ENTRE REALIDADES, CABLES E INFORMACIONES…
ROBERTO ARLT
…LA LITERATURA
“¿Qué hubiera pasado con Roberto Arlt de no haber muerto a los 42 años? ¿Hacia dónde habría avanzado su escritura?”
De esa manera Ricardo Piglia arranca el prólogo al libro que hoy pasamos revista. Yo le respondería con una sola palabra: inimaginable.
El Fondo de Cultura Económica editó hace unos cuantos meses, una obra recopilatoria de uno de los grandes escritores que parió el Siglo XX. El libro en cuestión se llama “El paisaje en las nubes” y viene a exhumar para la posteridad las 236 crónicas que el brillante escritor del barrio de Flores, publicó en el diario español El Mundo entre marzo de 1937 y julio de 1942. En una monumental edición de 766 páginas encontramos aquí sus escritos que, básicamente, se sostuvieron en dos columnas llamadas “Tiempos presentes” y “Al margen del cable”.
Después de vivir casi todo un año en la Madre Patria, Arlt regresa a la Argentina. Desde aquí busca insertarse en ese periódico, con una serie de notas de diferente color a las aguafuertes porteñas que dio a conocer antes de su viaje al viejo mundo.
LAS CRÓNICAS
Los artículos que el autor de “El juguete rabioso” plasma durante cinco años (por lo general de manera diaria, otras con algún día de por medio) las hace con total libertad. Muchas veces selecciona su materia prima de los cables que llegan, en otras toma alguna frase de alguna noticia o de la profunda observación de una imagen… motivo más que suficiente para crear el artículo.
Lo asombroso es que no le piden a Arlt que escriba tal o cual cosa (salvo contadas excepciones donde se lo envía a cubrir cierto acontecimiento), sino que él elije una mínima unidad de sentido y recrea un mundo que pocos podrían imaginar. Las crónicas arltianas nutren esa unidad y la complementa con diversas visiones, monólogos, detalles de color local (muchas veces de lugares que no conoció jamás), diálogos entre personajes reales o ficticios, maximiza ese cuerpo textual y lo da vuelta a su gusto y placer aportando, sobre todo, literatura.
Muchas de sus temáticas rondan sobre la inminente guerra que se venía por esos años, la presencia nazi; pero también las historias de vida de personajes importantes y de aquellos excluidos o ninguneados por la sociedad. Se plantea además, como escribir en una época donde “Europa [es] barrida por un simún de fuego”; no puede el periodista, el escritor, encerrarse en la literatura y disociarse de la vida, porque se corre un alto “riesgo de inhumanidad”.
Piglia afirma también que “la literatura es para Arlt el laboratorio donde se experimenta con las conductas inesperadas y las especies ambiguas, con las partículas y las moléculas microscópicas de la vida social. Sus aguafuertes escritas durante casi veinte años son el archivo de esa investigación biológicopolítica. Múltiples y maleables, sus crónicas mezclan diagnósticos, pequeños panfletos, microhistorias, futuras novelas, fragmentos de un folletín personal, y extraordinarios registros de lectura. Pero quizás lo más notable de las crónicas de Arlt es que fueron escritas por encargo. Se publicaron desde el primer número del diario El Mundo; posiblemente se trató de encontrar un lugar para Arlt como redactor especial. Y el redactor se convirtió en la noticia. La consigna era sencilla: Arlt estaba obligado a escribir pero nadie le decía sobre qué. Esta disposición (que dura años) es la base de la forma de sus crónicas y define el género. Arlt actúa como un observador exigido, obligado a encontrar “algo interesante”. La experiencia de buscar el tema es uno de los grandes momentos de las aguafuertes. La obligación vacía de escribir les da una tensión de la que, por supuesto, carece el periodismo. Quiero decir, el periodismo busca el dramatismo en la noticia, y las crónicas de Arlt dramatizan la exigencia de escribir, la obligación de encontrar algo que decir. En más de un sentido, el cronista es quien -para decirlo así- inventa la noticia. No porque haga ficción o tergiverse los hechos, sino porque es capaz de descubrir, en la multitud opaca de los acontecimientos, los puntos de luz que iluminan la realidad. En nadie es tan clara como en Arlt la tensión entre información y experiencia.”
