ENTREVISTA CON
MARINA GIMÉNEZ
EL PODER DE LA PALABRA
— “¡¿Hoy tenemos la hora?!”
Inocentes caritas apuntan a sus ojos que sólo esperan una respuesta afirmativa. Son los niños del “Hogar San José”, que escrutan a la poetiza que oficia de maestra, compañera, amiga, y porqué no, un poco de madre.
Los chicos de tres a quince años esperan ansiosos la hora del cuento, un taller literario para niños coordinado por Marina Giménez, quien echó en “La Herradura” su cable a tierra; allí, en ese paraje ubicado entre Cárcano y Ballesteros encontró (casi por casualidad) el espacio para intercambiar sus conocimientos y buena onda, por un sentimiento amalgamado de satisfacción propia y bienestar. Es un momento lúdico y de aprendizaje que se torna en perfecta sinapsis entre las dos partes y que se percibe en el aire cuando la escritora nos relata sus experiencias. Se huele la alegría y el afecto que ella tiene, se degusta en cada anécdota que sirve en la mesa, brillan sus ojos lustrosos mientras nos cuenta esa realidad.
Si bien no hay transporte que llegue al lugar, una vez a la semana viaja con la trabajadora social o su marido (al que los niños aprecian tanto), para encontrarse con ellos durante un par de horas. A veces, esas horas se extienden a cinco, según los requerimientos de los pequeños, con los que se necesita estar totalmente preparado para ir adaptándose a las diversas situaciones que el momento exige.
Publicó junto a ellos, tres revistas de la manera más artesanal y menos costosa posible, “Sobre duendes y poetas” fue el espacio donde mostró producciones escritas y dibujos de sus alumnos, con la ayuda de sus hijos y a puro pulmón; sin embargo sueña con el día en que pueda presentar, a todo color, los trazos de sus alumnos que imagina muy felices si esto ocurriese.
En la sofocante tarde de jueves y después de varios desencuentros, me siento cara a cara con Marina quien me contará sobre los dos ejes en los que se mueve su actividad social y literaria: su taller de lectura y escritura y la publicación de su segundo y dilatado libro de poemas.
—Marina, ¿desde cuando hace que dictás los talleres literarios?
—Empezó en 2001 con una llamada equivocada. Hice muchos papelitos promocionando un taller literario para personas de cero a 90, porque no me importaba si iría gente de 15, de 30; lo repartimos por varios lados pero no pasó nada. Un día recibo un llamado de una mamá que me dice que tiene un hogar de niños y a mí me fascinó el tema; pero le preguntaba que es lo que necesitaba. Había dos maestras que daban apoyo escolar ahí y querían que fuera al hogar y les contara un cuento. Lo primero que yo le aclaré es que no tenía problemas para ir, pero yo voy como madre y como poeta, no como maestra, ni narradora, ni nada que se le parezca. No sabía cuáles eran sus expectativas, pero fui y así comenzó el taller. Yo no sabía lo que era un taller literario para niños, entonces fui aprendiendo de poco; hice cursos, no soy especialista pero fui leyendo, consultando y de esa manera me fui haciendo.
Lo que yo tenía claro es que esos chicos los tenía que cuidar como si fueran mis hijos, con esa pauta jamás tuve problemas. Ellos tienen una necesidad de suplir todo lo que no tienen, de afecto, de cumplir con las tareas de la escuela… Entonces, primero la palabra que es el eje del taller, oral y escrito, después todo lo que te puedas imaginar.
—¿Cuál fue el planteo de esa actividad?
—El planteo del taller de lectura y de escritura es llevar la palabra, es un espacio libre y lúdico. La idea es acercar la cultura, yo diría la palabra, a un lugar donde es menos accesible que los lugares donde están los centros culturales. Yo no creo en las casualidades, creo en Dios; en mi vida tuve muchas experiencias de Cristo, creo que todo tiene un propósito, que este espacio con los niños en muchos momentos me han salvado la vida a mí. Recuerdo que había fallecido mi padre y tenía los chicos que me daban aliento, que me preguntaban como estaba, entonces yo pensaba, si ellos pueden vivir con lo que tienen y con lo que no tienen, tengo que sacar fuerzas para seguir. Mis visitas, después de este suceso se cortaron en un lapso; pero por algunas insistencias fui de nuevo y aunque dije que era sólo una vez, después no dejé de ir más.
