martes, 18 de noviembre de 2008

Raúl Olcelli: Cuando el arte llora en colores

ENTREVISTA
RAÚL OLCELLI
CUANDO EL ARTE LLORA EN COLORES



Fotografía: Hugo Vicente Ferreyra



“El ojo ve con claridad, pero al mismo tiempo esa claridad está tamizada por cierta nostalgia. Más que el registro de la imagen, lo que Raúl aporta es una evocación altamente poética. Olcelli tiene ese poder evocativo de capturar la atmósfera de los rincones de nuestra ciudad y de nuestra provincia, vivencias de su niñez que aún perduran en su retina.”

Marina Bossa
Titular de la galería de arte Los Cuatro Gatos




Recién salido de mi trabajo y un rato antes de que él vaya al suyo, nos reunimos es su casa de calle Deiver 868.
Hacía tiempo que quería hacerle una entrevista, en realidad… más quería escucharlo que preguntarle cosas. Sabía que dibujaba y pintaba, y sobre todo sabía que lo hacía muy bien; pero quería encontrarme con él para interiorizarme más de su persona y de sus proyectos. Si bien lo trato desde hace unos años, ya que es quien diseña las páginas culturales que están a mi cargo en El Diario del Centro del País, no conozco mucho de su persona ni de su trabajo. Las obligaciones diarias hacen que pasemos mucho tiempo sin vernos las caras y que nuestro único medio de contacto sea el cotidiano SMS o la comunicación vía correo electrónico.
Me recibe con una taza de café caliente y nos sentamos en la mesa enfrentados. A mi izquierda, la luz de la siesta se cuela por el vidrio aportándonos una agradable claridad. Detrás de Raúl, un cuadro en el que los cálidos colores dan vida a unos niños cuyos dedos hinchados marcan un estilo personal en su pintura. Es un cuadro que recuerdo de una exposición pasada realizada en noviembre en la Galeria Los
Cuatro Gatos. De esa colección de trabajos rescato de mi memoria uno en particular. Una pintura que esgrime un embelesado ocaso, que dilata un inmenso techo multicolor sobre seis críos que retornan a su hogar. Me los imagino exhaustos por haber compartido toda una tarde a pleno fútbol en cualquier potrero de nuestra reminiscencia. El camino por el que transitan está encorsetado por alambrados y una hilera de postes eléctricos, los que llevan la energía a los campos circundantes.
Mientras exteriorizo mi gusto, Raúl me contesta de tal manera, que nos metemos de lleno en la entrevista, sin siquiera quererlo...
Presuroso, enciendo mi grabador y se inmortaliza en él lo siguiente:
“cuando uno trabaja desde el sentimiento, (me comenta) eso queda plasmado, ya sea una obra musical, una obra de teatro, una historia, una pintura y ahí eso (se refiere a la pintura en cuestión) lo hice acordándome de mi infancia, cuando uno terminaba de jugar al fútbol y te ibas. Un amigo me dijo que ese cuadro tiene olor a transpiración y a pasto; creo que a todos los que lo han visto les pasó identificarse con la pintura, se retrotrajeron a la infancia y cada uno, que fue de pueblo o de campito, recuerda que jugaba y que cuando se venía la noche uno volvía a casa… inclusive mujeres, que vos me podrías decir que no puede ser, pero sí, ese cuadro lo compró una mujer.”

—Realmente uno de tus cuadros más bellos que recuerdo de esa exposición.
—Ese cuadro lo hice como cualquier otro, pero la gente le gustó mucho. Un amigo me dijo que tenía la plata y me lo quería comprar, “¿¡cómo no me dijiste!? Te lo reservaba a vos” (rememora Raúl). Ni siquiera me pedía que le hiciera precio. También otra gente más me ha comentado su gusto por la misma pintura…estaría bueno hacerlos en serie (y nos reímos).

—¿Sos autodidacta, Raúl?
—Sí, sólo fui a una de esas clásicas academias de pueblo, de garaje, donde te enseñan canto o pintura, pero nada más. No lo considero profesional, pero reconozco que a mí me sirvió, porque me estimuló. Era una profe que venía de Las Varillas, es más, todos los que fuimos ahí los fui a buscar yo, porque tenía muchas ganas de aprender. Mis viejos no me dejaban ir a Las Varillas, entonces no pusimos a buscar gente con otro muchacho que viajaba; fuimos preguntando, esa cosa espontánea de pueblo, armamos un grupito de 10 o 12 y fuimos a parar a la antesala de un cine.
Raúl recuerda emotivamente esa época: “era muy loco, porque ahí estaban los afiches de las películas y por ahí se nos ocurría pintar alguno y dibujábamos la película.
Esa fue toda mi formación, lo demás fue leer mucho, copié, imité a uno a otro, leí muchos libros de técnica y muchos autores, todo lo que encontraba.

