Yo también me casé.
Hoy con mi esposa mirábamos, desde la ventana del dormitorio, cómo nuestros hijos y los hijos de mis hermanas, jugaban en el patio. Habían hecho una ronda alrededor de la piedra y cantaban.
La piedra, sin manchas de sangre, sigue ahí.
(*) Publicado en EL DIARIO del Centro del País, domingo 07 de marzo de 2010.
NOTA: Por un error involuntario el cuento de Gustavo Borga no salió publicado en la versión papel.