Recuerda, en el primer momento que inició el taller, haberle consultado a un niño si iba a escribir, a lo que el chiquillo le respondió “tí, pero no té”. Entonces, (me comenta que) con los que no saben escribir, me dicen verbalmente lo que quieren poner y lo escribimos en el pizarrón.
—¿Te emociona mucho estar con ellos?
—Totalmente, pasa por otro lado el tema. Y recuerda otro momento de los muchos que tiene en su memoria y en su corazón… Me pasó que tenía unos hermanitos de 13 y 15 años que se fueron con unos tíos que los recibieron, los reinsertaron a su familia. Se me fueron y no los pude saludar. Cuando llegué [al Hogar] y consulté me contaron y no sabía cómo hacer para no llorar delante de los demás chicos, se me hizo un agujero; porque yo empiezo a formar parte de ellos. No voy como maestra, ni “maretra” como me dice uno, creo que voy como persona, y como persona que escribe.
LA PUERTA QUE SE ABRE
Hace unos meses atrás, Marina pudo concretar otro de sus sueños, y este es… seguir publicando. “La puerta”, fue el libro con el que fue finalista de un concurso de poesías de la recordada revista Lea, en el que participaron 612 escritores de diferentes países.
Ha pasado casi una década y, a diferencia de su primer libro “La morada y el pájaro” (Argos, 1998), “La puerta” se editó de manera artesanal en una tanda de 100 ejemplares que no se presentó en sociedad, pero que está circulando subterráneamente por la ciudad.
Lo primero que suscitó mi asombro fue el texto con que inicia el libro y en el que la autora da cuenta, a vuelo de pájaro, sus miedos, sus demoras y sus anhelos. En esa página de una sola carilla se (nos) confiesa, “llegué a pensar que publicar era un acto de soberbia, de vanidad. Que más importante es la acción del escritor en la sociedad, el escritor como palabra activa, como semilla compartida para que otros también accedan a la maravillosa experiencia de crear, o de conocer a través de la literatura, una nueva realidad más visible.”
Y mientras continuamos la charla en el comedor de su casa me cuenta “lo que hice fue sentarme a la máquina, esto no tiene nada de editado ni de corregido, porque si yo hago eso, en este momento no lo pongo y quise que fuera así. Si yo lo hubiera elaborado, yo puedo hacer una carta al lector, porque auto prologarse es muy difícil, objetivarse para hablar de mí, ¡no! Que lo haga otro. Quise explicarles el porqué de este libro, que ya tiene casi 10 años, ya es una antología, casi todos los poemas son premiados de distintos concursos.”
MARINA GIMÉNEZ
EL PODER DE LA PALABRA
— “¡¿Hoy tenemos la hora?!”
Inocentes caritas apuntan a sus ojos que sólo esperan una respuesta afirmativa. Son los niños del “Hogar San José”, que escrutan a la poetiza que oficia de maestra, compañera, amiga, y porqué no, un poco de madre.
Los chicos de tres a quince años esperan ansiosos la hora del cuento, un taller literario para niños coordinado por Marina Giménez, quien echó en “La Herradura” su cable a tierra; allí, en ese paraje ubicado entre Cárcano y Ballesteros encontró (casi por casualidad) el espacio para intercambiar sus conocimientos y buena onda, por un sentimiento amalgamado de satisfacción propia y bienestar. Es un momento lúdico y de aprendizaje que se torna en perfecta sinapsis entre las dos partes y que se percibe en el aire cuando la escritora nos relata sus experiencias. Se huele la alegría y el afecto que ella tiene, se degusta en cada anécdota que sirve en la mesa, brillan sus ojos lustrosos mientras nos cuenta esa realidad.
Si bien no hay transporte que llegue al lugar, una vez a la semana viaja con la trabajadora social o su marido (al que los niños aprecian tanto), para encontrarse con ellos durante un par de horas. A veces, esas horas se extienden a cinco, según los requerimientos de los pequeños, con los que se necesita estar totalmente preparado para ir adaptándose a las diversas situaciones que el momento exige.
Publicó junto a ellos, tres revistas de la manera más artesanal y menos costosa posible, “Sobre duendes y poetas” fue el espacio donde mostró producciones escritas y dibujos de sus alumnos, con la ayuda de sus hijos y a puro pulmón; sin embargo sueña con el día en que pueda presentar, a todo color, los trazos de sus alumnos que imagina muy felices si esto ocurriese.
