LECTURAS DE VERANO 2010
Segunda semana de este segmento literario.
Nos enorgullece saber que nuestros lectores nos siguen acompañando en este sexto año de lecturas.
Para no robarles más tiempo a los protagonistas de hoy, pasamos ya nomás a presentarlos y a disfrutar de sus creaciones.
Liliana Costabello es trabajadora social, vive en el Barrio Las Playas y ha escrito desde siempre, aunque al final sus producciones fueran a parar a su tacho de basura. “Desafiando un poco la vergüenza” como nos dice en su correo, nos envía sus poesías de las que hemos seleccionado un par para esta oportunidad. Esa es la idea, abrir el espacio, que no sólo aparezcan los “consagrados” y poder así mostrar nuevas ideas, nuevos textos, nuevas voces.
Mauro Guzmán, joven estudiante de letras y esporádico colaborador de estas páginas nos envió dos de sus últimos escritos; por un lado una poesía que busca respuestas y no la obtiene, por el otro un cuento que escribió una madrugada a partir de un poema que leyó en esa oportunidad. Mauro tiene la necesidad de expresar su vida en prosa o poesía, continuamente está creando, buscando la manera de traducir la realidad en literatura.
Tenemos el gusto también de presentarles tres poemas de Lelia Frías. Profesora de enseñanza inicial y más conocida como narradora oral. De una voluminosa cantidad de poemas y algún cuento seleccionamos una muestra con poemas de distinto color y porqué no, sabor. Entre ellos, mencionamos el “Poema XXII” que fue ganador de la Mención Especial de “literatura Infantil” en el concurso “Julio Sodero” realizado en Ausonia en diciembre 2007.
Seguimos receptando sus textos en nuestra Redacción o al correo electrónico de nuestro suplemento (eldiariocultura@gmail.com).
Nos vemos.
Segunda semana de este segmento literario.
Nos enorgullece saber que nuestros lectores nos siguen acompañando en este sexto año de lecturas.
Para no robarles más tiempo a los protagonistas de hoy, pasamos ya nomás a presentarlos y a disfrutar de sus creaciones.
Liliana Costabello es trabajadora social, vive en el Barrio Las Playas y ha escrito desde siempre, aunque al final sus producciones fueran a parar a su tacho de basura. “Desafiando un poco la vergüenza” como nos dice en su correo, nos envía sus poesías de las que hemos seleccionado un par para esta oportunidad. Esa es la idea, abrir el espacio, que no sólo aparezcan los “consagrados” y poder así mostrar nuevas ideas, nuevos textos, nuevas voces.
Mauro Guzmán, joven estudiante de letras y esporádico colaborador de estas páginas nos envió dos de sus últimos escritos; por un lado una poesía que busca respuestas y no la obtiene, por el otro un cuento que escribió una madrugada a partir de un poema que leyó en esa oportunidad. Mauro tiene la necesidad de expresar su vida en prosa o poesía, continuamente está creando, buscando la manera de traducir la realidad en literatura.
Tenemos el gusto también de presentarles tres poemas de Lelia Frías. Profesora de enseñanza inicial y más conocida como narradora oral. De una voluminosa cantidad de poemas y algún cuento seleccionamos una muestra con poemas de distinto color y porqué no, sabor. Entre ellos, mencionamos el “Poema XXII” que fue ganador de la Mención Especial de “literatura Infantil” en el concurso “Julio Sodero” realizado en Ausonia en diciembre 2007.
Seguimos receptando sus textos en nuestra Redacción o al correo electrónico de nuestro suplemento (eldiariocultura@gmail.com).
Nos vemos.
..................................................................."La mosca
....................................................................se eleva
....................................................................sólo para mirar,
....................................................................panorámicamente
....................................................................la mierda que somos.”
..........................................................................................(R.F.)
