ENTREVISTA CON
MATÍAS ATENCIO
COMUNICADOR ALTERNATIVO DE CULTURAS
Quizás lo viste tocando la trompeta en las heladas noches de invierno.
Quizás lo recordás al costado de las calles céntricas, desplegando su tela con aros, collares y pulseras.
Quizás leíste su nombre en alguna revista cultural o en las páginas de alguna reciente antología literaria.
Quizás te pareció verlo revolear las clavas, mientras la luz roja del semáforo te detuvo.
Quizás te pidió un cigarrillo o tal vez lo viste en la universidad.
Pareciera que habláramos de distintos personajes, pero no, es uno solo. En ese cuerpo de muchacho barbado y pelo desprolijo se concentran todas esas imágenes que lo conforman. Algunas parecieran antagónicas, ¡¿un artesano callejero Licenciado en Comunicación?!
Matías Atencio es un joven villamariense, que con sus 31 años tiene muchos más kilómetros recorridos que cualquier joven de su edad. Es que la mitad de su vida la ocupó en conocer a su país (sólo le resta conocer Tierra del Fuego) y países de Latinoamérica como Bolivia, Perú, Ecuador, Brasil y Colombia. Mientras el común de la gente hace “turismo armado”, Matías práctica el turismo de mochilero, conociendo intensamente la idiosincrasia de nuestros pueblos. Aprendió inglés, portugués, quechua, y reproduce (en sus anécdotas) las distintas tonadas y registros idiomáticos de los pueblos que visitó.
Lo encuentro en la universidad, lo invito a que vayamos un aula y gustoso carga sus artesanías, instrumentos musicales y libros.
—¿Qué hacés acá en la universidad?
—Me recibí de Técnico en Comunicación Social, ahora estoy haciendo mi tesis de Licenciatura. Pero…, ¡¿qué te puedo decir, loco?! Es como un engaño, un título, un papel, no sé. Ahora estoy tratando de cerrar círculos para no dejar tantas cosas abiertas en la vida. Quiero terminar de una vez esta vaina y seguir haciendo lo que me gusta, que es tocar música, hacer artesanías y escribir; tratar de enrollar esas tres cosas en las universidades, si se puede de Latinoamérica, sino de acá. Siempre tratando de no trabajar para ningún patrón, intentando lograr una autonomía que, al fin y al cabo, para eso estudiamos; no estudiamos para meternos en una oficina, detrás de un mostrador, o ser un licenciado; porque en definitiva es lo mismo, es ser un esclavo de cuello blanco.
—¿Cómo te ganas la vida actualmente?
—Con la música, la artesanía, la escritura... Quisiera formar un conglomerado, sería una nueva cátedra en la universidad, pero ¡¿cómo haces loco?!, la única manera es trabajando por las universidades de Latinoamérica. En Bolivia, tendría mucho trabajo, porque con la globalización, con la estabilidad que estamos viviendo, con el fin de las raíces de nuestros pueblos latinoamericanos, la invasión cultura yanqui, los productos importados y todo eso que nos meten desde afuera… yo podía llevarle su propia música, que la dejaron de lado por escuchar reggaeton, dar talleres, hablar con los papachos, con la mamachas, son los dueños de la tierra, nuestros antepasados… (Mientras me dice esto desenvuelve un charango y la samponia, que lo acompañan a todos lados).
—¿Creí que sólo tocabas la trompeta?
—Primero, toco esto porque Krishna me dio un don para tocar; segundo, cuando viví en Bolivia me enamoré tanto de ésta música, que tiene una nostalgia que vas absorbiendo junto a la cultura. Ahora somos jóvenes y escuchamos tangos y decimos ¡paaaaa...! y pensamos en Buenos Aires, y lo que sería haber vivido la juventud del ’40; pero no la vivimos, loco. La música del Altiplano, hasta que no estás allá no sabés de qué te están hablando. Después se presentan grupos como Los Tekis que hacen un comercio con esa música y las chicas bailan como si estuvieran escuchando Juanes o Shakira y no tiene nada que ver, es otra cosa la música del Altiplano. Es el lamento, esa tristeza que sufre ese pueblo constantemente; por eso Evo Morales es como una suerte de Mesías, el primer indio, como ellos, que está en el gobierno y que puede administrar tantas riquezas de un país en el que se están gastando todo, explotando todo, reventando todo… y no están dejando nada para ellos.