En la sofocante tarde de jueves y después de varios desencuentros, me siento cara a cara con Marina quien me contará sobre los dos ejes en los que se mueve su actividad social y literaria: su taller de lectura y escritura y la publicación de su segundo y dilatado libro de poemas.
—Marina, ¿desde cuando hace que dictás los talleres literarios?
—Empezó en 2001 con una llamada equivocada. Hice muchos papelitos promocionando un taller literario para personas de cero a 90, porque no me importaba si iría gente de 15, de 30; lo repartimos por varios lados pero no pasó nada. Un día recibo un llamado de una mamá que me dice que tiene un hogar de niños y a mí me fascinó el tema; pero le preguntaba que es lo que necesitaba. Había dos maestras que daban apoyo escolar ahí y querían que fuera al hogar y les contara un cuento. Lo primero que yo le aclaré es que no tenía problemas para ir, pero yo voy como madre y como poeta, no como maestra, ni narradora, ni nada que se le parezca. No sabía cuáles eran sus expectativas, pero fui y así comenzó el taller. Yo no sabía lo que era un taller literario para niños, entonces fui aprendiendo de poco; hice cursos, no soy especialista pero fui leyendo, consultando y de esa manera me fui haciendo.
Lo que yo tenía claro es que esos chicos los tenía que cuidar como si fueran mis hijos, con esa pauta jamás tuve problemas. Ellos tienen una necesidad de suplir todo lo que no tienen, de afecto, de cumplir con las tareas de la escuela… Entonces, primero la palabra que es el eje del taller, oral y escrito, después todo lo que te puedas imaginar.
—¿Cuál fue el planteo de esa actividad?
—El planteo del taller de lectura y de escritura es llevar la palabra, es un espacio libre y lúdico. La idea es acercar la cultura, yo diría la palabra, a un lugar donde es menos accesible que los lugares donde están los centros culturales. Yo no creo en las casualidades, creo en Dios; en mi vida tuve muchas experiencias de Cristo, creo que todo tiene un propósito, que este espacio con los niños en muchos momentos me han salvado la vida a mí. Recuerdo que había fallecido mi padre y tenía los chicos que me daban aliento, que me preguntaban como estaba, entonces yo pensaba, si ellos pueden vivir con lo que tienen y con lo que no tienen, tengo que sacar fuerzas para seguir. Mis visitas, después de este suceso se cortaron en un lapso; pero por algunas insistencias fui de nuevo y aunque dije que era sólo una vez, después no dejé de ir más.
Recuerda, en el primer momento que inició el taller, haberle consultado a un niño si iba a escribir, a lo que el chiquillo le respondió “tí, pero no té”. Entonces, (me comenta que) con los que no saben escribir, me dicen verbalmente lo que quieren poner y lo escribimos en el pizarrón.
—¿Te emociona mucho estar con ellos?
—Totalmente, pasa por otro lado el tema. Y recuerda otro momento de los muchos que tiene en su memoria y en su corazón… Me pasó que tenía unos hermanitos de 13 y 15 años que se fueron con unos tíos que los recibieron, los reinsertaron a su familia. Se me fueron y no los pude saludar. Cuando llegué [al Hogar] y consulté me contaron y no sabía cómo hacer para no llorar delante de los demás chicos, se me hizo un agujero; porque yo empiezo a formar parte de ellos. No voy como maestra, ni “maretra” como me dice uno, creo que voy como persona, y como persona que escribe.
LA PUERTA QUE SE ABRE
Hace unos meses atrás, Marina pudo concretar otro de sus sueños, y este es… seguir publicando. “La puerta”, fue el libro con el que fue finalista de un concurso de poesías de la recordada revista Lea, en el que participaron 612 escritores de diferentes países.
Ha pasado casi una década y, a diferencia de su primer libro “La morada y el pájaro” (Argos, 1998), “La puerta” se editó de manera artesanal en una tanda de 100 ejemplares que no se presentó en sociedad, pero que está circulando subterráneamente por la ciudad.
Lo primero que suscitó mi asombro fue el texto con que inicia el libro y en el que la autora da cuenta, a vuelo de pájaro, sus miedos, sus demoras y sus anhelos. En esa página de una sola carilla se (nos) confiesa, “llegué a pensar que publicar era un acto de soberbia, de vanidad. Que más importante es la acción del escritor en la sociedad, el escritor como palabra activa, como semilla compartida para que otros también accedan a la maravillosa experiencia de crear, o de conocer a través de la literatura, una nueva realidad más visible.”