LA MOSCA
Por Mauro Guzmán
La sartén con las papas todavía crudas. Es el mismo aceite de las milanesas de ayer, marca “Patito”. La doña canta mientras mira la tele y de a ratos interrumpe el concierto, cambia la expresión del rostro y con voz más grave, casi tenor, grita más que ordena a su hija que limpie el cuarto, y que no le conteste, que si ya está que se ponga con otra cosa pendeja de m…, que no puede estar todo el día con el culo en la silla escribiendo ese diario de porquería. La chica no dice nada, si al final sabe que es peor y además, digamos que entiende lo que está pasando, qué puede hacer su madre sino vengarse en ella. Porque esa cara y esa voz eran de actriz de cine viejo en esas escenas en que la doña la humilla a la sirvientita.
Las papas se empiezan a dorar cuando el picaporte de la entrada gira con un leve ruido, suficiente para que la doña (que ya tenía acostumbrado, entrenado el oído al ruidecito) de un salto despegue sus nalgas caídas del sillón blanco que conserva la huella de sus glúteos y simule un trabajoso mediodía de ama de casa, esta vuelta moviendo la sartén y limpiándose de la frente un sudor imaginario. “Hola negrito, cómo te fue, dame un beso, no, sentate, sentate, dejá que yo llevo la campera a la pieza”.
—¿Qué es eso, qué están viendo?
—ah, ni idea (dice desde la puerta de la pieza), debe ser tu hija, yo estuve toda la mañana ocupada, no tengo tiempo para andar mirando esas pavadas. Pero tu hija, claro, con tal de no ayudar, cualquier cosa. ¿Vos podés creer que sea tan vaga? Yo no sé, mirá, no sé a quién habrá salido, porque lo que es vos, trabajás como una bestia.
La nena terminaba de barrer el cuarto y aparecía en la cocina-comedor. Simplemente aparecía. El padre, al verla, notó que de lo oscuro de la cocina, de lo gris de las baldosas de hace años cuyas grietas se sabía de memoria, surge, apenas interrumpida por ese saco de piel arrugada que no para de hablar y cuyas grietas también se figura mentalmente -ahora con asco, con hastío, emerge una infantil luminosidad que logra cambiarle la expresión del rostro, que ahora sí parece de humano -casi de novio nuevo- y no de trabajador y encima cansado. La sonrisa es más que obvia y se vuelve palabras como “hola princesa, qué tal el día, espero que bien”.
La nena, antes de responder, mira de reojo a la madre y la ve putear entre dientes y mirarla con un león en cada ojo, entonces la nena sonríe con tristeza y responde cabizbaja: “bien, papá”.
Vení, vení con el papi un ratito, le dice. Hasta la mosca que merodeaba los escasos restos de azúcar de la mesa podía notar lo desproporcionado del cuadro: una ex-niña, lista ya para el corpiño, sobre las rodillas de un señor mayor que ella, acariciada como se toca un asado siendo un argentino con hambre.
La doña vuelve al canto, pero en un tono más histérico, acorde a la violencia con que toma la espumadera para sacar las papas. Las pone en la mesa y le dice a su marido ¿vas a dar las gracias? Sí. Sentate hijita, acá al lado, que comemos. Te damos las gracias, Padre, por otro día más de vida y por estos alimentos. Te pedimos que los bendigas y que te acuerdes de los que no los tienen, en especial los chicos de la calle, gracias por todo y te pedimos tu bendición en el nombre de nuestro amado Salvador y Señor Jesucristo, amén.
Todo esto con las cabezas inclinadas y los ojos solemnes, cerrados, excepto la nena, que los tenía abiertos y se tapaba los oídos, como si estuviese oyendo alguna especie de blasfemia, en vez de la santa oración que se dijo.
—¿Y no llamó nadie, Teresa?
—Sí, negro, el Tito. Dice que el domingo no va a poder ir, que si no podés predicar vos.
—¿Yo? pero ese Tito es un irresponsable.
—Tiene veinte años, negrito, hay que encaminarlo. No te olvidés que es un valor, y hoy en día la juventud…
—Mucho valor no debe ser, porque es la segunda vez que hace lo mismo.
—Sí, yo le dije, pero dice que por eso te avisaba con tiempo y que como vos eras el pastor.
—Sí, pero el pastor también trabaja ocho horas por día, tiene una familia que mantener, el pastor, no está al vicio como él.
