Entrevista
ALCIDE FORNEROSurcos de papel y tierra
Le miro las manos y ellas lo dicen todo.
Me hablan de un hombre que construyó su vida intensamente. Son las manos de un “chacarero” que sembró la tierra, manos que hicieron el pan en el horno de barro, manos que acariciaron la suave piel de sus hijos, manos que sufrieron el frío de las heladas cuando hacía el tambo y sintieron el calor de un humeante mate de madrugada, manos que reparaban la maquinaria rural que se rompía siempre, manos con las que alambraba los campos de esta pampa gringa… en fin, manos de un hombre que después de 60 años empieza a plasmar en el papel, el retrato de su vida y la de los otros.
“Y si te hacés uno de esos cafecitos lindos que sabés hacer…”, le dice a Elsa, su mujer. Nos sentamos en el comedor, mientras que en el otro extremo de la mesa, dos de sus nietas hacen dibujitos. Alcide Fornero me habla en voz alta, con sentencias sólidas engarzadas con una sensibilidad que lo caracteriza. Es un tipo simple, cristalino como sus profundos ojos celestes.
Recientemente, ante una multitud poco vista en las ceremonias literarias, presentó su tercer libro “Por los surcos de esta tierra”. Hablamos con él, de este nuevo hijo y de los surcos que va dejando en esta vida.
Alcide Fornero nació hace 76 años en Los Zorros y allí vivió hasta su juventud. La vieja casa que habitaba se convertía en un punto en la inmensidad del monte. En 1958 se trasladó a Carrilobo donde nacerían sus seis hijos, que de niños, escuchaban atentos los cuentos que su papá les contaba luego de cenar y rezar el Rosario.
Hombre de campo, los designios de la vida hicieron que Alcide a sus 30 años debiera operarse de la pierna y limitar su capacidad de trabajo. Lo lamenta y se consuela a la vez, “tuve el auxilio total de la familia, mi señora, los chicos me salieron buenos”.
Antes de que se lo pregunte se adelanta y me cuenta sus inicios en la escritura. “¿Sabés cómo empecé? En la época de Menem me sentía tan indignado. ¡¿Cómo puede ser que se esté vendiendo todo?! ¡No nos va a quedar nada! Me dio bronca. Hice una carta para mandar a los diarios, ¿pero que me pasó? Yo no sabía que tenía aptitudes narrativas… de la carta me sale un relato, así que no la mandé y me dediqué a profundizar en la escritura y el relato.”
-¿Y como llegás al taller literario de Dolly Pagani?
- Estaba remendando bolsas en el campo y escuchaba la radio. En un momento hablaba una mujer sobre la literatura y la escritura de taller. Dejé la aguja, la miré y la veía parecida a un lápiz. Así empecé a decantar cosas… La señora invitaba a la gente a su taller, pensé y me pregunté porqué no ir a aprender. Así que hacíamos el tambo, terminaba y a mi horario me iba. Habíamos formado un grupo muy compañero, Luis Luján, Adriana Claudeville, Mariela Álvarez, Gustavo Borga, Marina Giménez... Después, en el campo, dejamos el tambo, no daba nada, probamos con la crianza de terneros y terminaba el trabajo y me venía al taller. Mi problema era que yo me decía, “soy un chacarero, no soy un intelectual, hace 47 años que hice la escuela primaria (sexto grado)”.
Una vez la Dolly presentaba un libro, hablé con ella y me dijo los horarios de los talleres.
Me hablan de un hombre que construyó su vida intensamente. Son las manos de un “chacarero” que sembró la tierra, manos que hicieron el pan en el horno de barro, manos que acariciaron la suave piel de sus hijos, manos que sufrieron el frío de las heladas cuando hacía el tambo y sintieron el calor de un humeante mate de madrugada, manos que reparaban la maquinaria rural que se rompía siempre, manos con las que alambraba los campos de esta pampa gringa… en fin, manos de un hombre que después de 60 años empieza a plasmar en el papel, el retrato de su vida y la de los otros.
“Y si te hacés uno de esos cafecitos lindos que sabés hacer…”, le dice a Elsa, su mujer. Nos sentamos en el comedor, mientras que en el otro extremo de la mesa, dos de sus nietas hacen dibujitos. Alcide Fornero me habla en voz alta, con sentencias sólidas engarzadas con una sensibilidad que lo caracteriza. Es un tipo simple, cristalino como sus profundos ojos celestes.
Recientemente, ante una multitud poco vista en las ceremonias literarias, presentó su tercer libro “Por los surcos de esta tierra”. Hablamos con él, de este nuevo hijo y de los surcos que va dejando en esta vida.
Alcide Fornero nació hace 76 años en Los Zorros y allí vivió hasta su juventud. La vieja casa que habitaba se convertía en un punto en la inmensidad del monte. En 1958 se trasladó a Carrilobo donde nacerían sus seis hijos, que de niños, escuchaban atentos los cuentos que su papá les contaba luego de cenar y rezar el Rosario.