—Estás hablando de Bolivia, pero ¿cómo ves a la Argentina?
—Estoy empapado de Argentina, siempre es bueno ver las cosas desde afuera; igual no dejo que los medios de comunicación me metan nada en la cabeza, pienso que está todo en la calle, porque ahí se puede hablar con las personas. Pienso que ellas tienen el conocimiento, pero ¿qué pasa? La opinión pública está influenciada por los medios de comunicación, entonces es lo mismo; siempre es bueno irse a otro país para ver el propio, para que el cardo no te tapa el monte.
—Además de Bolivia, ¿qué otros lugares has recorrido? ¿Siempre de mochilero?
—Siempre, trabajando. Empecé a los 14 yéndome a conocer las Sierras, después seguí conociendo mi país, conozco todas las provincias, me falta Tierra del Fuego. Siempre conociendo amigos, compartiendo con las personas de mi país; en Puerto Pirámides nadaba desnudo y para comer cazaba pescado y vivía en una cueva con una vela para la noche. Para curtirse a full amigo, porque nosotros los humanos tenemos que curtirnos bien, para que ninguna tempestad nos pueda voltear. También viví en la selva de Misiones, sin luz ni agua y era pura selva, había que tener cuidado porque podían andar los bichos, había que dejar fuego prendido de noche, y andaba con un cuchillo así (y hace un gesto rememorando el tamaño), pensaba que tenía que conocer mi país a fondo. Buceaba en el Río Iguazú, buscando piedras, cazaba mariposas de colores para vendérsela a los japoneses… Qué loco, te morfaban los mosquitos, tierra colorada, agua colorada…
—¿Cómo te iniciaste con las artesanías?
—En Río de Janeiro me enseñaron los malucos, son los que viven en la calle, pero son superartistas los tipos. Me enseñaron a manejar la resina y tintura vegetal, las piedras, las semillas, todo eso. Lograban un realismo en una cara con resina, lograban un realismo mágico, como el de García Márquez, pero hecho con dedos, ¡¡guauu!! Yo me quedé asombrado. Los aros los aprendí a hacer en Perú, son las filigranas peruanas, es el arte de atrapar los alambres sin soldarlos, la grampa también la fabricás vos, y le ponés una piedra semipreciosa de tu país, que éstas (me los muestra) son de Catamarca. Las semillas me las traje de la Selva Amazónica, la usan los skaters, los surfistas, porque son como amuletos de protección, tienen la energía de la naturaleza y algunos están bendecidas por papachos chamanes con palo santo, madera santa.
—¿Llegás a zafar vendiendo estas cosas o se pone muy duro?
—Yo pienso que me ayuda mucho Krishna, o llamale como quieras, Buda, Jesús… Lo que yo tengo ahí es un producto… estamos en un pueblo, man, y muy cerrado, de gringos, y esto es un producto nuevo.
—¿Creés que tenés que irte de Villa María para mejorar?
—Siempre pensé eso, pero está todo dentro nuestro. Ese dicho de que nadie es profeta en su tierra es mentira; todo depende de cómo estés por dentro, de cómo veas las cosas. Como dice la canción de Las Pelotas, “si tus ojos quieren negro es todo negro”, esa es la verdad, man. Tampoco podemos vivir positivo todo el día porque no existe, tenemos que tener nuestros bajones y ahí es cuando ves diferente a tu ciudad.
—Estás terminando estudios universitarios y has aprendido muchas cosas de la calle y la gente, ¿qué valorás más, para tu crecimiento personal?