—¿Siempre pintaste o tuviste un parate en algún momento de tu vida?
—El parate grande lo tuve en este último tiempo, cuando me dediqué a lo que es el diario, noté que uno no puede hacer todo... Estudié técnico lácteo, aunque yo hubiese querido ser arquitecto pero sabía que tenía que ir a Córdoba pero no había presupuesto. Entonces tenía que adaptar el libreto a lo que había en Villa María, entonces empecé a estudiar ingeniería química, después dejé justo antes de la guerra de Malvinas. No fui por poco. Después me dediqué al dibujo publicitario, trabajaba con (Héctor) Cavagliato. A partir de allí le encontré la vuelta, yo siempre quise trabajar en un diario, desde chico me acuerdo. Yo colaboraba en el Noticias desde el ‘81, ‘82, ‘83… En el ‘88 entré a trabajar en el diario Noticias, en el nuevo. En 1990 me fui a El Diario.
Después tuve la posibilidad de irme a trabajar a Salta, pero me quería quedar acá porque había mucho por hacer; ahora pareciera que hay de todo pero en ese tiempo era mucho lo que faltaba. El diseño gráfico (que antes se llamaba dibujo publicitario) ahora es algo corriente y hay uno por cuadra me animo a decir, antes éramos 3 o 4, eso se estudiaba además. Nosotros éramos caraduras, lo hacíamos por cuenta propia; aparte pintábamos y dibujábamos, como de la pintura no se podía vivir había que adaptarlo al dibujo publicitario o a otros tipos de manifestaciones. Con eso, más o menos, me fui metiendo a la parte del diario, que es más o menos lo que hago ahora.
Luego vino la etapa de la infografía, desarrollar todo eso. La pintura, no la había abandonado, pero uno siempre pintó cuando lo sintió, lo quiso; un amigo decía que “uno pinta, no porque queda lindo, uno pinta porque siente la necesidad de hacerlo”, ni quiere venderlo, si se vende e buena hora; es como un llanto, como un grito, como algo que tiene que salir de adentro.
Me había cansado un poco de siempre lo mismo, por eso hice un parate. A mí siempre me gustó el trabajo mural, inclusive tenía todo listo para irme a estudiar muralismo en Méjico, pero me faltaba la decisión. Allá tengo una prima, pero no fui y al poco tiempo se enferma mi mamá y muere. Fue como un vaticinio el que no tenía que ir.
Es un capítulo pendiente, por eso me gusta los trabajos en gran escala. La pintura mural, pero con esa simbología, con la etapa de Méjico del principio de siglo del novecientos, la época de (David Alfaro) Siqueiros, de (Diego) Rivera, de (José Clemente) Orozco.

—Pero en la actualidad cada vez hay más posibilidades para viajar… hay más facilidades.
—Y ahora con la Internet tenés todas las posibilidades de viajar y estudiar en cualquier lado del mundo, como lo hicimos nosotros de forma improvisada, vas viendo, vas indagando, haciendo cosas que vas leyendo, vas mirando; no me gusta copiar, pero muchas veces uno se va identificando con determinada corriente, con cierto pintor. Uno va desarrollando lo que más le gusta, en mi caso la parte social, toda esa movida a mí me capturó, tanta cantidad de pintores, tanto de otros lados como de acá también, trabajos que tienen un significado, un mensaje más allá de la pintura en sí.

—¿A vos te gusta más pintar que dibujar, o dibujar es el paso previo a pintar?
—Van las dos de las manos, una es complemento de la otra. Yo del dibujo en blanco y negro no me puedo separar, porque es algo que es como un sello, porque uno lo tuvo que trabajar, y lo sigue trabajando. Inclusive el blanco y negro logra algo que el color no, por lo menos en lo que a limitaciones respecta. Cuando uno tiene la limitación de no poder contar o mostrar todo en color, al tener dos matices, te tenés que valer de muchos elementos para decir lo que querés decir. Es todo un desafío. Hay ilustradores en blanco y negro que me encantan.