Y mientras continuamos la charla en el comedor de su casa me cuenta “lo que hice fue sentarme a la máquina, esto no tiene nada de editado ni de corregido, porque si yo hago eso, en este momento no lo pongo y quise que fuera así. Si yo lo hubiera elaborado, yo puedo hacer una carta al lector, porque auto prologarse es muy difícil, objetivarse para hablar de mí, ¡no! Que lo haga otro. Quise explicarles el porqué de este libro, que ya tiene casi 10 años, ya es una antología, casi todos los poemas son premiados de distintos concursos.”
*
—¿Por qué la aparición del libro ahora?
—Habían pasado unos años de haberlo terminado, tenía el dinero para hacerlo y mi marido me había dicho que lo hiciese en ese momento, pero me preguntaba si esto de publicar no era vanagloriarme; porque es verdad, ahora estoy preparando dos libros, y no estoy teniendo mucho tiempo, por las visitas a los niños, ofrecimientos de hacer algún taller… Tenés que optar, no podés hacer todo. Me preguntaba si en realidad no estaba haciendo trabajo solo por mí, me planteo siempre si el fundamento de la vida era publicar tantos libros. Me dije que no, tengo que trabajar con los niños, si me piden que vaya y yo puedo hacerlo y transmitirle esa poesía a ellos, entonces lo hago. Así fue que mis textos quedaron un poco relegados.
Sucede que había entregado el libro a un impréntelo local, ya diseñado, con todo, faltaba armarlo; después sucede el accidente de mi marido entonces tuve que cancelar todo. Debí trabajar muy duro y hacer de todo, porque muchos creen que vengo de la alta alcurnia, pero no es así.
Pasó el tiempo y se realizó una reunión en el Consejo Deliberante por el proyecto de publicar a libros locales; me gustó la idea, pero no la manera de implementarse y seleccionar autores. Entonces llegué a casa y le dije a mis hijos que el libro lo íbamos a hacer en casa, lo único que me compré fue una abrochadora y fui comprando las resmas, la tapa la arme yo, con papel de diario, fue todo casero, escaneamos, Luciano (su hijo) cortó las hojas con una trincheta.
Me demoré porque la parte económica del escritor, es todo a pulmón, le dije a mis hijos hagamos una carpeta y la atemos con un hilo, porque ya esta poética no es la misma que tengo ahora, tengo necesidad en este momento de sacar un libro más actual, y ya viene empujándole otro; es un libro viejo, pero tampoco puedo tirarlo porque tuvo su etapa creciendo sobre nosotros mismos. Esta escritura ya no me gusta, ahora me gusta otra cosa, y ya el próximo no me está gustando, es así; se ponen viejos antes de salir.
—¿Tanto cambio hay en tu poética?
—Si yo te leo un poema de los de ahora, creo que no tienen que ver con estos de “La puerta”, ahora son cortos, concisos y directos. Este libro nuevo lo escribí más rápido, pero no es que sea tan fácil. Los símbolos deben ser los mismos, pero hay que encontrarlos.
—En tu libro mencionás a Kafka, a Pío Baroja… (y antes de que culmine la pregunta Marina se adelanta y me contesta).
—Me siento identificada con Kafka, no en la altura poética, sino en cosas que te causarían gracia. Kafka tenía asma, tenía baja autoestima, era constipado, da la coincidencia que yo también trabajé en seguros. Kafka dijo lo que yo quería decir, en realidad no hubiese sido falta ni prólogo, yo tomaría a los que yo amo Girondo, Edgar Allan Poe, Pizarnik, muchos que podrían hablar tranquilamente por mí… pero por sobre todo a Kafka. También a Jean Paul Sartre… la consciencia de la existencia del hombre es ineludible, pero a la vez yo sé que existen otras cosas que aunque no las podamos ver están, pero también sé que nos vamos a morir, ¿no?, me da un poquito de cosa, porque en este momento estoy aferrada a este cuerpo y soy muy imperfecta…
Y mientras este notero va hojeando el libro ella ve sus dibujos y sin vacilar me dice…”y el tema de los dibujos aparecieron después, el libro era solo; aparecieron porque en ese verano cuando murió mi papá, yo dejo de escribir y pasó mucho tiempo, hasta en la actualidad escribo poco. Es más, el libro que sigue está escrito cuando papá estaba vivo. En ese momento yo no tenía ganas de escribir y agarré un fibrón y empecé a hacer unos garabatos y cuando se los muestro a la psicóloga me pregunta el porqué no ponerlos en el libro.
