lunes, 27 de abril de 2009

Rubén Darío "Cuini" Chiappero: el coleccionista de sonidos

ENTREVISTA CON
RUBÉN DARÍO CHIAPPERO
“CUINI”: EL COLECCIONISTA DE SONIDOS




Anda de acá para allá con la deck doble cassettera de un eterno amigo.
Se instala cerca del sonidista y desde allí pulsa REC e inmortaliza las presentaciones de bandas de rock y otros espectáculos. No cree ser él quien deba encargarse de esa tarea, “pero alguien tiene que hacerlo”, se justifica lamentosamente.
En las paredes de su casa forman fila las grabaciones que “Cuini” ha podido recolectar desde hace más de 30 años y que el color amarillento de las carátulas pueden dar crédito. Conciertos del “Flaco” Spinetta de fines de los ’70, Almendra, Raúl Porchetto, presentaciones en el Festival de Rock de La Falda, entre otros… Pero quizás las perlas más valiosas la integren el compendio de grabaciones de bandas del prehistórico rock de la ciudad: Eclipse, Agua Potable, Trío Jam, Tren de Salsa, Transmutación, Mickey Mouse, zapadas con sus amigos Daniel “Monky” Tieffemberg, Jorge “el Turco” Meinardi, Sergio Stocchero, hasta ensayos con su primo
en un cassette que tituló “Varios en casa de Oscar”….
Pero la colección de Cuini es mucho más amplia de la que se asoma: abarca programas de radio de la década del ’80, presentaciones de libros, obras de teatro, muchos registros de bandas contemporáneas, esta entrevista (sí, leyó bien) y hasta los primeros sonidos emitidos por sus hijos.
Rubén Darío es Maestro de Plástica aunque no ejerce, desde hace años comercializa verdura envasadas que distribuye por la ciudad. Está casado y es el padre de tres hijos de 8, 12 y 15 años. Legendariamente tocó la batería, ahora estudia guitarra, para darse un gusto que dejo pendiente en el tiempo.
Sobre ese pretérito tiempo, se inicia nuestra charla.



—¿De dónde surgió esa manía de registrar cosas?
—Debe ser porque tuve mi primer contacto con los aparatos de cassette cuando era chico; tenía un tocadiscos, pero también tuve acceso a un grabador y se me dio un día para ir a grabar al “Flaco” Spinetta hace algunos años. Lo hice sin pensar. Siempre me gustó esa idea. Después, con el tiempo, me pareció importante tener cosas grabadas. Además de los recitales he grabado otras cosas. Tengo grabados muchos programas de Dolina del ‘86 y ‘87, y me gusta escucharlos. Grabé muchos programas de “Quique” Pessoa que estaba en radio Rivadavia me parece, que es un tipo que me gusta mucho. Pessoa llevaba artistas y les hacia entrevistas… son cosas que no se si están dando vueltas o no, pero son el registro de una época. En esos programas escuchabas intelectuales a cerca de lo que estaba ocurriendo en el país en ese momento.

—¿En qué años te iniciaste con esta tarea?
—En el ‘75 más o menos. Yo tenía 17 años. Por esa época, quizás de antes grabe algo más, pero no lo tengo. Tengo registros del ‘75 para acá. Que son zapadas que hacíamos con mis amigos, después son un par de recitales. Pero estuve muchos años sin grabar nada, se dio cuando me case, no porque me lo prohibieran ni nada, pero era como que la vida me cambio la cosa... No tenía disposición de ir a ningún lugar, no salgo mucho. Sí se me activaron muchas cosas cuando se muere el negro, el "Monky". Tengo una grabación de cuando teníamos 15 años, el toca la viola y canta, yo la batería, el Sergio Stocchero toca la flauta y canta, es muy cortito dura 15 o 20 minutos. Cuando se muere el negro, me cayó mal; primero porque me enteré tarde que él se moría, me entere un sábado y el se murió un domingo; me avisaron de que estaba muy enfermo, muy jodido. Éramos amigos de chicos, pero hacía mucho tiempo que no nos veíamos, a él como mucha gente; por mi ostracismo digamos, me perdí el contacto con mucha gente. Cuando me entero, se estaba muriendo. No dio tiempo a nadie. Debo haber sido uno de los últimos que lo vio vivo, porque yo lo vi el domingo a las siete de la tarde.
Esto me hizo pensar en muchas cosas, el tiempo perdido en cosas que no hice, al vicio; por ejemplo, yo tocaba la batería cuando era chico y después nunca más, ahí empecé a estudiar, después me compre una batería. Después de eso empecé a grabar más cosas. De Villa María grabé Eclipse que fue en el año ’77, “Cacho” Aiello que fue para el mismo recital. Después tengo algunas grabaciones de los años ’80. No tengo mucho. Y en los ’90 hubo mucha cosa musical, que no creo que los chicos (los músicos) las tengan grabadas.

