domingo, 23 de septiembre de 2007

Presentación "La bicileta roja" de Marcelo Dughetti

TESTIGO EN LETRAS GRANDES
Marcelo Dughetti
PRESENTACIÓN DE “LA BICICLETA ROJA”





“La inmensa mayoría escriben porquee buscan fama y dinero, por distracción, porque meramente tienen facilidad, porque no resisten la vanidad de ver sus letras de molde.
Quedan entonces los pocos que cuentan: aquellos que sienten la necesidad oscura pero obsesiva de testimoniar su drama, su desdicha, su soledad. Son los testigos, es decir, los mártires de una época. Son hombres que no escriben con facilidad sino con desgarramiento. Son individuos a contramano, terroristas o fuera de la ley.”
Ernesto Sábato, “El gran testigo” (El escritor y sus fantasmas, 1963)





Sin quererlo y sin siquiera saberlo, Sábato colabora en nuestras páginas. Con las palabras justas, que se amoldan con precisión de orfebrería, el escritor de Santos Lugares nos describe a otro que vive en Villa María. Quizás Marcelo Dughetti no conozca a Sábato, quizás tampoco quiera conocerlo; pero estás palabras se escribieron en aquel lugar y en aquel tiempo aguardando este momento, el de poder decirnos que aquí hay testigos.
¿Y de qué manera se registra este testimonio? Con la publicación de un libro atrevido pero a la vez tierno, un libro que dará que hablar a este pueblo, un libro que se anima a mostrarnos otra literatura inexistente en estos lados, un libro que acaba de echarse a andar y que recorrerá muchas calles.
Hablamos de “La bicicleta roja”, otro libro de Recovecos Ediciones que fue presentado este viernes pasado en el Teatro de La Panadería. Luego de la proyección de un corto animado que emocionó a los presentes, el escritor leyó el cuento que da nombre al volumen para que luego el crítico literario y profesor universitario Carlos Gazzera nos deleitara con un texto que reproducimos a continuación. Finalizando la cálida velada el grupo folklórico “La Tusca” amenizó la jornada con bellísimas canciones.



“Esos hombres sueñan un poco el sueño colectivo. Pero a diferencia de las pesadillas nocturnas, sus obras vuelven de esas tenebrosas regiones en que se sumieron y siniestramente se alimentaron, son la ex-presión o presión hacia el mundo de esas visiones infernales; momento por el cual se convierte en una tentativa de liberación del propio creador y de todos aquellos que, como hipnotizados, siguen sus impulsos y sus órdenes secretas. Motivo por el cual la obra de arte tiene no sólo un valor testimonial, sino un poder catártico, y precisamente por expresar las ansiedades más entrañables de él y de los hombres que lo rodean.”
Ernesto Sábato, “El gran testigo” (El escritor y sus fantasmas, 1963)




Cuando pienso en este libro, no me puedo sacar la idea de verlo convertido en un piñón de “esos aparatos tipo mormón”, cuyo mecanismo se sustenta en los 12 dientes que guían la cadena de mando. Cada diente (o cuento si se quiere) conforma un universo en si mismo, pero a la vez es parte inherente a los otros y por extensión al libro en su totalidad. Doce dientes de quienes depende la dirección de este vehículo y del cual no se debe prescindir de ninguno para no desestabilizarlo.
“La bicicleta roja” es lo que se llama en los estudios literarios un contario. Una unidad compacta de dos sentidos. Unidad interna, ya que cada cuento retrata una historia que es vivida por sus personajes; pero también unidad externa, ya que los cuentos tienen relación con los demás. “Sus personajes ejecutan su danza” tanto en un texto como en otro, y es posible encontrar más sentidos, o resignificar los ya leídos a medida que la lectura del volumen progresa. En esa línea Dughetti, nos va dosificando los elementos que nos pueden ayudar a organizar este universo.
El escritor que encasillabamos como poeta está mutando, está evolucionando hacia el narrador o cuentista, aunque su destino final quiera ser (creo) la novela. “La bicicleta roja” quiso ser una novela, “un país menos exacto” que el cuento en donde existe “esa correspondencia exacta en forma, tamaño y posición de las partes de un todo”.
Marcelo Dughetti sirve de sinécdoque de la literatura local. El cuento no era uno de los géneros más cultivados en nuestra ciudad y este libro sigue afirmando que en la actualidad se está escribiendo (y publicando) más narrativa que antes, donde el predominio lo tenía la poesía.
El autor de “El monte de los árboles sogueros”, junto a un par de escritores más le están dando otras tonalidades a la literatura local, aportando nuevas miradas, nuevas estéticas y ahora nuevos formatos.
Otro aspecto a destacar es que este libro, del que intentamos bosquejar alguna impresión en la edición de hoy, es una obra de Villa María en el sentido legítimo: está escrito por un villamariense y más destacable aun, sobre Villa María.