Con otras disquisiciones teológicas del estilo, transcurrió el almuerzo. Disquisiciones interrumpidas por un que otro “shh, que no escucho la tele” -si por lo menos la pagaras- si la pago- sí, con otros cuatro vecinos- ¿pero pago o no pago? -entonces, si pagás eso no te enojés de que te deje escuchar un cuarto del programa.
Ya bordeando el postre, entre los últimos pedazos de flan, él le pregunta -¿qué te pasa, te comieron la lengua los ratones?- La respuesta de la nena es corta: mira a su madre y se calla.
—¿No vas a comer el postre ni siquiera? Hagamos una cosa, vení con el papi a la pieza y te doy de comer, como a vos te gusta, para que veas que te quiero.
La nena no respondió. Esta vez tampoco miró a la madre. Como un robot de funciones programadas, más progr que amadas -un lavarropas, digamos- (siempre recordaba en estos momentos el versículo preferido de su padre: “porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales él preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” -Efesios 2:10-) se levantó y con actitud mecánica/electrodoméstica se dirigía a su cuarto, a su propia cama. El padre iba atrás de ella, y en el camino cerró la Biblia, que la niña había dejado abierta sobre la mesa de piedra de la cocina. La madre, mientras tanto, espantaba una mosca que vacilaba hacia arriba y tomaba el control remoto para poner el volumen alto, muy alto, alto, muy alto.
....................................................................se eleva
....................................................................sólo para mirar,
....................................................................panorámicamente
....................................................................la mierda que somos.”
..........................................................................................(R.F.)
LA MOSCA
Por Mauro Guzmán
La sartén con las papas todavía crudas. Es el mismo aceite de las milanesas de ayer, marca “Patito”. La doña canta mientras mira la tele y de a ratos interrumpe el concierto, cambia la expresión del rostro y con voz más grave, casi tenor, grita más que ordena a su hija que limpie el cuarto, y que no le conteste, que si ya está que se ponga con otra cosa pendeja de m…, que no puede estar todo el día con el culo en la silla escribiendo ese diario de porquería. La chica no dice nada, si al final sabe que es peor y además, digamos que entiende lo que está pasando, qué puede hacer su madre sino vengarse en ella. Porque esa cara y esa voz eran de actriz de cine viejo en esas escenas en que la doña la humilla a la sirvientita.
Las papas se empiezan a dorar cuando el picaporte de la entrada gira con un leve ruido, suficiente para que la doña (que ya tenía acostumbrado, entrenado el oído al ruidecito) de un salto despegue sus nalgas caídas del sillón blanco que conserva la huella de sus glúteos y simule un trabajoso mediodía de ama de casa, esta vuelta moviendo la sartén y limpiándose de la frente un sudor imaginario. “Hola negrito, cómo te fue, dame un beso, no, sentate, sentate, dejá que yo llevo la campera a la pieza”.
—¿Qué es eso, qué están viendo?
—ah, ni idea (dice desde la puerta de la pieza), debe ser tu hija, yo estuve toda la mañana ocupada, no tengo tiempo para andar mirando esas pavadas. Pero tu hija, claro, con tal de no ayudar, cualquier cosa. ¿Vos podés creer que sea tan vaga? Yo no sé, mirá, no sé a quién habrá salido, porque lo que es vos, trabajás como una bestia.
La nena terminaba de barrer el cuarto y aparecía en la cocina-comedor. Simplemente aparecía. El padre, al verla, notó que de lo oscuro de la cocina, de lo gris de las baldosas de hace años cuyas grietas se sabía de memoria, surge, apenas interrumpida por ese saco de piel arrugada que no para de hablar y cuyas grietas también se figura mentalmente -ahora con asco, con hastío, emerge una infantil luminosidad que logra cambiarle la expresión del rostro, que ahora sí parece de humano -casi de novio nuevo- y no de trabajador y encima cansado. La sonrisa es más que obvia y se vuelve palabras como “hola princesa, qué tal el día, espero que bien”.
La nena, antes de responder, mira de reojo a la madre y la ve putear entre dientes y mirarla con un león en cada ojo, entonces la nena sonríe con tristeza y responde cabizbaja: “bien, papá”.