LIBRO MÚLTIPLE
Este es un libro con múltiples accesos. Es de notable ayuda para el periodista que podrá aprender las maneras de experimentar estilos y recursos, muchos de ellos impensados aún en la actualidad. Le sirve al historiador quien puede cotejar hechos y pensamientos de la gente de un tiempo clave para la civilización mundial. Para quien gusta de las letras, encontrará en el cúmulo de grafías, verdaderas joyitas que le arrancarán alguna asombrosa onomatopeya. Claro está que también el lector común (el de diarios) tiene su lugar, logrará aquí imbuirse en algunos temas y situaciones de un pasado no tan lejano…
Roberto Arlt, tiene la versatilidad de cambiar de registros. Esa es la grandeza de un escritor, poder llegar a la mayor cantidad de lectores; pero aportando creatividad y refrescando la lengua en cada artículo escrito. Es un gran desafío, construir textos bellos, útiles, comprensible, pero sin caer en lo liviano y lo soso.
“En la notable serie de notas escritas “al margen del cable” incluidas en este libro, a las que me he referido (continúa Piglia), Arlt trabaja directamente sobre la interpretación de la noticia. Esas crónicas están construidas básicamente sobre una escena de lectura: Arlt comenta los cables que lee. Y su modo de leer es extraordinario. Amplifica, expande, asocia, cambia de registro y de contexto las noticias que recibe. Las revela, las hace visibles. Arlt ha titulado la mayoría de sus crónicas usando el modelo de una técnica gráfica (las aguafuertes, el ácido que fija la imagen) porque quiere fijar una imagen, registrar un modo de ver.”
En recuadro aparte les ofrecemos la primera crónica que pública en El Mundo, no sólo para que aprecien su escritura, sino porque tiene como escenario a Río Cuarto, que es contrastada (levemente) con la ciudad que la venía opacando: Villa María.
REVALORIZACIÓN DE LA CRÓNICA
Como bien afirma la compiladora del volumen Rose Corral, la crónica periodística se encuentra en un lugar marginal en la historia literaria, y si bien esa tendencia se va revirtiendo, no es lo común. “El paisaje de las nubes” (nombre del libro, pero también de su última crónica publicada) se conforma en un gran paso en pos de ese reconocimiento.
Aquí hay vivencias, historias, realidades que se matizan con la pluma del periodista y con la inagotable cantera de recursos literarios con que los ornamenta Arlt. A casi 70 años de la muerte, este aporte refresca la visión de un escritor que fue denostado por otros “grandes intelectuales”, quienes utilizando argumentos de poco peso le hicieron sombra a quien es uno de los profesionales más importantes e influyentes de nuestras letras latinoamericanas. Pareciera que la contemporaneidad es injusta con los grandes hombres cuando están vivos; pero el tiempo, la clepsidra, es quien se encarga de enaltecer y solidificar la imagen y obra de estos trabajadores. Allí se inscribe Arlt.
ROBERTO ARLT
…LA LITERATURA
“¿Qué hubiera pasado con Roberto Arlt de no haber muerto a los 42 años? ¿Hacia dónde habría avanzado su escritura?”
De esa manera Ricardo Piglia arranca el prólogo al libro que hoy pasamos revista. Yo le respondería con una sola palabra: inimaginable.
El Fondo de Cultura Económica editó hace unos cuantos meses, una obra recopilatoria de uno de los grandes escritores que parió el Siglo XX. El libro en cuestión se llama “El paisaje en las nubes” y viene a exhumar para la posteridad las 236 crónicas que el brillante escritor del barrio de Flores, publicó en el diario español El Mundo entre marzo de 1937 y julio de 1942. En una monumental edición de 766 páginas encontramos aquí sus escritos que, básicamente, se sostuvieron en dos columnas llamadas “Tiempos presentes” y “Al margen del cable”.
Después de vivir casi todo un año en la Madre Patria, Arlt regresa a la Argentina. Desde aquí busca insertarse en ese periódico, con una serie de notas de diferente color a las aguafuertes porteñas que dio a conocer antes de su viaje al viejo mundo.