—Mencionaste que sos muy exigente con vos misma ¿cómo te llevás con la corrección?
—Hay que escribir, pero no hay que publicar todo. Si agarro la computadora ahora tendría varios libros para publicar, no estoy de acuerdo, soy muy exigente. ¿Por qué voy a publicar cualquier cosa? Tenemos que ser críticos y tenemos que formar autocríticos.
Me cuenta que un amigo suyo, poeta de la ciudad, le presenta un cuento para solicitarle su opinión, entonces le dijo “Mirá, está buenísima la idea, pero hay que trabajarlo, porque hay cosas que no están bien, esta largo al vicio, mezclás cosas, lo tenés que redondear… y es una tarea que él no quiere hacer. A veces por ahí yo también tiro y prefiero hacer un nuevo texto, porque retocar es aburrido, pero ese es el trabajo que hay que hacer. Hay que agarrar algo que hiciste hace algún tiempo y ver si vale o no. Me ha pasado con unos cuentos míos que los he releído y me dije “oh, pero acá hay palabras de sobra”, mis cuentos son de una carilla y media y sólo uno largo…
Cuando yo empecé a corregir en los talleres, yo tachaba, tachaba, corregía, corregía, tachaba, y llega un momento en que la corrección se te mete adentro y cuando vos vas a escribir, te decís eso está de más… es el oficio.
—Vos que has ganado varios premios en concursos de poesías ¿Cómo ves esta práctica?
—La primera vez que gané un concurso me gané la mitad de la edición, o sea que era compartida, también gané plata…; yo creo que hay que mandar a los concursos, pero también que no hay que mandarlo a cualquiera. Hay que ver quienes son los jurados.
Los concursos te van enseñando que podés gustarle a uno, que hay mejores o peores calidades, que no hay un parámetro, vas a prendiendo a la vez que no se necesita de los concursos para superarse en la escritura… La parte positiva es que es un aliciente, pero por otro lado vas descubriendo que pretender ganar alguno, puede ser como no, porque juegan muchas cosas políticas en concursos grandes; cuando vos analizás quien lo ganó, quiénes estaban de jurado, te das cuenta de algunas cosas. En esto hay mucha subjetividad, pero ojo, más allá de esto también se puede elegir gente que tenga una calidad estética para jurar. Si alguien organiza un concurso, creo que hay ciertos parámetros éticos y estéticos, porque si vos ves que el jurado es gente que está publicando hace mucho, que da cursos en la Universidad, que tiene talleres literarios o que ha editado a otros escritores que ya tienen cierto vuelo, vas viendo que hay una trayectoria, no estás poniendo a cualquiera. Tendríamos que charlar ocho horas más o menos para que puedas después resumir todo lo que estoy diciendo y armar la nota.
Y quizá tenga razón, porque han sucedido dos horas y media desde que llegué a su casa y continuamos charlando sobre las pasiones de Marina. Sobre un mundo que la entusiasma y que ha podido reencender su motor literario después del golpe de acontecimientos no favorables, aquí está su libro, allá esperan dos más; aquí está su poesía que viene a responder a todos aquellos que se preguntan qué sentido tiene la literatura hoy. El sentido está en las expresiones de niños que aprenden a escribir, que crecen compartiendo con sus pares, que encuentran una manera de expresarse, que son motivados por la palabra de alguien cuya satisfacción más grande es poder brindarle un poco más de lo que no tienen.
—Habían pasado unos años de haberlo terminado, tenía el dinero para hacerlo y mi marido me había dicho que lo hiciese en ese momento, pero me preguntaba si esto de publicar no era vanagloriarme; porque es verdad, ahora estoy preparando dos libros, y no estoy teniendo mucho tiempo, por las visitas a los niños, ofrecimientos de hacer algún taller… Tenés que optar, no podés hacer todo. Me preguntaba si en realidad no estaba haciendo trabajo solo por mí, me planteo siempre si el fundamento de la vida era publicar tantos libros. Me dije que no, tengo que trabajar con los niños, si me piden que vaya y yo puedo hacerlo y transmitirle esa poesía a ellos, entonces lo hago. Así fue que mis textos quedaron un poco relegados.