—Acá en Villa María hubo varios muy buenos que quedarán para siempre en el recuerdo.
—Sí, pasa que por ahí no se demuestran, no se cuentan. Esto me pasaba desde que uno empezó a hacer este trabajo, que vos decís, ¿de dónde esta persona pinta? y ves que lo hace muy bien, y ¿cómo no se sabe nada? A lo mejor es porque tiene perfil bajo y no le interesa; justamente hay gente muy valiosa que por su forma de ser no le interesa ni vender, ni mostrarse, pasa desapercibida y a lo mejor tienen más valor que aquellos que aparecen todo el tiempo en escena, por otras razones.
Ahora está esto de colgar y vender las obras por Internet, cosa que antes no ocurría. Muchas veces me consultan por alguien en particular y no lo conozco, a pesar de que trabajo en un medio de comunicación.
Nino (Menardo) y Monky (Tieffemberg) fueron y serán unos de los mejores ilustradores que tuvo Villa María, y existen otros que se fueron. Hay uno que está acá, pero que no debería estar acá, Santiago Gallardo. Es un chico que hace tatuajes y que tiene un manejo de birome impresionante, este muchacho lo que hace yo no lo vi nunca, ni en Buenos Aires, ni en ningún lado. Por eso yo le digo, “¡negro, agarrá tus cosas y andate de acá! Porque en otro lado te van a valorar, acá te valoran hasta cierto punto y te van a compran las obras hasta cierto punto y no más.” Porque acá los que valoran el arte son muy poca gente, es limitado.

—Sucede también que lo local tiene menos valor que lo que viene de afuera, ¿no sé si a vos te da esa impresión?
—Claro, siempre es así. Y en el caso de este muchacho que es joven, cuando lo cruzo por ahí le pregunto, “¿Y? ¿todavía no te fuiste?” Hay lugares donde se manejan con bolsas de trabajo, en Estados Unidos, en Europa, que su trabajo estaría muy cotizado, porque es una cosa rara, muy perfeccionista, y tiene un toque muy realista. Tiene un equilibrio para lograr su trabajo, él es como esas personas de perfil bajo que te estoy comentado.

—Volviendo a lo que es tu trabajo y retomando lo que decía un amigo tuyo, ¿tenés que sentir la necesidad de hacer las pinturas, o lo hacés de manera diaria?
—No, porque uno tiene muchas obligaciones, el trabajo, la familia… Pero después aparece como un elemento de terapia, no solamente por necesidad o porque a uno le guste. Lo hice de manera interrumpida y en etapas ininterrumpidas. Por eso digo que yo no soy un profesional de esto, ese es el que se levanta a la mañana, practica y todo el tiempo está buscando; Picasso decía que la inspiración existe, sólo que te tiene que sorprender trabajando. Es un ejercicio, que de hecho uno un poco lo hace.

—A la hora de pintar, ¿tenés una línea de materiales a los que siempre recurrís?
—No, ahora estoy pintando con acrílico, pero sino con tintas, me gusta mucho el sintético, me gustan los efectos que se producen con ese material; también he hecho acuarelas, tinta con acuarelas y también mezclado con lápiz. Trabajé en cualquier soporte, porque me dieron esas ganas. El mural que está al ingreso de El Diario es un díptico, que uno lo tenemos nosotros y otro lo tiene uno de los gremios que nos ha ayudado; está hecho en un cartón en los que vienen envuelto las chapas para imprimir el diario. Está pintado con pintura sintética, era lo único que había a mano, lo único que había disponible por razones económicas, porque era la época en que El Diario se cerraba y fue necesidad. La muestra de los 100 años del puente negro fue pintado en papel de diario que estaba sin imprimir y me gustó como quedó, fue un hallazgo, porque el papel tenía una porosidad y una forma de absorción, que en aquella época yo pintaba con unas felpas que untaba en tinta y le daba un efecto a los trazos raro.

—En cuanto a los temas me dijiste más arriba que te apasionan los temas sociales.
—Sí, es algo que no lo puedo evitar. Algunas abstracciones también que pasan por lo simbolista, pero en general me gusta más que digan algo. Hay obras puramente cromáticas y es una composición que te transmite algo por los colores, por el equilibrio y respeto eso, pero no es a lo que yo apunto, lo que yo quiero. Todos los movimientos de la historia del arte aparecieron por algo, por alguna causa, se justifican todos que hayan sido desarrollados. El artista va buscando más allá y eso es lo interesante, no quedarse siempre como en un compartimiento estanco, hay que ir variando, hay que ir buscando.

