sábado, 3 de septiembre de 2011

Victor Almeyda. Pescador de Acapulco

Una charla con
VÍCTOR ALMEYDA
Pescador de Acapulco


En nuestras ediciones pasadas pudimos dar cuenta como el Ballet Centenario de Isla Verde nos representó como país en las tierras de Zacatecas. Fue una semana intensa de presentaciones que dejaron la huella argentina en el país hermano de México.
Después de tan agitada semana, nos tomamos unos días para conocer algunos de los lugares para el descanso y el disfrute de un verano que se hace sentir con todo su poderío. Viajamos a Acapulco, kilómetros y kilómetros de rutas en perfecto estado hacen que el traslado y el recorrido de grandes extensiones se haga ameno y tranquilo. Aquí, donde la playa es el principal atractivo del lugar decidimos hacer una nota diferente, una nota de color. Queríamos una charla con algún personaje distinto para cerrar nuestra estadía en tierras mexicanas, alguien que nos cuente cómo es su vida en ese lugar en donde el calor está presente los 365 días del año.
Recorremos la playa de un lado a otro. Caminamos descalzos cerca del agua, que en su irregular vaivén nos moja los pies y alivia el calor reinante. Desde una punta lo vemos. Está bajo una de las sombrillas, allí sentado, con su gorrita, su remera de un negro ya desgastado por el tiempo y su bermuda multicolor. Nos llama la atención desde lejos. Él es Víctor Almeyda, es un pescador retirado. Uno de esos personajes que solo se encuentran en lugares como este. Todas las mañanas se adentra en el mar para conseguir lo que será su alimento y el producto que ofrecerá a los turistas que visitan las hermosas playas de Acapulco.
Nos acercamos a él y le consultamos que tiene para vender. Desde un balde saca uno a uno los ostiones que consiguió, los abre con su cuchillo y deposita en el plato el interior del animal. Lo saludamos y nos regala una sonrisa. Le pedimos sentarnos con él y que nos ofrezca su producto.


MANJAR NATURAL
Mientras disfrutamos de la sombra, el sol cae muy fuerte en la playa y convierte la arena en brasas. Lo miramos y le preguntamos a que se dedica. Sonriendo nos dice que es “jubilado retirado”; que fue pescador y que en cierta forma lo sigue haciendo porque es lo que le gusta.
De frente tenemos el mar, el inmenso mar que se nos regala con brilloso día, el ruido de las olas que llegan blancas a la orilla, hacen del deleite de los niños y los bañistas que disfrutan de la jornada. Hablamos con Víctor como si nos conociéramos desde toda la vida y se ríe por cada cosa que decimos. Detrás de él descansa transversalmente su nave, una canoa toda despintada y astillada. Es allí donde él, como mucho de otros pescadores, duermen por la noche “hasta que los rayos de sol me despiertan”.
Víctor nació en la Isla Progreso y vivió siempre en Acapulco. “Aquí tuve mi primera mujer… y también la segunda”; aunque vive solo: “vivo solo / siempre así / siempre libre y solitario”, nos canta y larga una carcajada.
Tiene dos hijos, uno de ellos está en el Jardín Azteca y nos señala para un costado como si nosotros supiésemos donde queda ese lugar; el otro está detrás de él; luego lo piensa y agrega que en Chiapas tiene dos hijos más. "Corre mi sangre por Chiapas, jajaja...". Mientras continúa la charla, sigue preparando nuestra comida, que ostenta al decirnos que es todo natural.
Víctor bucea a pulmón, sin aparatos, sin equipos, infla su pecho de oxígeno y se zambulle en las aguas claras de la costa para recoger su ración diaria de conchas, almejas y moluscos, los que luego venderá bajo la sombra de la sombrilla.