LAS CRÓNICAS
Los artículos que el autor de “El juguete rabioso” plasma durante cinco años (por lo general de manera diaria, otras con algún día de por medio) las hace con total libertad. Muchas veces selecciona su materia prima de los cables que llegan, en otras toma alguna frase de alguna noticia o de la profunda observación de una imagen… motivo más que suficiente para crear el artículo.
Lo asombroso es que no le piden a Arlt que escriba tal o cual cosa (salvo contadas excepciones donde se lo envía a cubrir cierto acontecimiento), sino que él elije una mínima unidad de sentido y recrea un mundo que pocos podrían imaginar. Las crónicas arltianas nutren esa unidad y la complementa con diversas visiones, monólogos, detalles de color local (muchas veces de lugares que no conoció jamás), diálogos entre personajes reales o ficticios, maximiza ese cuerpo textual y lo da vuelta a su gusto y placer aportando, sobre todo, literatura.
Muchas de sus temáticas rondan sobre la inminente guerra que se venía por esos años, la presencia nazi; pero también las historias de vida de personajes importantes y de aquellos excluidos o ninguneados por la sociedad. Se plantea además, como escribir en una época donde “Europa [es] barrida por un simún de fuego”; no puede el periodista, el escritor, encerrarse en la literatura y disociarse de la vida, porque se corre un alto “riesgo de inhumanidad”.
Piglia afirma también que “la literatura es para Arlt el laboratorio donde se experimenta con las conductas inesperadas y las especies ambiguas, con las partículas y las moléculas microscópicas de la vida social. Sus aguafuertes escritas durante casi veinte años son el archivo de esa investigación biológicopolítica. Múltiples y maleables, sus crónicas mezclan diagnósticos, pequeños panfletos, microhistorias, futuras novelas, fragmentos de un folletín personal, y extraordinarios registros de lectura. Pero quizás lo más notable de las crónicas de Arlt es que fueron escritas por encargo. Se publicaron desde el primer número del diario El Mundo; posiblemente se trató de encontrar un lugar para Arlt como redactor especial. Y el redactor se convirtió en la noticia. La consigna era sencilla: Arlt estaba obligado a escribir pero nadie le decía sobre qué. Esta disposición (que dura años) es la base de la forma de sus crónicas y define el género. Arlt actúa como un observador exigido, obligado a encontrar “algo interesante”. La experiencia de buscar el tema es uno de los grandes momentos de las aguafuertes. La obligación vacía de escribir les da una tensión de la que, por supuesto, carece el periodismo. Quiero decir, el periodismo busca el dramatismo en la noticia, y las crónicas de Arlt dramatizan la exigencia de escribir, la obligación de encontrar algo que decir. En más de un sentido, el cronista es quien -para decirlo así- inventa la noticia. No porque haga ficción o tergiverse los hechos, sino porque es capaz de descubrir, en la multitud opaca de los acontecimientos, los puntos de luz que iluminan la realidad. En nadie es tan clara como en Arlt la tensión entre información y experiencia.”
LIBRO MÚLTIPLE
Este es un libro con múltiples accesos. Es de notable ayuda para el periodista que podrá aprender las maneras de experimentar estilos y recursos, muchos de ellos impensados aún en la actualidad. Le sirve al historiador quien puede cotejar hechos y pensamientos de la gente de un tiempo clave para la civilización mundial. Para quien gusta de las letras, encontrará en el cúmulo de grafías, verdaderas joyitas que le arrancarán alguna asombrosa onomatopeya. Claro está que también el lector común (el de diarios) tiene su lugar, logrará aquí imbuirse en algunos temas y situaciones de un pasado no tan lejano…
Roberto Arlt, tiene la versatilidad de cambiar de registros. Esa es la grandeza de un escritor, poder llegar a la mayor cantidad de lectores; pero aportando creatividad y refrescando la lengua en cada artículo escrito. Es un gran desafío, construir textos bellos, útiles, comprensible, pero sin caer en lo liviano y lo soso.
“En la notable serie de notas escritas “al margen del cable” incluidas en este libro, a las que me he referido (continúa Piglia), Arlt trabaja directamente sobre la interpretación de la noticia. Esas crónicas están construidas básicamente sobre una escena de lectura: Arlt comenta los cables que lee. Y su modo de leer es extraordinario. Amplifica, expande, asocia, cambia de registro y de contexto las noticias que recibe. Las revela, las hace visibles. Arlt ha titulado la mayoría de sus crónicas usando el modelo de una técnica gráfica (las aguafuertes, el ácido que fija la imagen) porque quiere fijar una imagen, registrar un modo de ver.”