—Cuando estás estudiando te dan apuntes y tenés que leer, y tenés que rendir. Empecé a contrastar la práctica con la teoría, la teoría está dentro de las instituciones, que son los profesores que te dan los libros que vos precisás leer, muchas veces sí, muchas veces no. A veces te dan chingaderas y dije que la práctica está en la calle. Con plata cualquiera viaja, entonces saqué a un pasaje a una provincia que no conocía y llegaba sin un cobre, sólo con mi mochila. Ahora a poner en práctica, decía mi cabeza, y era así. Después tenía que seguir las clases, me iba un mes más o menos. Dormía en los lugares que me encontraba en la ciudad… ahí conocés la idiosincrasia y la cultura de un pueblo porque tenés que hablar con todos, desde el tipo que vende diarios hasta arriba…
—Sos muy extremista, esto es un ejercicio de sobrevivencia constante…
—Sí, es muy loco, pero ya desarrollé tantas estratagemas que me puedo ir a cualquier país sin un mango. En Quito trabajaba y aprendí a hablar inglés, empezás con películas, con canciones, es parte de la culturalización yanqui; cuando sos niño empezás a escuchar música en inglés, ves películas en inglés y vas aprendiendo cuando estás en contacto con el extranjero.
—¿Cuál es tu relación con la escritura literaria?
—Empecé a los 8 años, descubrí el mundo de la literatura que me abrió muchas puertas mentales. Comencé con Horacio Quiroga, y fue tal que fui a conocer su casa, quería comprar todos sus libros y todo eso. Quería ser periodista, estudiar y trabajar, hacer lo que me gusta y que me paguen; entonces Fabián Mossello me da el primer taller de escritura y siento que me puedo expresar muy bien, y sigo leyendo, no lo que me daban en la universidad sino lo que yo quería. Después descubrí el nuevo periodismo con Roberto Arlt, y traté de contar mis viajes de una manera similar.
—¿Y de qué tratan tus escritos?
—Tengo algunos cuentos que son muy fuertes, pero que son la realidad. Lo que más hay en la calle son putas, drogas, borrachos escandalosos y niños. Hoy en día, al país que vayas va a haber marihuana, siempre, a donde vayas, acá hay marihuana, en el centro hay marihuana, en los barrios hay marihuana, en todos lados… en Bolivia, Cocaína, ahí van todos a tomar, van y compran una caja de fósforos así llena por 10 pesos; y acá conseguís por 80 pesos un capuchón de lapicera que creo que entra un gramo, pero de la buena. El pobre, el que no tiene un mango, labura para comprar merca y el rico también, vos decís, mirá los locos que diferentes que son pero convergen ahí, si se tienen que “cagar a piñas” por una bolsa de merca, lo hacen. Eso es lo que no tiene asumida nuestra sociedad, vos hablás de esto y todo el mundo se escandaliza; yo probé pero salí, gracias a la educación también. Hay que agradecer que no hay Paco, tampoco ácidos, hay estas dos (marihuana y coca) y el escabio que no parece, pero es una droga fuertísima. Trato de ejercer la literatura y el nuevo periodismo de la onda de Tom Wolfe, ¿te acordás?
—Sí, claro, me hablaste de la música, de las artesanías y la literatura, ¿y los malabares?
—San Juan es una ciudad de tranquila como Villa María pero grande como Córdoba, no sabés que loco. En un momento los malabaristas de todo el país se dieron cuenta que ese lugar era bueno, porque había muchos semáforos para trabajar. Estabas una hora y te juntabas 30 o 40 pesos, cuando estábamos dolarizados, imaginate si te quedás todo el día. Ocupamos un edificio, había tribus, siempre estuve con tribus de artesanos que son más cerrados, como que dominan una plaza y te miran lo que querés vender, siempre con el pelo largo, fumándose una mota ahí, disfrutando de la luna llena, con mucho olor a sahumerio por ahí.
—¿Cómo es ese mundo?