—¿Es decir que vos dejaste de grabar en el ’80? ¿En qué momento retomaste?
—En el 2005. De esos veinti-pico de años yo no tengo nada. Los chicos no le dan bolilla. Mirá el otro día fui a grabar a Sopló el Fantasma y ellos filmaron, pero el tipo que filmó no metió el cable en la consola. Yo andaba con una deck doble cassettera que era de “Monky”. Mis últimas grabaciones las grabo por consola, entonces sale mejor. Entonces me lo pidieron, se los voy a dar claro, no hay problema; pero a la vez les voy a llamar la atención, porque no es que yo necesite una invitación formal, pero porqué no me dicen… Son cosas que a las bandas les sirve, además lo hago porque me gusta, no tengo ningún sufrimiento en hacerlo (risas). A veces se calientan a medias, y era la presentación de su segundo disco.

—¿Llevás un registro escrito de recitales, fechas y lugares?
—Los tengo en cassette nada más, lo que hice este año es sacarles fotos, entonces llevo un archivo digital, un bloc de notas, le pongo los músicos y algún otro dato. Sergio Stocchero me dio de Horacio Bianciotto, que es un negro de Villa María que hizo mucha música, 4 o 5 cassettes de los ‘80. Ahí están todo detallado, los nombres de los temas. Ahora lo estoy haciendo un poco más seguido, sí, tengo donde tocaron, la fecha, esas cosas...

—¿Tenés muchas grabaciones de bandas?
—Mirá, hoy los ordené y los pude medianamente contabilizar, entre vivo y estudio hay más o menos unos 130 cassettes; después tengo las de Dolina, las de “Quique” Pessoa y después tengo cosas raras, como obras de teatro. El otro día le di a Marisabel Demonte, una obra de teatro del año ‘88. Ella ni sabía que yo lo tenía, se lo pase a CD, se lo di con tapa y todo y quedó encantada. Me gusta hacer eso, es como una sorpresa para el otro.

—Sería interesante poder compilar algunas cosas y que alguien las publique para difundirlas…
—Estaría bueno hacer alguna compilación con los temas y que lo conozca más gente. En los ‘80 había bandas como Transmutación, otra que se llamaba Trío Jam y eran mucho más rock, usaban más teclados; ahora son todos power trío y hacen otra música, salvo Prisma que creo que son distintos, los demás grupos son más parecidos.

—¿Y tenés alguna predilección por las bandas de la ciudad?
—De la manera que me he formado es como que me cuesta encajar con las bandas de ahora, pero no de acá, en general; pero es porque yo escuchaba otra clase de música, pero es una cuestión de gusto, no tiene que ver con el esfuerzo que cada grupo hace. Los chicos como Sopló (el Fantasma) son muy regulares para ensayar, para preparar sus cosas y eso es mucho, porque no todas las bandas los hacen. El caso de Motorblues que tiene también su temática armada, quizás les faltaría trabajar un poco más el tema de la composición, que creo que se han quedado un poco con eso. Han hecho trabajos por otros lados, como poder tocar en Cosquín, cosa que no se daba en Villa María. Después los Mr. Mojo que están en otra liga, en todos sentido, porque tienen otro tipo de show. Creo que deben ser los únicos músicos profesionales que hay en Villa María, ellos y el “Cacho” Aiello, te habló en la escena de rock. Creo que uno debe separar los gustos del el apoyo que debemos hacer los más grandes para con los más chicos, pero es por el abismo generacional, nada más.

—¿Qué cosas de las que tenés grabadas consideras perlas?
—El recital de Spinetta en el ‘77 y en el ‘80, tengo algunas cosas del Festival de Rock de La Falda, el primer o segundo recital de Eclipse que suena bien, hay muchas cosas raras. De los dos personajes que no están, que son el “Turco” (Meinardi) y “Monky”, de cada uno yo tengo. Del “Turco” tengo una versión en vivo de Presente, eso me gusta tenerlo, pero me gustaría mucho más tener al “Turco” al lado.