En recuadro aparte les ofrecemos la primera crónica que pública en El Mundo, no sólo para que aprecien su escritura, sino porque tiene como escenario a Río Cuarto, que es contrastada (levemente) con la ciudad que la venía opacando: Villa María.
REVALORIZACIÓN DE LA CRÓNICA
Como bien afirma la compiladora del volumen Rose Corral, la crónica periodística se encuentra en un lugar marginal en la historia literaria, y si bien esa tendencia se va revirtiendo, no es lo común. “El paisaje de las nubes” (nombre del libro, pero también de su última crónica publicada) se conforma en un gran paso en pos de ese reconocimiento.
Aquí hay vivencias, historias, realidades que se matizan con la pluma del periodista y con la inagotable cantera de recursos literarios con que los ornamenta Arlt. A casi 70 años de la muerte, este aporte refresca la visión de un escritor que fue denostado por otros “grandes intelectuales”, quienes utilizando argumentos de poco peso le hicieron sombra a quien es uno de los profesionales más importantes e influyentes de nuestras letras latinoamericanas. Pareciera que la contemporaneidad es injusta con los grandes hombres cuando están vivos; pero el tiempo, la clepsidra, es quien se encarga de enaltecer y solidificar la imagen y obra de estos trabajadores. Allí se inscribe Arlt.
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ORO NEGRO EN RÍO CUARTO
Por Roberto Arlt
Una bomba de oro ha reventado en Río Cuarto. Río Cuarto, la ciudad muerta envuelta en torbellinos de tierra roja. Pero ya no estará muerta. Ha resucitado.
En Coronel Baigorria el ingeniero Reyes afirma haber encontrado petróleo. ¡Petróleo! ¡Oro negro! Una sinfonía de borbotones de betún se levanta ante los atónitos ojos de los destripaterrones que manejan Ford y desnatan leche. Sueño de vascos, de gallegos, de italianos. ¡Petróleo! ¡Oro!
Una suerte de delirio negro y rosa cruza en estos momentos, con sus ráfagas de billetes de banco, las imaginaciones de los hombres del departamento. Perspectivas de pleitos. Anulaciones de boletos de venta. Pérdida de señas. Es la hora en que cada chacarero de Río Cuarto, la solitaria, admite la posibilidad de que bajo sus terrones ondula, espesa, la tardía sangre de la tierra.
¡Petróleo! En cada casa de la solitaria Río Cuarto, con su plaza, su iglesia, sus calles anchas empedradas, con picapleitos cetrinos, con agentes de automóviles de apellido español o italiano, con grandes almacenes de ramos generales donde los vendedores son habilitados, con “procuradores diplomados” y chicas que están en la primera parte del Czerny, en cada casa de Río Cuarto, que despacio se sentía morir bajo la competencia de Villa María, hoy un sueño de increíble prosperidad sacude las esperanzas de esas gentes: ¡En Río Cuarto hay petróleo!
Petróleo. Riqueza. Destilerías. Mares de obreros. Bares con music halls, sueños de ventrudos tratantes. Bares. Mujeres que muestran las piernas. Orquestas. Pleitos. Pleitos en torno de todas las hijuelas. Pleitos en torno de los boletos de venta rescindidos. Sueños de los almacenes de ramos generales. Camiones, hileras de camiones con mercadería. Sueño galopante del vecindario de Coronel Baigorria. Sueño del turco que tiene un lote. Sueño del italiano que tiene una chacra. Sueño del español que arrendó un terreno. Sueño del inquilino que contrató una casa. ¡Enriquecerse! ¡Enriquecerse!