COCINA POCO CONVENCIONAL
El pescador continúa su tarea, acerca un remo gastadísimo y apoya un extremo en uno de los botes y el otro sobre la mesa. La paleta la usa al mejor estilo tabla de cualquier chef del lugar. Allí corta el pimiento en rebanadas iguales y luego las pica. Hace lo propio con la cebolla. Como no tiene salsa, nos pide que lo aguardemos y corre tras uno de los negocios cercanos al lugar y vuelve con la botellita de salsa picante “Búfalo”.
Nos pregunta de dónde somos, le decimos que de la Argentina y nos responde de que aquí "hay mucho Carlos Charly, mucho señor Brown, mucha disco" y se ríe mucho. Cuando lo hace muestra sus dientes y la cara oscura se le arruga por momentos.
Nos cuenta que estuvo trabajando en un lugar de comidas, pero como no quiso aprender lo dejó. "Ya mis tiempos pasaron", asegura. “Ya mi vida se va / la muerte me llama / y no quiero morir / alejado de ti…” canta y vuelve reírse.
Para este momento la comida ya está lista, así que tomamos la cuchilla con la que preparó el plato, cargamos una considerable porción y degustamos los ostiones. "¿Te gusta?" Nos dice. Le respondemos que está bueno y seguidamente le damos un gran trago a la cerveza, que ayuda a contrarrestar el picante. “Te iba a dar una cucharita, pero te hiciste el rústico" (risas).
Víctor nació en 1960 y pesca desde siempre, pero no lo hace con red sino con cuerda, “me gusta que me zamarreen, que me tiren los nervios”.
Nos cuenta un tanto penoso que se les dificulta un poco la tarea de pesca porque no tienen una embarcación acondicionada, pero eso no le impide levantarse todas las mañanas e irse a una de las costas que vemos a un kilómetro aproximadamente de donde estamos. Víctor hace sus búsquedas bajo el mar, como está ahora ni los buzos se quieren meter nos dice, “hay que conocer el agua”. El viento también sopla y suma dificultades para hacer este tipo de tareas.
Cuando le preguntamos cómo se llama el plato que nos hicimos preparar nos dice que son “ostiones a la caribú”; que no es un nombre establecido, sino que es uno que él mismo lo denominó así.
Se ríe todo el tiempo. Habla como mexicano pero a su vez tiene un tono que hasta los mismos lugareños se sorprenden. Le preguntamos cómo está la seguridad del lugar y nos dice que un poco difícil porque los narcos están “chingando” hasta los taxistas. Una de las razones por la que este lugar ha perdido una considerable convocatoria es justamente por el tema de la seguridad. “La política brother, es brava…” nos resume.


PANORÁMICAS
Las temperaturas de los días en los que transcurrimos en Acapulco oscilaron entre los 40 grados y un poco menos cuando llueve. La playa es un desfile de vendedores ambulantes que nos ofrecen los productos más disimiles: desde llaveros, ropa, comida, nos rentan sus motos acuáticas, un viaje en parapente, o en gomones, hasta música interpretada por dos niños que rascan una lata de arvejas como si fuese un güiro y hacen un cantito para pedir una colaboración. Las embarcaciones surcan el mar de manera armoniosa. El agua es cálida, de día y de noche, invita a pasarse un largo rato metido dentro de ella. La sal se hace sentir en los ojos y de los labios, pero la permanencia en el agua acostumbra nuestros sentidos. Si miramos a nuestros costados podemos observar que a un extremo de la playa se encuentra el puesto de la Prefectura Naval y para el otro la playa pública se extiende por toda la bahía con los colores de la sombrilla marcando un caminito imaginario.


LA DESPEDIDA
La charla va llegando a su fin. Hemos compartido un momento diferente con Víctor Almeyda un pescador del lugar que ha vivido toda su vida del mar. Le pagamos por el plato que consumimos y nos saludamos muy gratamente. Él espera que volvamos y preguntemos por él en el mismo lugar.
Nos retiramos para darnos los últimos chapuzones en este día de verano intenso en las playas de Acapulco. Pronto nos espera el viaje de retorno a la Villa, a volver a la cotidianeidad, a las responsabilidades... a nuestra vida.



(*) Publicado en ninguna parte... 03 de setiembre de 2011.-

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