—¿Y como los recordás a los dos?
—Alguien que no lo conoció me preguntó hace poco como era el “Turco”, yo le dije que me parece que era como un barrilete, porque era un tipo que no se hacía nada y andaba volando por ahí con su historia...
De “Monky” recuerdo las cosas que hacíamos juntos, como una revista “subterránea”, que había muchas en el país en esa época, en el ‘79, ‘80, ’81… circulaban vía correo. Tengo muchas en casa. Yo hice una, pero en realidad fue la idea de amigos míos, el “Flaco” Fuerte y Luis Mónaco; pero como ellos no la quisieron seguir, la seguí yo y el “Monky” hizo toda la diagramación, una cosa impresionante porque estaban todos los dibujos, todo muy bien hecho. Te digo que, después de eso, vino el festival de La Falda que fuimos juntos con otros muchachos en un camión y partir de allí pierdo el rastro del negro (Monky).
Lo que sí veo es que hay gente que dice cosas de él que no sé si están equivocadas, pero por lo menos son incompletas, o salvo que yo conocí otra persona. Conmigo tenía buen humor, era un tipo que sabía un montón de cosas, incluso en lo musical porque le gustaba un tipo de música que no es lo que muchos piensan. Hay muchos que lo asocian con el hard rock… primero que él tocaba teclados, y al margen de eso era un fanático de Rick Wakeman, Emerson, Lake & Palmer y Jethro Tull; también le gustaban otros músicos, pero su idea de la música pasaba por ahí. Le gustaba mucho el rock sinfónico, que no tiene nada que ver con el rock pesado.

—¿En qué se destacaba más como dibujante, como músico o escribiendo?
—Creo que como dibujante fue muy bueno, en lo musical… por ahí… ¿vaya a saber como sería hoy en día? Con la tecnología que hay y con la clase de músicos que hay, porque hay muy buenos músicos en villa María. La UNVM le abrió la puerta a mucha gente que es de afuera, que se mete al medio y que después se desparrama musicalmente. Como dibujante era un talento. Un tipo de calibre nacional, tenía nivel para eso, lo que pasa es que el tipo era muy de acá.

—Apoyaba mucho a los músicos de la ciudad, también, les prestaba equipos, hacía sonido…
—Villa María hoy no tiene un tipo que haga eso, no es que sean más profesionales los chicos, pero se da menos, no hay un tipo que diga por motu propio ‘tomá, te presto un equipo”.

—Siempre fue una constante en los rockeros locales la queja por el lugar para tocar, ¿qué opinión tenés al respecto?
—Sucede que no es que no tengan lugar, sino que los lugares no son para lo que ellos tocan, por ejemplo Sopló el Fantasma no puede tocar en Meroi, porque no da, pero no es por otra cosa. No sé adónde le pasa la música en cada persona, pero por ahí hay tipos que deben hacer una música en Santiago del Estero en el medio del monte, deben ser impresionantes y no los conoce nadie; y a ellos tampoco les interesa que los conozcan, ellos disfrutan la música, se divierten, que es una cosa que por ahí la gente pierde de vista. Yo digo por ahí, no te hagás tanto rollo, andá y tocá, y listo… También es cierto que la Municipalidad pone algunas trabas de más.

—¿Creés que se puede crecer en Villa María o hay que irse a otros lugares más grandes?
—El rock nacional tiene un corcet, tiene una orientación definida: Divididos, Redonditos de Ricota, Las Pelotas… Unos chicos de Buenos Aires me decían que allá todos quieren ser como Los Piojos. Cuando yo era chico intentábamos ser originales. Creo que compositivamente se puede hacer cosas en el interior.

—¿Tenés algunas palabras para cerrar esta charla?
—Sí, decir que si hay alguien tiene viejas grabaciones de rock (principalmente), me ofrezco a pasarles esas cintas a CD. Sucede que quienes quizás deberían tener registros no los tienen y, como te dije antes, no creo ser yo quien deba hacer el trabajo, pero hay que conservar esos documentos que son el registro de una época.