Esta noche, mañana, pasado, no encontrará usted un solo vecino que le venda un lote de tierra en Coronel Baigorria. No encontrará un solo propietario de Río Cuarto hoy dispuesto a vender. Petróleo, petróleo. Los agentes de automóviles, la casa del jefe político, en teléfonos, caras pegadas a los auriculares. Conferencias. Las ediciones de los periódicos de la Capital disputadas en la estación. Los chacareros en el hotel discutiendo la noticia. Las esperanzas inflándose como la leche en la marmita. ¡Petróleo! ¡Oro! ¡Music halls, con mujeres que muestran las piernas! Coimas, sueños de coimas. Aumento del servicio médico. Ensanchamiento de las boticas. ¡Oro! ¿Quién piensa vender hoy en Coronel Baigorria? Nadie. Nothing. Nadie. Nothing. ¡Oro! ¡Dólares! ¡Torres! ¡Destilerías!
Los pueblos de los alrededores creciendo. Los demacrados picapleitos engordando. Cambiándose el cuello. Lavándose la camisa. Los estudios de abogados abriendo las persianas. Los estudios de Czerny renovándose con más vigor. Un marido ingeniero. Un marido catador. Un marido jefe de contaduría. No importa. ¡Oro, oro! Sueño del petróleo. El petróleo brotando de la tierra, negro, hediondo, precioso, maravilloso. ¡Oro! ¡Petróleo! ¡Oro! ¡Petróleo! Una sinfonía. Sueño de cabarets descomunales. Los chacareros retorciéndose el bigote. Los partidos políticos languidecidos, fortalecidos prestamente. Los bancos. Los bancos. ¿Qué gerente no abre los ojos? Reuniones de directorios. ¡Fiebre! Botellas de cerveza reventando. Botellas de champaña. ¡Oro! ¡Petróleo! La tierra envuelta por los largos vientos cruza los poblados de Río Cuarto. Bajo las estrellas, entre los reverberos del sol, tremendos, en los pescantes de las chatas de cuatro ruedas descomunales, en los talleres de vulcanización, en las carpinterías, en los almacenes, en las esquinas, en el taller del zapatero, en lo del turco Alí, en lo del fascista Cristóforo, en lo del comunista Jaime, consigna única: ¡Petróleo! ¡Petróleo! ¡Petróleo! Sueños de enriquecimientos fabulosos. De millones. De cientos de millones.
No se habla, no se piensa en otra cosa. Abajo hay petróleo. ¡Qué importa la posible guerra europea! ¡Qué importa la Revolución Española! ¡Qué importa todo si hay petróleo! Aquí, aquí abajo, donde golpea el zapato. Mañana mismo, pasado, dentro de dos meses. Ahora no puede tardar. Todos sueñan.
¡Ha ocurrido! ¿Cómo ocurrió? ¿Por qué ocurrió? ¿Cómo no ocurrió antes? Palabras, palabras, palabras. ¡Villa María! Villa María no existe en el mapa. Ahora es Río Cuarto, Río Cuarto la solitaria. De avenidas anchurosas. De picapleitos flacos. De muchachas desganadas.
Río Cuarto, cabeza de departamento. Con tribunales. Con jueces. Es un sueño. Ha ocurrido. ¡Allí está! No basta nada más que esperar un poco y de pronto el petróleo en un chorro de betún tocará el cielo. Los pastos verdes quedarán cubiertos de alquitrán. Nubes de humo ennegrecerán el cielo. Rascacielos. ¿Por qué no? Pueden surgir. Quién no sueña con rascacielos. Véalos. Allí están en el hotel principal, en el comedor del hotel principal, en la sala del abogado principal, allí están todos los conspicuos de Río Cuarto hablando de la noticia, escuchando con los ojos brillantes la palabra de un ingeniero, de dos ingenieros, de diez ingenieros. Explicaciones. Hipótesis. Palabras doradas. ¿Quién ha dicho que la vida no es hermosa cuando hay petróleo?
“Tiempos presentes”, 12 de marzo de 1937.
Por Roberto Arlt
Una bomba de oro ha reventado en Río Cuarto. Río Cuarto, la ciudad muerta envuelta en torbellinos de tierra roja. Pero ya no estará muerta. Ha resucitado.
En Coronel Baigorria el ingeniero Reyes afirma haber encontrado petróleo. ¡Petróleo! ¡Oro negro! Una sinfonía de borbotones de betún se levanta ante los atónitos ojos de los destripaterrones que manejan Ford y desnatan leche. Sueño de vascos, de gallegos, de italianos. ¡Petróleo! ¡Oro!