“Nada más equivocado, pues, que pedirle a la literatura el testimonio de lo social o lo político. Escribir en grande, simplemente es, sin más atributos. Pues si es profundo, el artista inevitablemente está ofreciendo el testimonio de él, del mundo en que vive y de la condición humana del hombre de su tiempo y circunstancia. Y dado que el hombre es un animal político, económico, social y metafísico, en la medida en que su documento sea profundo también será (directa o indirectamente, tácita o explícitamente) un documento de las condiciones de la existencia concreta de su tiempo y lugar.”
Ernesto Sábato, “El gran testigo” (El escritor y sus fantasmas, 1963)




Quienes se decidan a pasear en esta bicicleta podrán recorrer por toda la ciudad y observar a su paso la Medioteca, los bailes en el Ameghino, la plaza, el Café de la Ciudad, el barrio Los Olmos, la Biblioteca Rivadavia, El Mirador, el Colegio Nacional, la terminal de ómnibus, las casitas del Santa Ana... a su paso también podrán encontrarse con el Padre Aguirre, el doctor Rodríguez, Padre Hugo, La Mamita y tantos otros... pero no se alarme amigo lector, el autor nos advierte ni bien entramos en el texto que “los personajes de este libro ejecutan su danza en un mundo que se parece al real. Cualquier coincidencia con el que nos rodea es pura casualidad.”
Los personajes de esta historia son niños-adultos, chicos que tienen el dolor metido adentro ­–como dice el final del cuento “Seis naranjas”. Chicos que no juegan, que sólo pueden hacer travesuras porque su tiempo para jugar, para crecer, se esfumó como volutas de juventud. Infancias dolidas que se mitigan con un pedazo de pan con manteca o que se contenta cuando la recurrente lluvia cae desde el cielo y nos iguala a todos. En estas historias sus personajes, que rondan los trece años, piensan en el sexo, en fumar, robar, tomar y trabajar para poder subsistir. Niños de familias numerosas y carentes de recursos como las hay en todos lados y que como si eso fuera poco, hasta tienen miembros de sus familias con deficiencias mentales marcadas.
Estos pibes consolidan la familia con las juntas de pares, ya que en su hogar no lo pueden conseguir. Parecen chicos que han sufrido la expropiación de sus almas, que les preocupa más cancelar una salida al río que pensar en la salud de la madre de uno de ellos que se quiso suicidar con veneno para ratas. Sin embargo, el autor de estos relatos no renuncia al sueño “a que las partes encajen en el todo, a que los veamos fuera de la circunstancia terrible que los obliga a endurecerse y en muchos casos, y a pesar nuestro, a perder la ternura.”
Marcelo Dughetti se monta a una gran bicicleta, de esas inglesas que cuesta echar a andar; no obstante todos sabemos que tras una docena de pedaleos el pesado bicicletón tomará el envión suficiente para llevarlo al mejor de los destinos.

Estimado lector, está la bicicleta, están las ganas de andar, de ver otras cosas, ¿me acompaña?
(*) Publicado en EL DIARIO DEL CENTRO DEL PAÍS, el domingo 23 de setiembre de 2007.-