“Cuini” es así, generoso, impulsado por el deseo de conservar momentos que nos ayudarán a revivir épocas, en la que muchos de nosotros sólo podremos acercarnos escuchando esas grabaciones.
Ampliar la mirada es posible. Lo digo mientras escucho e imagino a otro “Monky” tocando la viola y cantando con una voz finita de quinceañero, allá por febrero o marzo de 1977 cuando aún yo no había nacido. La grabación es nítida, como si fuese ayer. El entrevistado golpea la bata con sus 17 años, y “Monky” rasga la guitarra tranquilamente. La suave y lenta voz rebalsa la habitación de diversas emociones: asombro para mí, nostalgia para él. “Cuini” Chiappero más que un coleccionista de sonidos, es un impulsor de sensaciones. STOP.
(*) Publicado en EL DIARIO del Centro del País, el domingo 26 de abril de 2009.-

lunes, 20 de abril de 2009

Gonzalo "Pichi" Ramírez

ENTREVISTA CON
GONZALO “PICHI” RAMÍREZ
TALLADOR DE PIELES


Fotos de Gerardo Aballay


Lo espero a las cuatro de la tarde, con un sol radiante que hunde su calor en la fuente sin agua. Allí estoy sentando, observando los pequeños locales del Paseo de la Villa, en ese lugar estratégico en el que los transeúntes van y vienen. Aunque a esta hora son pocos. Mi corazón late más fuerte de lo normal, es que quedamos en que hoy sería el día y la expectativa y la espera me pone más nervioso.
Siempre dije de hacerme uno, más aún en la adolescencia, aquella que debe haber quedado quién sabe donde; pero nunca me animé, por los prejuicios, por el temor al dolor, por el que dirán… por todas esas cosas que uno se plantea cuando se dispone a tomar una decisión en serio.
Lo cierto es que acá estoy, mirando como llegan los empleados a abrir los comercios, como levantan o bajan los toldos de acuerdo al ensañamiento del sol.
De repente allí viene, caminando con su gorrita en blanco y negro “no logo”, su remera negra con la estampa “enjoy punk rock”, su pantalón estilo militar y sus extremidades ilustradas por pigmentos y dibujos que cobija bajo su piel.
Él es Gonzalo Ramírez, pero lo conocemos por el apodo de “Pichi”. Treinta y cinco años, acuariano, nacido el primer día de febrero de 1974 en Villa María.
Junto a su compañero Gerardo “Metal” Aballay son los propietarios de “El Tajo Tattoo”, un local donde se colocan piercing y sobre todo se realizan tatuajes desde 1993.

—“Yo arranqué un poco más tarde, mi compañero ‘Metal’ estaba de antes”, rememora Gonzalo. “Yo había empezado con “Monky” en un local en el centro, atrás de un quiosco, que tenía una pieza bastante grande. Antes de eso estaba sólo, pero era impresentable (risas).

—¿Cómo te conociste con “Monky”?
—Teníamos gente común, pero no me acuerdo bien, la verdad. Una vez me vino a preguntar qué hacía, yo le mostré lo que sabía y él me preguntó si quería que hiciéramos algo juntos.

—¿Hay mucha demanda para tatuarse?
—Sí, de la región hemos tatuado mucha gente de Marcos Juárez, Oliva, Oncativo, Arroyo Cabral a todos, muchos. Ahora con la llegada de la Universidad Nacional creció mucho más por la cantidad de gente que viene. Muchos vinieron a estudiar a Villa María y se quedaron acá, por ejemplo, gente de Buenos Aires que se vino porque encuentra más tranquilidad.

—¿Los jóvenes son los que más se tatúan?
—Vienen a tatuarse de edades muy distintas, inclusive también gente grande. Otra cosa que sucede hoy es que como Marcelo Tinelli se tatuó el brazo, es como que la gente ve al tatuaje de otra manera, lo ve más natural, le agrada.

A medida que intercambiamos las primeras palabras, Gonzalo va preparando el lugar, deja las agujas a mano, se coloca los guantes de látex negros y desparrama una minúscula gota de tinta en la base donde las agujas beberán el pigmento antes de trasladármelo a mi piel.
El motivo elegido ya está calcado, lo contorneó apenas llegamos luego de ampliarlo para poder trabajar más los detalles. El dibujo no es cualquier dibujo, quería que tuviese algún sentido. Días antes me llegué a la casa de Nancy “La Roja” Comandona (la señora del recordado “Monky”) y le expliqué mi intención. Gustosa aceptó y una noche revolvimos entre los originales de Sir Tieffemberg.
Elegí dos, pero me incliné por uno…


—“Esto es el transfer, que es pasar el dibujo a la piel.” Posa la imagen en mi brazo derecho con un líquido especial para que se adhiera. Respiro hondo en varias oportunidades.