—Conocí a tribus de malabares que tienen sus propios juguetes: clavas y bolas. Siempre tienen un corte exótico, se pintan los ojos. Hay una fusión del punk de los ’70 con Sid Vicious y los Sex Pistols y el arte circense que trajeron los italianos a la pampa gringa. De todo eso sale algo muy raro que vos te parás en un semáforo y no podés no mirarlos. Yo siempre estuve de observador, te comprometés, pero siempre tenés que estar de ahí afuera para poder observar, y te sorprendías de las cosas que hacían. Hay escalafones dentro de ellos.
Apenas llegué no me quisieron, me vieron y me dijeron que no, como un cuento de Jack London en donde el lobo quiere entrar y no puede; pero el lobo siempre ronda, hasta que llega un momento en que hay pelear con el líder para ser líder o ser aceptado en la comunidad. Yo iba con los hippies, con los malabares, frecuentaba un poco con cada uno, no hay que comprometerse mucho, como lo dice la teoría del juego de Pierre Bordieu.
Comíamos juntos, por dos pesos con veinticinco nos daban una docena de empanadas árabes, el vino se vendía suelto, y con lo que te quedaba lo ahorrabas, cuando andás así tenés que tener un pequeño capital.
—Siempre relacionándote con gente excluida.
—Me empecé a juntar con los verdaderos hombres, con los que se juntaba Jesús, porque Él andaba con lo peor de lo peor, con los chorros, con las putas; no es el que pintan en los cuadros, no es el de los ojos celestes. Cuando vos llegás a una ciudad sin un mango, ¿con quién vas?, el único que te va a tirar una mano, es a quién nadie le tira una mano. Son marginados por propia elección. Son libres, pero el precio que hay que pagar es la exclusión.
—¿Cómo te proyectás en un futuro, Matías?
—Me gustaría englobar las tres cosas: la literatura y periodismo, la música y las artesanías y hacer una suerte de comunicación alternativa: dar talleres, charlas, intercambios, trabajar con otras facultades, traer y llevar cultura entre los pueblos y poder crecer como persona, siempre.
MATÍAS ATENCIO
COMUNICADOR ALTERNATIVO DE CULTURAS
Quizás lo viste tocando la trompeta en las heladas noches de invierno.
Quizás lo recordás al costado de las calles céntricas, desplegando su tela con aros, collares y pulseras.
Quizás leíste su nombre en alguna revista cultural o en las páginas de alguna reciente antología literaria.
Quizás te pareció verlo revolear las clavas, mientras la luz roja del semáforo te detuvo.
Quizás te pidió un cigarrillo o tal vez lo viste en la universidad.
Pareciera que habláramos de distintos personajes, pero no, es uno solo. En ese cuerpo de muchacho barbado y pelo desprolijo se concentran todas esas imágenes que lo conforman. Algunas parecieran antagónicas, ¡¿un artesano callejero Licenciado en Comunicación?!
Matías Atencio es un joven villamariense, que con sus 31 años tiene muchos más kilómetros recorridos que cualquier joven de su edad. Es que la mitad de su vida la ocupó en conocer a su país (sólo le resta conocer Tierra del Fuego) y países de Latinoamérica como Bolivia, Perú, Ecuador, Brasil y Colombia. Mientras el común de la gente hace “turismo armado”, Matías práctica el turismo de mochilero, conociendo intensamente la idiosincrasia de nuestros pueblos. Aprendió inglés, portugués, quechua, y reproduce (en sus anécdotas) las distintas tonadas y registros idiomáticos de los pueblos que visitó.
Lo encuentro en la universidad, lo invito a que vayamos un aula y gustoso carga sus artesanías, instrumentos musicales y libros.
—¿Qué hacés acá en la universidad?