Vení, vení con el papi un ratito, le dice. Hasta la mosca que merodeaba los escasos restos de azúcar de la mesa podía notar lo desproporcionado del cuadro: una ex-niña, lista ya para el corpiño, sobre las rodillas de un señor mayor que ella, acariciada como se toca un asado siendo un argentino con hambre.
La doña vuelve al canto, pero en un tono más histérico, acorde a la violencia con que toma la espumadera para sacar las papas. Las pone en la mesa y le dice a su marido ¿vas a dar las gracias? Sí. Sentate hijita, acá al lado, que comemos. Te damos las gracias, Padre, por otro día más de vida y por estos alimentos. Te pedimos que los bendigas y que te acuerdes de los que no los tienen, en especial los chicos de la calle, gracias por todo y te pedimos tu bendición en el nombre de nuestro amado Salvador y Señor Jesucristo, amén.
Todo esto con las cabezas inclinadas y los ojos solemnes, cerrados, excepto la nena, que los tenía abiertos y se tapaba los oídos, como si estuviese oyendo alguna especie de blasfemia, en vez de la santa oración que se dijo.
—¿Y no llamó nadie, Teresa?
—Sí, negro, el Tito. Dice que el domingo no va a poder ir, que si no podés predicar vos.
—¿Yo? pero ese Tito es un irresponsable.
—Tiene veinte años, negrito, hay que encaminarlo. No te olvidés que es un valor, y hoy en día la juventud…
—Mucho valor no debe ser, porque es la segunda vez que hace lo mismo.
—Sí, yo le dije, pero dice que por eso te avisaba con tiempo y que como vos eras el pastor.
—Sí, pero el pastor también trabaja ocho horas por día, tiene una familia que mantener, el pastor, no está al vicio como él.
Con otras disquisiciones teológicas del estilo, transcurrió el almuerzo. Disquisiciones interrumpidas por un que otro “shh, que no escucho la tele” -si por lo menos la pagaras- si la pago- sí, con otros cuatro vecinos- ¿pero pago o no pago? -entonces, si pagás eso no te enojés de que te deje escuchar un cuarto del programa.
Ya bordeando el postre, entre los últimos pedazos de flan, él le pregunta -¿qué te pasa, te comieron la lengua los ratones?- La respuesta de la nena es corta: mira a su madre y se calla.
—¿No vas a comer el postre ni siquiera? Hagamos una cosa, vení con el papi a la pieza y te doy de comer, como a vos te gusta, para que veas que te quiero.
La nena no respondió. Esta vez tampoco miró a la madre. Como un robot de funciones programadas, más progr que amadas -un lavarropas, digamos- (siempre recordaba en estos momentos el versículo preferido de su padre: “porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales él preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” -Efesios 2:10-) se levantó y con actitud mecánica/electrodoméstica se dirigía a su cuarto, a su propia cama. El padre iba atrás de ella, y en el camino cerró la Biblia, que la niña había dejado abierta sobre la mesa de piedra de la cocina. La madre, mientras tanto, espantaba una mosca que vacilaba hacia arriba y tomaba el control remoto para poner el volumen alto, muy alto, alto, muy alto.
DE QUÉ COLOR
Por Mauro Guzmán
Nunca me dijiste de qué color
es la tristeza
cuando desenvaino mi mano
del bolsillo del jean
para envolverte la
mejilla a caricias
(sé que pensás que son
baraticias- se lo dijiste
a tu amiga el otro día
por teléfono. Sí, sí,
yo estaba escuchando. No,
no es curiosidad, se llama
insomnio). Y yo desenvaino
mi mano, y vos con tu
sonrisa incolora (creo) ensayás
una mueca parecida a la risa,
pero tus ojos no entienden el
juego, y mi bolsillo vacío
y la mano que vuelve y mi
bolsillo lleno y nunca me dijiste
de qué color. Y mis dedos
se desmenuzan en caricias
que les sobran y me chorrean
por los muslos y surfean la
rodilla y se caen al piso. Después
miro para abajo y no te digo nada
y me voy a olvidarte otro poquito (ya
te olvidé tres, me faltan veintisiete)
tirado en la cama para qué de dos
plazas, y te escucho avanzar y pisar
con tus botas de cuero y de bronca
mis caricias chorreadas en las baldosas,
y qué chiquitito qué flaquito el ruido
cuando las pateás y te matás de
risa, aunque nunca me digás
de qué color.