—¿La gente que viene trae un motivo o ustedes pueden hacerle un original?
—También hacemos algunos diseños. No cobramos más por eso, lo hacemos porque nos gusta y porque es nuestro trabajo, no da para hacernos la estrella en Villa María. Si traen algo te facilita más el trabajo porque ganás más tiempo, pero somos bastante abiertos. Pero por ahí tenés que ser muy groso para estar creando cosas originales.

—¿Y cuando te piden los motivos, generalmente son los clásicos de siempre?
—Sí, estrellitas, letras chinas, letras góticas, son lo que la mayoría piden; es muy raro que alguno venga como vos así y traiga un dibujo así.

La tatuadora ya está surcando la superficie cutánea, Gonzalo despliega la máquina cual si fuera un lápiz y me pregunta durante los primeros minutos si estoy bien antes de seguir. Le doy el OK y el ruido de esa chicharra de metal retumba en la planta alta del local, opacando muchas veces la música, que no está a la altura acostumbrada, para que sea posible registrar las opiniones del artista.
De todas maneras no puedo decirle que apague su equipo, ya que los acordes y distorsiones de Metallica, The Ramones, Deep Purple, AC/DC, Limp Bizkit, System of a Down, The Rolling Stones y otros, sirven de elixir para su inspiración. Tararea sus canciones y se anima escuchándolas.


—Cuando te haga el sombreado la vas a sentir menos, porque se trabaja más suave con la aguja.

Ahora me pasa vaselina y me limpia con paños de papel.

—¿Para qué es la vaselina?
—Para que corra mejor la aguja y también para ir limpiando al periodista extremo (risas). Sos como un Rolando Graña, ese loco que no sé que tomaba, pero era la excusa justa para ponerse de la cabeza (más risas).

—¿Toda tu vida hiciste esto?
—No, trabaje cinco años en una estación de servicio mientras hacia esto como hobby. No terminé el secundario, lo dejé en cuarto año cuando eran cinco los años de cursado. Trabajé en otras cosas y me mantuve hasta vivir a esto.

—¿Siempre tatúas con música?
—Siempre. Te ayuda a no aburrirte, pero además porque el ruido de la máquina te deja el oído loco, yo creo que estoy medio sordo por ese motivo.

Además, pienso, resulta ser una combinación indivisible, la que se da entre el rock y los tatuajes. Mientras, el brazo va tomando cada vez más calor y lo va desparramando por todo el cuerpo. La vaselina actúa además como calmante en este caso.

—¿Es complicado aprender el oficio?
—Depende… lleva su tiempo, yo empecé sin saber dibujar y aprendí a tatuar. Hay gente que sabe dibujar pero no tatúa. No es lo mismo, te tiene que enganchar.

—A medida que la tecnología avanza ¿va cambiando el método o siempre se utilizó el mismo?
—La tecnología avanza con respecto a los productos, a los pigmentos, las agujas. O es a mano a golpecitos como los maoríes o los japoneses que son más tradicionales, pero con máquina eléctrica no ha cambiado, ni creo que vaya a cambiar por mucho tiempo. La gente siempre va a preferir este tipo de cosas porque es como más artístico, sino sería un bajón, a no ser que no duela. Pero no es dolor, es como una sensación y es muy superficial porque no sangra.

—¿Qué tinta usás?
—Son pigmentos orgánicos.

Y hace recambio de la aguja que usó para contornear la figura, por otras tres que sirven para sombrear. Me asegura que la sensación será más suave, debido a que penetran menos. Mientras se ocupa de esa tarea se encuentra con unos lunares en los que no puede pasar, ya que podría estimularlos y generar un tumor maligno, dice.

—¿Y alguna vez tuviste que tatuar algo raro?
—Una vez le tuve que tatuar el párpado a un perro, porque le hacía mal la luz del sol, el veterinario propuso esa como una de las soluciones.
El tatuaje lo usaron en todas las culturas y por distintos motivos, los indios en Sudamérica… el otro día estuve leyendo que el hombre de hielo, que era un cazador que encontraron en no sé dónde, estaba congelado y se mantuvo muy bien. Era más antiguo que Cristo y le encontraron como 17 tatuajes con todas figuras de animales. Como era cazador, tenía esos dibujos para atraer la suerte.