Una suerte de delirio negro y rosa cruza en estos momentos, con sus ráfagas de billetes de banco, las imaginaciones de los hombres del departamento. Perspectivas de pleitos. Anulaciones de boletos de venta. Pérdida de señas. Es la hora en que cada chacarero de Río Cuarto, la solitaria, admite la posibilidad de que bajo sus terrones ondula, espesa, la tardía sangre de la tierra.
¡Petróleo! En cada casa de la solitaria Río Cuarto, con su plaza, su iglesia, sus calles anchas empedradas, con picapleitos cetrinos, con agentes de automóviles de apellido español o italiano, con grandes almacenes de ramos generales donde los vendedores son habilitados, con “procuradores diplomados” y chicas que están en la primera parte del Czerny, en cada casa de Río Cuarto, que despacio se sentía morir bajo la competencia de Villa María, hoy un sueño de increíble prosperidad sacude las esperanzas de esas gentes: ¡En Río Cuarto hay petróleo!
Petróleo. Riqueza. Destilerías. Mares de obreros. Bares con music halls, sueños de ventrudos tratantes. Bares. Mujeres que muestran las piernas. Orquestas. Pleitos. Pleitos en torno de todas las hijuelas. Pleitos en torno de los boletos de venta rescindidos. Sueños de los almacenes de ramos generales. Camiones, hileras de camiones con mercadería. Sueño galopante del vecindario de Coronel Baigorria. Sueño del turco que tiene un lote. Sueño del italiano que tiene una chacra. Sueño del español que arrendó un terreno. Sueño del inquilino que contrató una casa. ¡Enriquecerse! ¡Enriquecerse!
Esta noche, mañana, pasado, no encontrará usted un solo vecino que le venda un lote de tierra en Coronel Baigorria. No encontrará un solo propietario de Río Cuarto hoy dispuesto a vender. Petróleo, petróleo. Los agentes de automóviles, la casa del jefe político, en teléfonos, caras pegadas a los auriculares. Conferencias. Las ediciones de los periódicos de la Capital disputadas en la estación. Los chacareros en el hotel discutiendo la noticia. Las esperanzas inflándose como la leche en la marmita. ¡Petróleo! ¡Oro! ¡Music halls, con mujeres que muestran las piernas! Coimas, sueños de coimas. Aumento del servicio médico. Ensanchamiento de las boticas. ¡Oro! ¿Quién piensa vender hoy en Coronel Baigorria? Nadie. Nothing. Nadie. Nothing. ¡Oro! ¡Dólares! ¡Torres! ¡Destilerías!
Los pueblos de los alrededores creciendo. Los demacrados picapleitos engordando. Cambiándose el cuello. Lavándose la camisa. Los estudios de abogados abriendo las persianas. Los estudios de Czerny renovándose con más vigor. Un marido ingeniero. Un marido catador. Un marido jefe de contaduría. No importa. ¡Oro, oro! Sueño del petróleo. El petróleo brotando de la tierra, negro, hediondo, precioso, maravilloso. ¡Oro! ¡Petróleo! ¡Oro! ¡Petróleo! Una sinfonía. Sueño de cabarets descomunales. Los chacareros retorciéndose el bigote. Los partidos políticos languidecidos, fortalecidos prestamente. Los bancos. Los bancos. ¿Qué gerente no abre los ojos? Reuniones de directorios. ¡Fiebre! Botellas de cerveza reventando. Botellas de champaña. ¡Oro! ¡Petróleo! La tierra envuelta por los largos vientos cruza los poblados de Río Cuarto. Bajo las estrellas, entre los reverberos del sol, tremendos, en los pescantes de las chatas de cuatro ruedas descomunales, en los talleres de vulcanización, en las carpinterías, en los almacenes, en las esquinas, en el taller del zapatero, en lo del turco Alí, en lo del fascista Cristóforo, en lo del comunista Jaime, consigna única: ¡Petróleo! ¡Petróleo! ¡Petróleo! Sueños de enriquecimientos fabulosos. De millones. De cientos de millones.