Hombre de campo, los designios de la vida hicieron que Alcide a sus 30 años debiera operarse de la pierna y limitar su capacidad de trabajo. Lo lamenta y se consuela a la vez, “tuve el auxilio total de la familia, mi señora, los chicos me salieron buenos”.
Antes de que se lo pregunte se adelanta y me cuenta sus inicios en la escritura. “¿Sabés cómo empecé? En la época de Menem me sentía tan indignado. ¡¿Cómo puede ser que se esté vendiendo todo?! ¡No nos va a quedar nada! Me dio bronca. Hice una carta para mandar a los diarios, ¿pero que me pasó? Yo no sabía que tenía aptitudes narrativas… de la carta me sale un relato, así que no la mandé y me dediqué a profundizar en la escritura y el relato.”
-¿Y como llegás al taller literario de Dolly Pagani?
- Estaba remendando bolsas en el campo y escuchaba la radio. En un momento hablaba una mujer sobre la literatura y la escritura de taller. Dejé la aguja, la miré y la veía parecida a un lápiz. Así empecé a decantar cosas… La señora invitaba a la gente a su taller, pensé y me pregunté porqué no ir a aprender. Así que hacíamos el tambo, terminaba y a mi horario me iba. Habíamos formado un grupo muy compañero, Luis Luján, Adriana Claudeville, Mariela Álvarez, Gustavo Borga, Marina Giménez... Después, en el campo, dejamos el tambo, no daba nada, probamos con la crianza de terneros y terminaba el trabajo y me venía al taller. Mi problema era que yo me decía, “soy un chacarero, no soy un intelectual, hace 47 años que hice la escuela primaria (sexto grado)”.
Una vez la Dolly presentaba un libro, hablé con ella y me dijo los horarios de los talleres.
-Así que fuiste…
-Encaré y vine al taller. Tenía el problema de quiénes serían mis compañeros, yo acostumbrado a llevar la leche, cuidar los chanchos, esas cosas, ¡mirá donde me meto! Cuando yo entré, varias miradas se fijaron en mí. Había mucho silencio cuando leí y me sorprendió el respeto, pero te juro que me temblaban las manos. “¡¿A dónde te vas a meter gringo, acostumbrado a levantar paredes, a poner a punto una máquina, a salir de los animales?!” Empecé, seguí y gustó mucho lo que escribí y me aceptaron de buen grado. Tuve buenos amigos. Hice como 8 años de taller. Es muy bueno porque lo que escribe el otro te ayuda a vos, y lo que escribo yo quizás sirve para el otro. Muchas veces pasa que un escrito de una hoja, no te dice nada, pero puede haber una oración en el texto, que te puede impactar; esa frase acomoda todo.
-Siempre digo que si en un poemario hay un solo verso que te gustó, el libro ya se justifica.
Es verdad, yo a la literatura la llevo en el alma, como mi gran amor a la tierra. Tengo dos novelas empezadas y poesías tengo un montón. El primer libro publicado se llama “Vivencias, relatos y poesías” (1999) y luego le sigue “El hijo del hombre” (2004). “Por los surcos de esta tierra” vendría a ser una continuación de mi primer libro; tiene relatos, cuentos, anécdotas y hay personajes de campo. Había muchas situaciones que en ese momento te daban mucha bronca; pero que, lejos en el tiempo es una cosa que te causa gracia. Yo hago el relato de ese caso poniéndole gracia, para mantener vivo el interés de la lector, empiezo a trabajar la imaginación. Hay también relatos de misterio, de esos que te contaban las abuelas, me gusta tratar el misterio.
-¿Qué sentís cuando ves un libro tuyo terminado?
-Una de las más grandes satisfacciones y doy gracias a Dios por haber alcanzado hacerlo, porque es un don. Vos tenés un don, el gran médico operador es un don, un gran músico es un don, el gran jugador de tenis es un don, el chacarero anónimo es un don… que quizás no se ve, pero el de arriba si lo ve y lo va a premiar. También lo es el linyera, que no contribuía en nada; sin embargo contribuía en el campo para que lo viéramos como caminaba, porque nosotros tenemos que ver la vida del otro. Siempre es importante la vida del otro; te digo Darío; es muy posible que yo haya aprendido más de los que no sabían nada, que de los que saben mucho. De los hombreadores, hombres que trabajan en las máquinas, de los alzadores de bolsas… teníamos una sentencia, son tipos que no hablaban mucho. Una sentencia de ellos, valía mucho, quizás te decían una sola frase. Mi padre era mi ídolo y era un gran consejero, para el “La prensa” y “Los principios” eran diarios serios, y él amaba la verdad sobre todas las cosas, no soportaba los mentirosos. Una vez al irnos al acostar yo le dije, “papi, no me voy a casar, siempre voy a estar con ustedes”. Me puso la mano en la cabeza y me dijo, “hay que prometer poco y cumplir mucho”. Me mató, esa frase hasta hoy está acá (y señala su corazón). No me faltó nunca esa frase. Era un chacarero de colegio de campo y cuanta razón. Son sabios. Si un viejo de vida sana y con jerarquía de vida te dice algo, grabátelo porque tiene razón. Aprendí que cuando un viejo me decía, a lo mejor no le hacía caso, pero a la vuelta de la esquina tenían razón, yo admiro eso.