—Me recibí de Técnico en Comunicación Social, ahora estoy haciendo mi tesis de Licenciatura. Pero…, ¡¿qué te puedo decir, loco?! Es como un engaño, un título, un papel, no sé. Ahora estoy tratando de cerrar círculos para no dejar tantas cosas abiertas en la vida. Quiero terminar de una vez esta vaina y seguir haciendo lo que me gusta, que es tocar música, hacer artesanías y escribir; tratar de enrollar esas tres cosas en las universidades, si se puede de Latinoamérica, sino de acá. Siempre tratando de no trabajar para ningún patrón, intentando lograr una autonomía que, al fin y al cabo, para eso estudiamos; no estudiamos para meternos en una oficina, detrás de un mostrador, o ser un licenciado; porque en definitiva es lo mismo, es ser un esclavo de cuello blanco.
—¿Cómo te ganas la vida actualmente?
—Con la música, la artesanía, la escritura... Quisiera formar un conglomerado, sería una nueva cátedra en la universidad, pero ¡¿cómo haces loco?!, la única manera es trabajando por las universidades de Latinoamérica. En Bolivia, tendría mucho trabajo, porque con la globalización, con la estabilidad que estamos viviendo, con el fin de las raíces de nuestros pueblos latinoamericanos, la invasión cultura yanqui, los productos importados y todo eso que nos meten desde afuera… yo podía llevarle su propia música, que la dejaron de lado por escuchar reggaeton, dar talleres, hablar con los papachos, con la mamachas, son los dueños de la tierra, nuestros antepasados… (Mientras me dice esto desenvuelve un charango y la samponia, que lo acompañan a todos lados).
—¿Creí que sólo tocabas la trompeta?
—Primero, toco esto porque Krishna me dio un don para tocar; segundo, cuando viví en Bolivia me enamoré tanto de ésta música, que tiene una nostalgia que vas absorbiendo junto a la cultura. Ahora somos jóvenes y escuchamos tangos y decimos ¡paaaaa...! y pensamos en Buenos Aires, y lo que sería haber vivido la juventud del ’40; pero no la vivimos, loco. La música del Altiplano, hasta que no estás allá no sabés de qué te están hablando. Después se presentan grupos como Los Tekis que hacen un comercio con esa música y las chicas bailan como si estuvieran escuchando Juanes o Shakira y no tiene nada que ver, es otra cosa la música del Altiplano. Es el lamento, esa tristeza que sufre ese pueblo constantemente; por eso Evo Morales es como una suerte de Mesías, el primer indio, como ellos, que está en el gobierno y que puede administrar tantas riquezas de un país en el que se están gastando todo, explotando todo, reventando todo… y no están dejando nada para ellos.
—Estás hablando de Bolivia, pero ¿cómo ves a la Argentina?
—Estoy empapado de Argentina, siempre es bueno ver las cosas desde afuera; igual no dejo que los medios de comunicación me metan nada en la cabeza, pienso que está todo en la calle, porque ahí se puede hablar con las personas. Pienso que ellas tienen el conocimiento, pero ¿qué pasa? La opinión pública está influenciada por los medios de comunicación, entonces es lo mismo; siempre es bueno irse a otro país para ver el propio, para que el cardo no te tapa el monte.
—Además de Bolivia, ¿qué otros lugares has recorrido? ¿Siempre de mochilero?
—Siempre, trabajando. Empecé a los 14 yéndome a conocer las Sierras, después seguí conociendo mi país, conozco todas las provincias, me falta Tierra del Fuego. Siempre conociendo amigos, compartiendo con las personas de mi país; en Puerto Pirámides nadaba desnudo y para comer cazaba pescado y vivía en una cueva con una vela para la noche. Para curtirse a full amigo, porque nosotros los humanos tenemos que curtirnos bien, para que ninguna tempestad nos pueda voltear. También viví en la selva de Misiones, sin luz ni agua y era pura selva, había que tener cuidado porque podían andar los bichos, había que dejar fuego prendido de noche, y andaba con un cuchillo así (y hace un gesto rememorando el tamaño), pensaba que tenía que conocer mi país a fondo. Buceaba en el Río Iguazú, buscando piedras, cazaba mariposas de colores para vendérsela a los japoneses… Qué loco, te morfaban los mosquitos, tierra colorada, agua colorada…
—¿Cómo te iniciaste con las artesanías?