—¿Cómo ves a la gente que se hace los tatuajes?
—Hay un poco más de conciencia en la gente. Pero hay otra gente que se tatúa en las peñas, en los encuentros de motos, o en cualquier lado y eso, a veces, no es bueno. Pasa por una responsabilidad nuestra de aclarar estas cosas que hacen a la salud, hay quienes que no tiene idea de nada. Hay gente que está tatuando y se está fumando un pucho, las cuestiones de higiene no las tienen en cuenta. El uso de material descartable es fundamental.

—¿Hay algún dibujo que no harías?
—No, por lo general hago de todo; no haría algo que sé que al cliente le va a quedar mal, aunque insista en hacérselo.

La puerta expele un chirrido y se escucha la voz dulce de unas jóvenes que preguntan los precios para hacerse unas letras chinas. Gonzalo, detiene el trabajo, me hace una seña y me recuerda: “¡viste que no te miento, Darío!”

—¿Qué es para vos el tatuaje como sentimiento?
—Principalmente es un estilo de vida, porque estoy todo el día consumiendo tatuajes, dibujos, tengo muchos amigos en Córdoba, en Buenos Aires, en el sur y están todos en la misma. Es una pasión, una adición.. Para mí es eso, una adicción.

—¿Te imaginas algún día sin hacer esta actividad?
—No me lo imagino, y me asusta mucho pensar en eso. Yo ya me hice tan dependiente, es como si de un día para el otro te cortan una pierna; podría sobrevivir, pero no me veo nunca alejado de esto.


El tatuaje reluce luego de una hora y media de trabajo, me lo envuelve en un celofán, me lo pega con cinta y me recomienda que me lo deje así dos horas; luego que lo lave con jabón neutro y mantenga el área humectada con crema durante dos semanas. Me cuenta sobre la formación de una cascarita y la picazón que sentiré cuando la piel vaya curándose.
Gira hacia un costado y toma una pinza, llama mi atención y delante de mis ojos dobla las agujas usadas que descienden al tacho de los residuos.
Me pide que vuelva en unos días para controlarlo, me da su tarjeta para que lo llame por cualquier inconveniente y se muestra interesado en imaginarle, más adelante, un fondo a ese ser que toca el violín mirándonos fijamente a los ojos.

“Pichi” Ramírez talla historias en la piel, ésta es la mía.


(*) Publicado en EL DIARIO del Centro del País, el domingo 19 de abril de 2009.-

martes, 7 de abril de 2009

Prólogo a "Días de esclavitud" de Alicia Peressutti

LOS CAZADORES DE ALMAS

En el mundo de apariencias en que estamos inmersos, personas sin alma salen a la caza, camuflados, impunes, desenamorados de la vida y enamorados de las drogas, del dinero, de la violencia, del poder.
Joaquín Ramírez es uno de ellos, el diablo de esta novela. Ojeador y proxeneta, engaña y se aprovecha de una familia de escasos recursos. Se lleva consigo a dos jóvenes hermanitas “igualitas como gotas de agua”, para convertirlas en mercadería sexual de los hombres. Las alejará lo más distante posible de su casa, de su adolescencia, de su querida familia… de sus vidas.
Con este marco desolador, Alicia Peressutti nos mete de lleno en ésta, su segunda novela, para que vivenciemos una historia que tiene un profundo trasfondo de realidad. Lo hace con sutileza de escritora, entretejiendo con puntadas de color poético y esperanzador, aquella oscura trama tan cruel para ser real y tan descriptiva para que no lo sea. Necesita contárnosla para esfumar esos demonios que siempre nos acechan, que se esconden tras las máscaras de los hombres cuyas apariencias nos engañan a diario. “El amor es para los más débiles”, sentencia una de las páginas talladas de este libro, sin embargo, es el mismo amor el que da las fuerzas para escapar del infierno, para sobrevivir e imaginar una vida mejor.
Días de esclavitud promete correr la misma suerte que su predecesora, esto es, circular por las manos de quién sabe cuántos lectores que no frecuentan la literatura, ni menos aún, se interesan por esta temática. Sorprende saber que dos textos literarios son las lentes que posibilitan ver el intersticio necesario para hablar de temas vedados como el tráfico humano y la trata de personas.
Muchas veces me pregunté si la literatura servía para algo más que para alimentar el alma y ejercitar nuestro intelecto, hoy puedo decir con plena certeza de que sí.



(*) Prólogo a "Días de Esclavitud" de Alicia Peressutti, Ediciones del CC, Villa Nueva, Marzo de 2009, 95 páginas. Este libro, se presentó conjuntamente con "El secreto del general" el 07 de abril de 2009.