Sucede que había entregado el libro a un impréntelo local, ya diseñado, con todo, faltaba armarlo; después sucede el accidente de mi marido entonces tuve que cancelar todo. Debí trabajar muy duro y hacer de todo, porque muchos creen que vengo de la alta alcurnia, pero no es así.
Pasó el tiempo y se realizó una reunión en el Consejo Deliberante por el proyecto de publicar a libros locales; me gustó la idea, pero no la manera de implementarse y seleccionar autores. Entonces llegué a casa y le dije a mis hijos que el libro lo íbamos a hacer en casa, lo único que me compré fue una abrochadora y fui comprando las resmas, la tapa la arme yo, con papel de diario, fue todo casero, escaneamos, Luciano (su hijo) cortó las hojas con una trincheta.
Me demoré porque la parte económica del escritor, es todo a pulmón, le dije a mis hijos hagamos una carpeta y la atemos con un hilo, porque ya esta poética no es la misma que tengo ahora, tengo necesidad en este momento de sacar un libro más actual, y ya viene empujándole otro; es un libro viejo, pero tampoco puedo tirarlo porque tuvo su etapa creciendo sobre nosotros mismos. Esta escritura ya no me gusta, ahora me gusta otra cosa, y ya el próximo no me está gustando, es así; se ponen viejos antes de salir.
—¿Tanto cambio hay en tu poética?
—Si yo te leo un poema de los de ahora, creo que no tienen que ver con estos de “La puerta”, ahora son cortos, concisos y directos. Este libro nuevo lo escribí más rápido, pero no es que sea tan fácil. Los símbolos deben ser los mismos, pero hay que encontrarlos.
—En tu libro mencionás a Kafka, a Pío Baroja… (y antes de que culmine la pregunta Marina se adelanta y me contesta).
—Me siento identificada con Kafka, no en la altura poética, sino en cosas que te causarían gracia. Kafka tenía asma, tenía baja autoestima, era constipado, da la coincidencia que yo también trabajé en seguros. Kafka dijo lo que yo quería decir, en realidad no hubiese sido falta ni prólogo, yo tomaría a los que yo amo Girondo, Edgar Allan Poe, Pizarnik, muchos que podrían hablar tranquilamente por mí… pero por sobre todo a Kafka. También a Jean Paul Sartre… la consciencia de la existencia del hombre es ineludible, pero a la vez yo sé que existen otras cosas que aunque no las podamos ver están, pero también sé que nos vamos a morir, ¿no?, me da un poquito de cosa, porque en este momento estoy aferrada a este cuerpo y soy muy imperfecta…
Y mientras este notero va hojeando el libro ella ve sus dibujos y sin vacilar me dice…”y el tema de los dibujos aparecieron después, el libro era solo; aparecieron porque en ese verano cuando murió mi papá, yo dejo de escribir y pasó mucho tiempo, hasta en la actualidad escribo poco. Es más, el libro que sigue está escrito cuando papá estaba vivo. En ese momento yo no tenía ganas de escribir y agarré un fibrón y empecé a hacer unos garabatos y cuando se los muestro a la psicóloga me pregunta el porqué no ponerlos en el libro.
—Mencionaste que sos muy exigente con vos misma ¿cómo te llevás con la corrección?
—Hay que escribir, pero no hay que publicar todo. Si agarro la computadora ahora tendría varios libros para publicar, no estoy de acuerdo, soy muy exigente. ¿Por qué voy a publicar cualquier cosa? Tenemos que ser críticos y tenemos que formar autocríticos.
Me cuenta que un amigo suyo, poeta de la ciudad, le presenta un cuento para solicitarle su opinión, entonces le dijo “Mirá, está buenísima la idea, pero hay que trabajarlo, porque hay cosas que no están bien, esta largo al vicio, mezclás cosas, lo tenés que redondear… y es una tarea que él no quiere hacer. A veces por ahí yo también tiro y prefiero hacer un nuevo texto, porque retocar es aburrido, pero ese es el trabajo que hay que hacer. Hay que agarrar algo que hiciste hace algún tiempo y ver si vale o no. Me ha pasado con unos cuentos míos que los he releído y me dije “oh, pero acá hay palabras de sobra”, mis cuentos son de una carilla y media y sólo uno largo…
Cuando yo empecé a corregir en los talleres, yo tachaba, tachaba, corregía, corregía, tachaba, y llega un momento en que la corrección se te mete adentro y cuando vos vas a escribir, te decís eso está de más… es el oficio.