No se habla, no se piensa en otra cosa. Abajo hay petróleo. ¡Qué importa la posible guerra europea! ¡Qué importa la Revolución Española! ¡Qué importa todo si hay petróleo! Aquí, aquí abajo, donde golpea el zapato. Mañana mismo, pasado, dentro de dos meses. Ahora no puede tardar. Todos sueñan.
¡Ha ocurrido! ¿Cómo ocurrió? ¿Por qué ocurrió? ¿Cómo no ocurrió antes? Palabras, palabras, palabras. ¡Villa María! Villa María no existe en el mapa. Ahora es Río Cuarto, Río Cuarto la solitaria. De avenidas anchurosas. De picapleitos flacos. De muchachas desganadas.
Río Cuarto, cabeza de departamento. Con tribunales. Con jueces. Es un sueño. Ha ocurrido. ¡Allí está! No basta nada más que esperar un poco y de pronto el petróleo en un chorro de betún tocará el cielo. Los pastos verdes quedarán cubiertos de alquitrán. Nubes de humo ennegrecerán el cielo. Rascacielos. ¿Por qué no? Pueden surgir. Quién no sueña con rascacielos. Véalos. Allí están en el hotel principal, en el comedor del hotel principal, en la sala del abogado principal, allí están todos los conspicuos de Río Cuarto hablando de la noticia, escuchando con los ojos brillantes la palabra de un ingeniero, de dos ingenieros, de diez ingenieros. Explicaciones. Hipótesis. Palabras doradas. ¿Quién ha dicho que la vida no es hermosa cuando hay petróleo?
“Tiempos presentes”, 12 de marzo de 1937.
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ROBERTO ARLT
Su nombre completo fue Roberto Godofredo Christophersen Arlt. Nació el 2 de abril de 1900 en Buenos Aires. Fue novelista, cuentista, periodista y dramaturgo.
Publicó las novelas “El juguete rabioso” (1926), “Los siete locos” (1929), “Los lanzallamas” (1931) y “El amor brujo” (1932); los libros de cuentos “El jorobadito” (1933), “El criador de gorilas (1941) y “Un viaje terrible” (1941). En cuanto a sus obras de teatro, “300 millones” (1932), “Prueba de amor” (1932), “Saverio el cruel” (1936), “La isla desierta” (1938) y “La fiesta de hierro” (1940). Los libros “Aguafuertes porteñas” (1933) y “Aguafuertes españolas” (1936) resguardan un porción de su actividad periodística que comenzó allá por 1928 en el diario El Mundo. Posteriormente se publicaron compilaciones de sus aguafuertes gallegas, andaluzas, asturianas, vascas y africanas.
En 1935, viajó a España y África enviado por El Mundo, de donde aparecen sus Aguafuertes Españolas. Arlt permaneció en Buenos Aires, salvo este viaje y alguna que otra escapada a Chile y Brasil.
Murió de un ataque cardíaco en Buenos Aires, el 26 de julio de 1942.
Su nombre completo fue Roberto Godofredo Christophersen Arlt. Nació el 2 de abril de 1900 en Buenos Aires. Fue novelista, cuentista, periodista y dramaturgo.
Publicó las novelas “El juguete rabioso” (1926), “Los siete locos” (1929), “Los lanzallamas” (1931) y “El amor brujo” (1932); los libros de cuentos “El jorobadito” (1933), “El criador de gorilas (1941) y “Un viaje terrible” (1941). En cuanto a sus obras de teatro, “300 millones” (1932), “Prueba de amor” (1932), “Saverio el cruel” (1936), “La isla desierta” (1938) y “La fiesta de hierro” (1940). Los libros “Aguafuertes porteñas” (1933) y “Aguafuertes españolas” (1936) resguardan un porción de su actividad periodística que comenzó allá por 1928 en el diario El Mundo. Posteriormente se publicaron compilaciones de sus aguafuertes gallegas, andaluzas, asturianas, vascas y africanas.
En 1935, viajó a España y África enviado por El Mundo, de donde aparecen sus Aguafuertes Españolas. Arlt permaneció en Buenos Aires, salvo este viaje y alguna que otra escapada a Chile y Brasil.
Murió de un ataque cardíaco en Buenos Aires, el 26 de julio de 1942.
(*) Publicado en El Diario del Centro del País, domingo 01 de noviembre de 2009.-
1 comentario:
muy bueno
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