—En la actualidad hay una especie de nuevo arte donde todo lo vale, donde un conejo fosforescente es arte, donde las burbujas de jabón resultantes del lavado de cadáveres es arte… ¿qué opiniones te merecen esas manifestaciones?
—Hay muchas cosas que son interesantes, uno no puede dejar de valorar que hay cosas creativas, con ingenio, con gusto; pero hay otra cosa que no puedo valorar. Primero porque no tengo la formación, ni de varios trabajos, ni de años hechos en escuela que me permitan verlo con una óptica de un juez… las valoro, pero no es lo que a mi me gusta. Hay muchos que han pasado a otro nivel, porque consideran que el arte tradicional, convencional es lo que se repite, lo que más hay, es como un tamiz que se va pasando y va quedando lo extraño, lo raro, lo que sale de lo común. En algunos casos es bueno, en otros no merece respeto.

—Uno ve tanta cosa, que por ahí se pregunta hasta dónde llega el arte.
—La otra vez en Córdoba, había un muchacho que hacía arte digital en la calle, el decía que hay muchas situaciones que uno las ve con el ojo de artista en la calle misma, siendo fotógrafo, siendo dibujante, pintor que uno después la traduce… Él sacaba fotos, pero unas fotos rarísimas, que daban efecto, con la luz, con las sombras, con la posición del sol, personajes y eso sí es tener buen gusto con un enfoque artístico. Todo lo demás puede ser considerado arte, sucede que hay mucho escrito, mucho publicado a través del tiempo y se fomentó mucho a partir del sesenta, que fue la década donde se dieron las revoluciones de todo tipo. En todos los niveles se dieron revoluciones, y lo artístico no quedó ajeno a ello; en Argentina el Instituto Di Tella centralizó toda esa gente que andaba por allí, aparecieron un montón de artista que son cuestionados, que son polémicos, que provocan esas discordias pero que son de acuerdo a cada observador, de acuerdo a cada uno como lo mire.

—¿Volviendo a lo que vos decías de que la gente te pide que le hagas tal dibujo, esa tarea a vos se te dificulta más, te cuesta un poco más?
—No, yo estoy acostumbrado a hacer caricaturas, entonces es frecuente que me den un trabajo por encargo. Si me dan una pintura, no es lo más común o lo que a todos nos gusta, a mi me gusta crear y que salga lo que salga y hacer de ahí una serie, una muestra o tenerlo puertas para adentro y disfrutarlos con la gente que uno quiere, con los amigos, con la familia. No me preocupa, creo que también es parte del oficio, son muy contados los que son tocados por la varita mágica que hacen lo que quieren y después lo cuelgan, lo venden y viven de eso.

—¿Cuándo comenzaste a introducir lo digital a tu trabajo? ¿Leíste libros para ello?
—Lo único que hice fue un curso de días nada más, para conocer lo que era la infografía cuando recién estaba dando los primeros pasos. Empecé a hacerlo como necesidad; porque uno se vale del elemento convencional, del lápiz, papel, tinta, pinceles; que después hay que llevarlo a una etapa digital. Allí puede ser respetado el trabajo como tal, sin ningún tipo de toque digital más que el soporte, o se lo puede usar como parte de un trabajo que finalmente ha tenido un montón de elementos digitales para nutrirlo. La infografía es una mezcla de todo, periodismo y de arte. Con muy buen gusto se logran cosas muy lindas. A veces se usa y abusa de los efectos que te brindan los programas, que ya es otra cosa. Es como decir, yo le encontré determinada vuelta al PhotoShop por ejemplo y abusás de eso… eso no es arte.

—¿La gente tiene algún lugar donde pueda ver los trabajos que realizás?
—Estoy por hacer una página web para montar mis cosas; pero mientras tanto todavía están en exposición las pinturas que hice para mostrar en Los Cuatro Gatos... y sino acá, en mi casa (y se ríe).

Pero esa risa deja traslucir la sinceridad de su enunciado, esa misma sinceridad con la que cada trazo y pincelada escruta la cotidianeidad y los recuerdos más profundos. Algo que Marina Bossa describe de manera tan justa en el epígrafe que inicia esta nota.
El arte lo llama y Raúl responde… con llantos y gritos que salpican verdades. Necesita de la pintura y el dibujo como aliciente para la memoria, como cartel para la denuncia, como cable a tierra, como postales donde ubicarse… El arte se configura entonces, como principio y fin de las necesidades de un hombre, cuya biografía más precisa sigue contándose cada vez que Raúl desliza su pincel o el grafito de su lápiz regala sus tonalidades más emotivas.
(*) Publicado en revista cultural Nativa (Villa María), Año 4, edición Nº25, Noviembre de 2008 (entrevista ampliada).-