-Si tuvieras otra vida, y la posibilidad de quedarte en la ciudad o volver al campo, ¿qué harías, Alcide?
¡¡¡Mañana me voy al campo, Darío!!! Porque no me gusta la ciudad; pero no podemos decir que las cosas se vayan a dar como uno quiere, porque la vida tiene muchas vueltas. No sé puede decir que vamos a hacer mañana, sí, podemos tener previsto; pero en la vida el hombre propone y Dios dispone.
-Encaré y vine al taller. Tenía el problema de quiénes serían mis compañeros, yo acostumbrado a llevar la leche, cuidar los chanchos, esas cosas, ¡mirá donde me meto! Cuando yo entré, varias miradas se fijaron en mí. Había mucho silencio cuando leí y me sorprendió el respeto, pero te juro que me temblaban las manos. “¡¿A dónde te vas a meter gringo, acostumbrado a levantar paredes, a poner a punto una máquina, a salir de los animales?!” Empecé, seguí y gustó mucho lo que escribí y me aceptaron de buen grado. Tuve buenos amigos. Hice como 8 años de taller. Es muy bueno porque lo que escribe el otro te ayuda a vos, y lo que escribo yo quizás sirve para el otro. Muchas veces pasa que un escrito de una hoja, no te dice nada, pero puede haber una oración en el texto, que te puede impactar; esa frase acomoda todo.
-Siempre digo que si en un poemario hay un solo verso que te gustó, el libro ya se justifica.
Es verdad, yo a la literatura la llevo en el alma, como mi gran amor a la tierra. Tengo dos novelas empezadas y poesías tengo un montón. El primer libro publicado se llama “Vivencias, relatos y poesías” (1999) y luego le sigue “El hijo del hombre” (2004). “Por los surcos de esta tierra” vendría a ser una continuación de mi primer libro; tiene relatos, cuentos, anécdotas y hay personajes de campo. Había muchas situaciones que en ese momento te daban mucha bronca; pero que, lejos en el tiempo es una cosa que te causa gracia. Yo hago el relato de ese caso poniéndole gracia, para mantener vivo el interés de la lector, empiezo a trabajar la imaginación. Hay también relatos de misterio, de esos que te contaban las abuelas, me gusta tratar el misterio.
-¿Qué sentís cuando ves un libro tuyo terminado?
-Una de las más grandes satisfacciones y doy gracias a Dios por haber alcanzado hacerlo, porque es un don. Vos tenés un don, el gran médico operador es un don, un gran músico es un don, el gran jugador de tenis es un don, el chacarero anónimo es un don… que quizás no se ve, pero el de arriba si lo ve y lo va a premiar. También lo es el linyera, que no contribuía en nada; sin embargo contribuía en el campo para que lo viéramos como caminaba, porque nosotros tenemos que ver la vida del otro. Siempre es importante la vida del otro; te digo Darío; es muy posible que yo haya aprendido más de los que no sabían nada, que de los que saben mucho. De los hombreadores, hombres que trabajan en las máquinas, de los alzadores de bolsas… teníamos una sentencia, son tipos que no hablaban mucho. Una sentencia de ellos, valía mucho, quizás te decían una sola frase. Mi padre era mi ídolo y era un gran consejero, para el “La prensa” y “Los principios” eran diarios serios, y él amaba la verdad sobre todas las cosas, no soportaba los mentirosos. Una vez al irnos al acostar yo le dije, “papi, no me voy a casar, siempre voy a estar con ustedes”. Me puso la mano en la cabeza y me dijo, “hay que prometer poco y cumplir mucho”. Me mató, esa frase hasta hoy está acá (y señala su corazón). No me faltó nunca esa frase. Era un chacarero de colegio de campo y cuanta razón. Son sabios. Si un viejo de vida sana y con jerarquía de vida te dice algo, grabátelo porque tiene razón. Aprendí que cuando un viejo me decía, a lo mejor no le hacía caso, pero a la vuelta de la esquina tenían razón, yo admiro eso.
-Si tuvieras otra vida, y la posibilidad de quedarte en la ciudad o volver al campo, ¿qué harías, Alcide?
¡¡¡Mañana me voy al campo, Darío!!! Porque no me gusta la ciudad; pero no podemos decir que las cosas se vayan a dar como uno quiere, porque la vida tiene muchas vueltas. No sé puede decir que vamos a hacer mañana, sí, podemos tener previsto; pero en la vida el hombre propone y Dios dispone.
Quizás Alcide, fue el mismo Dios quien te trajo a la ciudad, para estar más cerca de los tuyos... Seguramente fue también quien despertó en vos este don, el de la palabra, con la que hoy podés rememorar todos esos años junto a la tierra y la naturaleza; años de mucho sacrificio, pero de mucha alegría. Esa misma alegría que hoy tenemos nosotros al leerte.
(*) Publicado en EL DIARIO del Centro del País, domingo 12 de junio de 2011.-