—En Río de Janeiro me enseñaron los malucos, son los que viven en la calle, pero son superartistas los tipos. Me enseñaron a manejar la resina y tintura vegetal, las piedras, las semillas, todo eso. Lograban un realismo en una cara con resina, lograban un realismo mágico, como el de García Márquez, pero hecho con dedos, ¡¡guauu!! Yo me quedé asombrado. Los aros los aprendí a hacer en Perú, son las filigranas peruanas, es el arte de atrapar los alambres sin soldarlos, la grampa también la fabricás vos, y le ponés una piedra semipreciosa de tu país, que éstas (me los muestra) son de Catamarca. Las semillas me las traje de la Selva Amazónica, la usan los skaters, los surfistas, porque son como amuletos de protección, tienen la energía de la naturaleza y algunos están bendecidas por papachos chamanes con palo santo, madera santa.
—¿Llegás a zafar vendiendo estas cosas o se pone muy duro?
—Yo pienso que me ayuda mucho Krishna, o llamale como quieras, Buda, Jesús… Lo que yo tengo ahí es un producto… estamos en un pueblo, man, y muy cerrado, de gringos, y esto es un producto nuevo.
—¿Creés que tenés que irte de Villa María para mejorar?
—Siempre pensé eso, pero está todo dentro nuestro. Ese dicho de que nadie es profeta en su tierra es mentira; todo depende de cómo estés por dentro, de cómo veas las cosas. Como dice la canción de Las Pelotas, “si tus ojos quieren negro es todo negro”, esa es la verdad, man. Tampoco podemos vivir positivo todo el día porque no existe, tenemos que tener nuestros bajones y ahí es cuando ves diferente a tu ciudad.
—Estás terminando estudios universitarios y has aprendido muchas cosas de la calle y la gente, ¿qué valorás más, para tu crecimiento personal?
—Cuando estás estudiando te dan apuntes y tenés que leer, y tenés que rendir. Empecé a contrastar la práctica con la teoría, la teoría está dentro de las instituciones, que son los profesores que te dan los libros que vos precisás leer, muchas veces sí, muchas veces no. A veces te dan chingaderas y dije que la práctica está en la calle. Con plata cualquiera viaja, entonces saqué a un pasaje a una provincia que no conocía y llegaba sin un cobre, sólo con mi mochila. Ahora a poner en práctica, decía mi cabeza, y era así. Después tenía que seguir las clases, me iba un mes más o menos. Dormía en los lugares que me encontraba en la ciudad… ahí conocés la idiosincrasia y la cultura de un pueblo porque tenés que hablar con todos, desde el tipo que vende diarios hasta arriba…
—Sos muy extremista, esto es un ejercicio de sobrevivencia constante…
—Sí, es muy loco, pero ya desarrollé tantas estratagemas que me puedo ir a cualquier país sin un mango. En Quito trabajaba y aprendí a hablar inglés, empezás con películas, con canciones, es parte de la culturalización yanqui; cuando sos niño empezás a escuchar música en inglés, ves películas en inglés y vas aprendiendo cuando estás en contacto con el extranjero.
—¿Cuál es tu relación con la escritura literaria?
—Empecé a los 8 años, descubrí el mundo de la literatura que me abrió muchas puertas mentales. Comencé con Horacio Quiroga, y fue tal que fui a conocer su casa, quería comprar todos sus libros y todo eso. Quería ser periodista, estudiar y trabajar, hacer lo que me gusta y que me paguen; entonces Fabián Mossello me da el primer taller de escritura y siento que me puedo expresar muy bien, y sigo leyendo, no lo que me daban en la universidad sino lo que yo quería. Después descubrí el nuevo periodismo con Roberto Arlt, y traté de contar mis viajes de una manera similar.
—¿Y de qué tratan tus escritos?