—Vos que has ganado varios premios en concursos de poesías ¿Cómo ves esta práctica?
—La primera vez que gané un concurso me gané la mitad de la edición, o sea que era compartida, también gané plata…; yo creo que hay que mandar a los concursos, pero también que no hay que mandarlo a cualquiera. Hay que ver quienes son los jurados.
Los concursos te van enseñando que podés gustarle a uno, que hay mejores o peores calidades, que no hay un parámetro, vas a prendiendo a la vez que no se necesita de los concursos para superarse en la escritura… La parte positiva es que es un aliciente, pero por otro lado vas descubriendo que pretender ganar alguno, puede ser como no, porque juegan muchas cosas políticas en concursos grandes; cuando vos analizás quien lo ganó, quiénes estaban de jurado, te das cuenta de algunas cosas. En esto hay mucha subjetividad, pero ojo, más allá de esto también se puede elegir gente que tenga una calidad estética para jurar. Si alguien organiza un concurso, creo que hay ciertos parámetros éticos y estéticos, porque si vos ves que el jurado es gente que está publicando hace mucho, que da cursos en la Universidad, que tiene talleres literarios o que ha editado a otros escritores que ya tienen cierto vuelo, vas viendo que hay una trayectoria, no estás poniendo a cualquiera. Tendríamos que charlar ocho horas más o menos para que puedas después resumir todo lo que estoy diciendo y armar la nota.
Y quizá tenga razón, porque han sucedido dos horas y media desde que llegué a su casa y continuamos charlando sobre las pasiones de Marina. Sobre un mundo que la entusiasma y que ha podido reencender su motor literario después del golpe de acontecimientos no favorables, aquí está su libro, allá esperan dos más; aquí está su poesía que viene a responder a todos aquellos que se preguntan qué sentido tiene la literatura hoy. El sentido está en las expresiones de niños que aprenden a escribir, que crecen compartiendo con sus pares, que encuentran una manera de expresarse, que son motivados por la palabra de alguien cuya satisfacción más grande es poder brindarle un poco más de lo que no tienen.
* - * -* - * -* - * -* - * - * - * - * - * -* - * -* - * -* - * -* - * -* - * -* - * -* - * -* - * -* -
Des – templanza
casi nada acierto en descubrir
como si fuera el miedo
la única palabra
y el sonido incierto que anuncia la sombra
el artilugio ciego del dolor
proyecta su impiedad en los rincones
mientras algo sucede sin saber
debajo de la lluvia
de poder elegir
consagraría la luz
primigenia
de los muros
pero el claustro del dolor
ignora las ventanas
hoy, no es preciso ser poeta
la distancia mayor
es la del alma.
casi nada acierto en descubrir
como si fuera el miedo
la única palabra
y el sonido incierto que anuncia la sombra
el artilugio ciego del dolor
proyecta su impiedad en los rincones
mientras algo sucede sin saber
debajo de la lluvia
de poder elegir
consagraría la luz
primigenia
de los muros
pero el claustro del dolor
ignora las ventanas
hoy, no es preciso ser poeta
la distancia mayor
es la del alma.
* - * -* - * -* - * -* - * - * - * - * - * -* - * -* - * -* - * -* - * -* - * -* - * -* - * -* - * -* -
… de la palabra
De qué sirve ser poeta en la ilustre ciudad de los
horarios?
De qué sirve la nada que escondes en la rutina escasa
de tu bolsillo
Y sales a repartir puertas y ventanas
(pájaros como palabras)
cuando las tuyas, las de tu casa
no dan a ninguna parte.
De qué sirve ser poeta en la ilustre ciudad de los
horarios?
De qué sirve la nada que escondes en la rutina escasa
de tu bolsillo
Y sales a repartir puertas y ventanas
(pájaros como palabras)
cuando las tuyas, las de tu casa
no dan a ninguna parte.
(*) Publicado en EL DIARIO del Centro del País, el somingo 30 de noviembre de 2008.-
2 comentarios:
Como siempre mi amigo, una nota impecable, especialmente por la cantidad de sentimientos que provoca la dedicación de esta persona a su labor humanitaria, social y sobre todo afectiva hacia la comunidad.
Un abrazo inmenso
Roxana
Gracias Roxana por tus siempre alentadores comentarios.
Saludos.
DF
Publicar un comentario