Por Mauro Guzmán
Nunca me dijiste de qué color
es la tristeza
cuando desenvaino mi mano
del bolsillo del jean
para envolverte la
mejilla a caricias
(sé que pensás que son
baraticias- se lo dijiste
a tu amiga el otro día
por teléfono. Sí, sí,
yo estaba escuchando. No,
no es curiosidad, se llama
insomnio). Y yo desenvaino
mi mano, y vos con tu
sonrisa incolora (creo) ensayás
una mueca parecida a la risa,
pero tus ojos no entienden el
juego, y mi bolsillo vacío
y la mano que vuelve y mi
bolsillo lleno y nunca me dijiste
de qué color. Y mis dedos
se desmenuzan en caricias
que les sobran y me chorrean
por los muslos y surfean la
rodilla y se caen al piso. Después
miro para abajo y no te digo nada
y me voy a olvidarte otro poquito (ya
te olvidé tres, me faltan veintisiete)
tirado en la cama para qué de dos
plazas, y te escucho avanzar y pisar
con tus botas de cuero y de bronca
mis caricias chorreadas en las baldosas,
y qué chiquitito qué flaquito el ruido
cuando las pateás y te matás de
risa, aunque nunca me digás
de qué color.
* - * - * - * - * - * -
TRIBUTO A TU AMOR
Por Liliana Costabello
Me has amado, con la profundidad
Por Liliana Costabello
Me has amado, con la profundidad
de la última vez, he sentido
tu abrazo temeroso ante la
posibilidad de mi huída.
Has sido agua mansa, has
Has sido agua mansa, has
sueño en el amanecer, has sido mi
amigo y mi compañero fiel.
Quiero hoy ofrecerle un tributo a tu
Quiero hoy ofrecerle un tributo a tu
amor, ya sé que no te he amado
como esperabas, pero te he
amado como yo he podido.
Los besos de mi boca siempre
Los besos de mi boca siempre
fueron tuyos, aún cuando mi alma
galopaba junto a los recuerdos de
otros besos que no fueron míos.
Tu compañía fue luz en la
Tu compañía fue luz en la
oscuridad de mi vida, tu sonrisa
profunda trajo alegría a la fuente
de la angustia de otra partida.
Tu abrazo calmo el dolor de otra
Tu abrazo calmo el dolor de otra
ausencia, tu caricia fue un
bálsamo en la tormenta de mi
existencia y aunque tu ternura
siempre fue mía, la mía no
siempre fue tuya.
Vengo a brindarle un tributo a tu amor,
Vengo a brindarle un tributo a tu amor,
por la paz con la que
cubriste la insolencia de otra
pasión, que aún en la distancia,
esperarte sin saber si alguna vez
has de volver.
Pero si retornas no sé si te
Pero si retornas no sé si te
reconoceré.
¿Serán tus ojos los mismos que
¿Serán tus ojos los mismos que
amé?, tu piel tendrá todavía el
aroma del café. Y aquel viejo reloj,
echará nuevamente sus agujas a
andar, anunciando que nuestra
hora ha vuelto a empezar.
* - * - * - * - * - * -
POEMA XXV
Por Lelia Frías
Mi espíritu
abyecto
se eleva,
atravesando
sombras
de fuego,
se encarcela
en el purgatorio
de mi eternidad…
gime,
suplica,
espera…
..................................Resurrección.
POEMA XVII
Por Lelia Frías
De las nubes,
cayó un pájaro.
Era un duende…
caminaba
dejando polvo
de estrellas.
Nacieron
mariposas,
luciérnagas,
caramelos de miel…
* - * - * - * - * - * -
Poema XXII
Por Lelia Frías
La luna,
¿es una banana?
¿Es un queso…?
La luna
quiere ser
................todo eso…
A la una,
una uva.
A las dos,
para dos.
A las tres
una cuna…
Y a dormiral revés.
(*) Publicado en EL DIARIO del Centro del País, domingo 10 de enero de 2010.-
1 comentario:
La suciedad/mierda humana parece no tener límites...hay un claro juego de caretas de por medio -hipocresía.
Fla
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