—Tengo algunos cuentos que son muy fuertes, pero que son la realidad. Lo que más hay en la calle son putas, drogas, borrachos escandalosos y niños. Hoy en día, al país que vayas va a haber marihuana, siempre, a donde vayas, acá hay marihuana, en el centro hay marihuana, en los barrios hay marihuana, en todos lados… en Bolivia, Cocaína, ahí van todos a tomar, van y compran una caja de fósforos así llena por 10 pesos; y acá conseguís por 80 pesos un capuchón de lapicera que creo que entra un gramo, pero de la buena. El pobre, el que no tiene un mango, labura para comprar merca y el rico también, vos decís, mirá los locos que diferentes que son pero convergen ahí, si se tienen que “cagar a piñas” por una bolsa de merca, lo hacen. Eso es lo que no tiene asumida nuestra sociedad, vos hablás de esto y todo el mundo se escandaliza; yo probé pero salí, gracias a la educación también. Hay que agradecer que no hay Paco, tampoco ácidos, hay estas dos (marihuana y coca) y el escabio que no parece, pero es una droga fuertísima. Trato de ejercer la literatura y el nuevo periodismo de la onda de Tom Wolfe, ¿te acordás?
—Sí, claro, me hablaste de la música, de las artesanías y la literatura, ¿y los malabares?
—San Juan es una ciudad de tranquila como Villa María pero grande como Córdoba, no sabés que loco. En un momento los malabaristas de todo el país se dieron cuenta que ese lugar era bueno, porque había muchos semáforos para trabajar. Estabas una hora y te juntabas 30 o 40 pesos, cuando estábamos dolarizados, imaginate si te quedás todo el día. Ocupamos un edificio, había tribus, siempre estuve con tribus de artesanos que son más cerrados, como que dominan una plaza y te miran lo que querés vender, siempre con el pelo largo, fumándose una mota ahí, disfrutando de la luna llena, con mucho olor a sahumerio por ahí.
—¿Cómo es ese mundo?
—Conocí a tribus de malabares que tienen sus propios juguetes: clavas y bolas. Siempre tienen un corte exótico, se pintan los ojos. Hay una fusión del punk de los ’70 con Sid Vicious y los Sex Pistols y el arte circense que trajeron los italianos a la pampa gringa. De todo eso sale algo muy raro que vos te parás en un semáforo y no podés no mirarlos. Yo siempre estuve de observador, te comprometés, pero siempre tenés que estar de ahí afuera para poder observar, y te sorprendías de las cosas que hacían. Hay escalafones dentro de ellos.
Apenas llegué no me quisieron, me vieron y me dijeron que no, como un cuento de Jack London en donde el lobo quiere entrar y no puede; pero el lobo siempre ronda, hasta que llega un momento en que hay pelear con el líder para ser líder o ser aceptado en la comunidad. Yo iba con los hippies, con los malabares, frecuentaba un poco con cada uno, no hay que comprometerse mucho, como lo dice la teoría del juego de Pierre Bordieu.
Comíamos juntos, por dos pesos con veinticinco nos daban una docena de empanadas árabes, el vino se vendía suelto, y con lo que te quedaba lo ahorrabas, cuando andás así tenés que tener un pequeño capital.
—Siempre relacionándote con gente excluida.
—Me empecé a juntar con los verdaderos hombres, con los que se juntaba Jesús, porque Él andaba con lo peor de lo peor, con los chorros, con las putas; no es el que pintan en los cuadros, no es el de los ojos celestes. Cuando vos llegás a una ciudad sin un mango, ¿con quién vas?, el único que te va a tirar una mano, es a quién nadie le tira una mano. Son marginados por propia elección. Son libres, pero el precio que hay que pagar es la exclusión.
—¿Cómo te proyectás en un futuro, Matías?
—Me gustaría englobar las tres cosas: la literatura y periodismo, la música y las artesanías y hacer una suerte de comunicación alternativa: dar talleres, charlas, intercambios, trabajar con otras facultades, traer y llevar cultura entre los pueblos y poder crecer como persona, siempre.
(*) Publicado en EL DIARIO del Centro del País, domingo 20 de setiembre de 2009.-